Cuando uno escucha el nombre de Celina González, de inmediato le vienen a la cabeza dos canciones: Yo soy el punto cubano y A Santa Bárbara. La primera la coronó como reina de ese género campesino, la segunda fue quizás el clásico que más la marcó, la composición que cambió su vida en disimiles maneras.
En la historia de este tema hay una interesante dosis de misticismo, pues la popular artista afirma que la propia Virgen Guerrera se le apareció y le dijo que si componía una canción en su honor, le garantizaría la consagración.
Corría noviembre de 1948. Celina y su pareja musical y amorosa, Reutilio Domínguez, recién habían llegado a La Habana en busca de fortuna. Allá en Santiago de Cuba eran famosos, pero la capital es la capital, y fueron recomendados por el mismísimo Rey de la Guaracha, Ñico Saquito.
A los pocos días, la cantante tuvo su trascendental visión. “Yo fui a entrar al cuarto y allí estaba ella y me susurró: dedícame una canción y te daré lo que quieras”, le contó hace años Celina a la periodista Paquita Armas. Reutilio le dijo: “Tú eres poetisa, hazle la letra y luego viene la música”.
La epifanía vino en el momento preciso. Ñico Saquito les había pedido un disco para mostrárselo a Laureano Suárez, director de Radio Cadena Suaritos, que difundía cantos de la liturgia afrocubana cantados por Merceditas Valdés, la Pequeña Aché, con arreglos de Obdulio Morales.
Si Laureano tuvo alguna duda, las desechó de inmediato al escuchar los ensayos de A Santa Bárbara. Quedó tan impactado, que decidió abrir los micrófonos para compartir con la audiencia aquel “cañonazo”, como le llamó. Ese mismo día contrató al matrimonio como artistas exclusivos de su emisora.
Es más, «Suaritos» alquiló para ellos un apartamento en la céntrica esquina de 23 y 12, donde Germinal Barral, que escribía con el seudónimo de Don Galaor, los entrevistó para la revista Bohemia el 20 de febrero de 1949. Al año siguiente cantaron su éxito en el filme Rincón criollo, dirigido por Raúl Medina y protagonizado por Rita Montaner, Candita Quintana, entre otros monstruos. La Virgen prometió fama, y estaba cumpliendo rápido…
En realidad, la canción lo tenía todo para afianzarse en la espiritualidad del pueblo, pues integraba el punto guajiro con el sincretismo religioso del catolicismo y los cultos yorubas. De hecho, muchos en Cuba la conocen por su estribillo, “Que viva Shangó, señores…”
Nacida en batey cercano a Jovellanos y criada en Santiago de Cuba, no era de extrañar que Celina simpatizara desde niña con la Regla de Osha. Es más, en 1958 se hizo santo, y los caracoles revelaron que era hija de Yemayá, sincretizada en Cuba como la Virgen de Regla. Años atrás, en Bella, la salvaje, otra película de Medina, había entonado A la Reina del Mar, dedicado a Yemayá, sobre la misma melodía de A Santa Bárbara.
Celina le confesó en su entrevista a Paquita su dolor por el silencio al que fue sometido su gran clásico durante una etapa, un error rectificado a tiempo, pues ha contribuido a universalizar la cultura y espiritualidad de los cubanos. El dolor que provocó su muerte, el 4 de febrero de 2015, fue quizás el más irrefutable testimonio de cuanto la amó su pueblo, bendecido por el “aché” de su cubanísimo canto.
(Tomado de Historia de mis Clásicos)
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