Robert Zemckis estaba aburrido. No hay otra explicación para Welcome to Marwen (2018), su última película, rara como un neonazi bailando con negros, rara como un miembro del Estado Islámico vestido de drag queen en un parque de diversiones… Más raro que esto, solo un tipo con la afición de coleccionar zapatos de mujer, y de usarlos. Es la historia real de Mark Hogancamp, que después de un trauma sufrido producto de una agresión, con amnesia total incluida, convierte su mundo en un escenario de la Segunda Guerra Mundial; en su patio, un pueblo entre planicies belgas, de nombre Marwen, habitado por muñecos y barbies… Qué extraño es el tal Hogancamp…
Por eso dio para una película, de esas de Zemeckis con la reminiscencia de Back to the Future (1985). Denle cosas raras a este cineasta, igual ya se le olvidó cómo corre Forrest Gump (1994). Es fácil hacer un film de rarezas (pregúntenle a Jodorowsky), solo hace falta medio argumento que la sostenga, en este caso, la historia de vida de un hombre triste. El personaje de Hogancamp (Steve Carell) es una llamita de vela lastimera en un convento agustino; vemos en pantalla la cara aniñada del miedo y una boca que tiembla y expulsa un cordel de voz como el susurro de las beatas. No sabemos qué intentó Zemeckis con la dirección de actores. Se nos ocurre que intentó hacer de Carell un muñeco vestido con boina y cazadora americana, el jefe de un ejército de muñecas-rangers. Ciertamente es más disfrutable esa parte de la cinta donde la imaginación revive el plástico de los muñecos y agiliza las facciones de una Barbie con ametralladora. Todavía me pregunto si es una cinta feminista, o si en esa exaltación de la dureza plástica del sexo débil se esconde una metáfora misógina. Esto último lo han alentado algunos críticos romanticones, enemigos enamorados del Zemeckis que jugó con Wilson, la pelota del náufrago Tom Hanks. ¿Por qué da esa sensación de que solo el viejo Tom saca lo mejor del cineasta estadounidense?
Porque igual, Back to the Future es una película sobrevalorada donde un carrito transita una ruta Nascar a mil kilómetros por hora y contra un reloj en retroceso. Solo triunfa porque en el mundo hay muy poca gente con luz, con la imaginación pobre de los escarabajos hércules, siempre detrás de la bola de estiércol. El Zemeckis de Back to… es el dibujito tierno de un niño nerd, siempre adelantado incluso a lo que una “ciencia cinematográfica” aconseja.
Hay cosas bunas en la cinta. Las transiciones entre el mundo real y el imaginario no hacen ruido, son fluidas al punto de no reparar en ello, y la historia sigue, con ese parecido tan certero entre el hombre y su propio muñeco, otro logro artístico de la ciencia computacional. Queda por establecer, eso sí, cuál es el mundo predominante. Creo yo que el argumento de los muñecos, esa guerra contra una hechicera y cinco nazis invencibles, es en realidad la única parte de Zemeckis que el cine necesitaba. El resto –esos flashback a lugares lúcidos del protagonista real, trozos de biografía ambigua de un tipo amante de los tacones femeninos— son los bordados del mantel. El resto, un romance torpe en entre los protagonistas, Mark y Nicol (Leslie Mann), le da más brillo a la caricatura, una ilusión que casi llega a ser tierna, como el romance de dos niños con Asperger.
Quisiéramos que el director de Náufrago (2000), luego de esta batalla de captura de frames, vuelva a la senda del drama nihilista; vamos, que vuelva a citarse con Tom Hanks entre sus máquinas de escribir a ver si en dos años regresa al futuro de un cine risueñamente más serio.
Para eso de los muñequitos tontos y sus tontos seguidores ya tenemos a los japoneses, su Síndrome de Peter Pan.
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