
El 14 de julio de 1992 sucedió uno de los eventos más trágicos de los que se tenga recuerdo en el mundillo del arte cubano. Aquel día, en un accidente de tránsito, de la forma más inesperada, finalizó la vida de la artista Ada Elba Pérez Rodríguez, quien estaba a unas pocas semanas de cumplir 31 años.
“Recuerdo cómo meses antes del trágico suceso, había coincidido con Ada Elba en la Quinta de los Molinos. En plena crisis de los 90 asistimos a uno de los encuentros culturales, literarios y de investigación que convocaba la Dirección Provincial de Cultura y el Centro Provincial del Libro y la Literatura de La Habana. Allí conversamos sobre los días aciagos que vivíamos; nos reímos también con los chistes que creaba el pueblo para burlar la cruda realidad y, como correspondía, charlamos sobre arte y literatura.
“Así, en algún momento noté cierta tristeza en los ojos de Ada. En voz baja le pregunté si le ocurría algo. Entonces nos dijo: Es que hoy me da vueltas y vueltas una idea pesada, que algo me va a ocurrir. Le dijimos que estuviese tranquila, que seguro no había dormido lo suficiente la noche anterior. Y cambiamos de tema, aunque la tristeza siguió en su rostro”, relató el investigador y ensayista Emmanuel Tornés en un texto publicado en 2022.
Al momento de su abrupta partida, aquella joven era una artista consumada. Sus dotes y talentos incluían destreza para el piano, la guitarra y el canto, además de la escultura, la poesía, la narrativa e, incluso, la crítica literaria. No obstante, era su brillo natural, capaz de iluminar cualquier habitación, lo que más extrañarían quienes la amaron.
“Le vi los ojos a la muerte por primera vez, yo tenía 27 años, Ada tenía 30 y quedamos en vernos en la noche todos, el grupo, nos íbamos a reunir para festejar en casa de Teresita Fernández, precisamente y lo último que recuerdo es: nos vemos más tarde. Y por primera vez viví ese impacto.
“Con Ada fue un impacto muy violento, esa impotencia, ¿cómo es posible?, una mujer con 30 años, con tantos planes, con tanto talento, con tanta bondad, con tanto para dar, ¿Cómo es posible que esto ocurra?, te sientes… puede sonar pretencioso, pero yo hasta discutí con la muerte”, declaró en 2010 Liuba María Hevia, una de sus mejores amigas.
“Tantas mañanas me he despertado ‘entre sus ojos y el aroma del café’… El tiempo, aunque transforma, intensifica los grandes amores. He aprendido a ver a Ada como a una niña que crece, que está de viaje, que casi regresa, porque el reencuentro es inevitable y ‘tenemos que hablar de muchas cosas’, publicó Hevia en su Facebook el 14 de julio de 2019.
Al morir, Ada dejó inconclusas varias obras, entre ellas relatos cortos y una novela, pero también nos legó ideas y canciones que serían inmortalizadas por su querida Liuba, como es el caso de Señor Arcoíris, El cangrejo Alejo, El trencito y la hormiga, El vendedor de asombros, La luna aburrida, En un barco muy pequeño, El tonto de papel, Adivina quién será, El despertar, Anoche cayó una estrella, Amanecer de la flor, Luna de los mil caminos, Travesía mágica y Ana, la campana.
“Cuando Ada fallece dejó un cassette con algunos fragmentos de canciones como Caracolillo de coral (…). Estela, granito de canela y Travesía mágica, que es la Calabacita. En Estela…, por ejemplo, ella dejó grabada: ‘Estela es un granito de canela / que no quiere, que no quiere / caer en la cazuela’. Y ¿qué hago yo? Se escapó por la ventana / con comino, con laurel / con orégano y su amigo pimentón”, reveló Hevia en una entrevista.
“Como el sinsonte voló y nos dejó su canto. Mariposa perseguida por la niñez y perpetuada en la memoria… Ya no podemos pedirle más, porque nos entregó su ausencia”, dijo sobre ella Teresita Fernández, célebre cantautora y amiga suya, en cuya biografía trabajaba Ada Elba al momento de fallecer.
La espirituana dejó otras canciones más vinculadas a sus orígenes “guajiros”, entre las que se incluyen Siembra sembrador (Premio Abril 1990), Tonada para amanecer y Tonadas para el camino.
Entre los libros que llevan su firma se cuentan Identidad (1986), Cuatro muchachas violadas por los ángeles (1989), Apremios (Premio Luis Rogelio Nogueras, 1990), Acecho en el ritual (1992), La cara en el cristal (1994), A dos voces (1995) y Travesía mágica (2001) y Fin del pájaro sur (2002).
De Jarahueca para el mundo
Ada Elba Pérez nació en el pueblo de Jarahueca, ubicado en el municipio de Yaguajay, donde brotaron muy temprano los prodigios de la segunda hija de José Pérez y Eloísa Rodríguez.
“No fue una niña contemplativa, soñadora, sino tremendamente vital, muy, pero muy traviesa y alegre, valiente y fiel. (…) Nunca le gustó perder el tiempo, y esa característica unida a su inteligencia y a una memoria descomunal, (…) provocaban situaciones como esta: cuando comenzó en el primer grado de la escuela primaria, a los cinco años (…), ya Ada sabía leer y escribir, y dominaba las ‘tablas’ matemáticas a las mil maravillas, entonces sentía que estaba de más sentada en aquella aula, y al no poder salir, optó por comenzar a cantar a toda voz La Guantanamera, y no había manera de hacerla desistir. La maestra, desesperada, tuvo que acudir al profesor de sexto grado, que era muy amigo de la familia, y él decidió llevársela para su aula y ponerle a hacer trabajos escolares de mayor nivel durante varios días, y… remedio santo, Ada hizo silencio y retornó a la disciplina de todos”, reveló en una ocasión su hermana Olga.
Eventualmente, ella supo enfilar su rumbo gracias a la formación recibida en la Escuela Provincial de Arte Olga Alonso, de Santa Clara, y luego en la Escuela Nacional de Arte, de donde se graduó en Artes Plásticas. Dos años después de terminar la carrera, pasó a formar parte de brigada Hermanos Saíz.
Su servicio social lo hizo en Isla de la Juventud, en donde dejó su huella en la prensa local y creó un taller de cine debate y otros espacios para la difusión de la cultura en el territorio. Además, allí esculpió nada menos que el primer busto de Alejo Carpentier en todo el continente americano.
Más adelante, en el ’84, se mudaría a La Habana, en donde se convirtió en referente como instructora de la Casa de la Cultura del municipio Plaza de la Revolución.
En la capital incursionó en el periodismo y se convirtió en firma asidua de publicaciones como Somos Jóvenes, Letras Cubanas, Sol y Son y El Caimán Barbudo. Paralelamente, hizo carrera en la radio, en donde intervino en programas como Mirarse por dentro, Vivir para crear y 6+1.
Su intensa participación en el movimiento de artistas aficionados le ganó invitaciones para visitar países como Venezuela, México y Francia.
Tras su partida física, cada septiembre, desde 1997, se celebra en La Habana, Isla de la Juventud y Jarahueca, la Bienal Identidad, un evento y concurso de literatura y artes plásticas, que sirve como pretexto para celebrar la vida y obra de una de las voces creadores más singulares que alguna vez parió esta Isla.
“La poesía es el cañón de la ternura. En sus rincones anidan las estrellas y los actos cotidianos. Pero el poeta debe serlo, en primer lugar, en la vida misma. Creo poeta a todo ser que reconoce el privilegio de vivir y siente, por tanto, la deuda de pagar el aire que respira (…) El poeta es un medio más y para mí es el modo de entrar por otras puertas al ser humano, o al menos tocar en ellas. …La poesía viola, transgrede, desnuda, y a los infractores no se les recibe con aplausos. Lo importante es que en esas alas viaje la verdad”, declaró Ada Elba en una oportunidad.
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