A pagar allá parece un tema escrito especialmente para conciertos. Quizás sea demasiado largo para lo que se estaba gestando hace casi tres décadas. A pagar allá es, digamos, La expresiva de Manolín. Difieren en cuanto a estructura. Difieren en cuanto al inicio. Ambos, en cambio, parecen montunos eternos. Llega un momento en que los mambos y el tumbao de A pagar allá no se parecen a nada, como todo lo que vino después.
Muchos hablarán luego de La bola, de Somos lo que hay, pero A pagar allá es, si se quiere, uno de los bálsamos más perfectos de los noventa: Manolín, los teclados… y «los chamacos», juntos, por más de siete minutos, en un mismo lugar.
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