D es mi amigo, D jamás permitiría que publicara aquí algo más que su inicial. El Friki es el Friki; también existe el Bala; los nombres de las muchachas no se omitieron, simplemente jamás conocimos sus nombres
Encima de la casa del Friki hay un palomar…
—¿Qué hacemos? —le pregunto a D.
—Mmm… No sé.
Igual entramos.
El Friki nos saluda: un choque de palmas y de pecho, un beso en la cara.
—¿Qué hay? Tú eres el primo del Bala.
D es el primo secreto del Bala. D es licenciado en Ingeniería Eléctrica; el Bala juega póquer en el fondo de una bodega, dominó debajo de un poste del alumbrado público; apuesta hasta en los torneos sub-15 de voleibol; juega al taco, descalzo, en cualquier parque, bajo los aguaceros. Y hace negocios de palomas con el Friki.
—Papi, tu primo me dijo que tiene pincha en la panadería y no puede venir.
—Friki, toma, no sé si te gusta el ron…
B saca de su mochila una botella de Havana Club.
—Ñooo, de la buena buena. Senkiu, mi gente.
Este es el Friki: pantalón pescador negro, camiseta FUNK roja; en el cuello un rosario de cuentas negras y una cadena plateada, en la mano derecha un pulso con púas. El pelo estilo Dj Unic.
—Echen pa’cá.
El Friki nos pasa hasta la sala y cierra la puerta. Detrás de la puerta hay una herradura, una cruz de guano y una hoja seca de un cactus con cinta roja.
—¡Dale pa’llá, Yeiko!
El Friki tiene un perro salchicha.
—Echen pa’cá, echen pa’cá sin miedo. El bonche está acá atrá…
D y yo pasamos de la sala al pasillo, en esta secuencia: dos butacas sin el mimbre del espaldar, un búcaro con un girasol seco o con naturaleza muerta, un altar de yeso sin velas, un reloj de pared SANKEY detenido, dos cortinas en las puertas de los cuartos (una estampada con flores, otra de cuadros rojos) …,
—¡Dale pa’allá, Yeiko!
El perro del Friki ladrando debajo de la mesa del comedor, tres sillas con el mimbre del espaldar, pero sin sentadera, un refrigerador HAIER pintado de azul. Una puerta…
Antes que todo: ¿Por qué estar un viernes en la noche en casa del Friki? Antes que todo: D no conoce al Friki, yo tampoco.
Pero resulta que hacía tiempo quería escribir sobre una fiesta repa y se lo comenté a dos o tres amigos, para que me ayudaran. Hace unos días, D me escribió un sms: “Hermano, tengo resuelto lo tuyo”. Para entonces ya no recordaba qué era lo mío. Igual lo llamé, y saltó otra vez el tema de la fiesta repa. Luego de la pesquisa de D, luego de imaginarlo a él, fan de Nirvana y Linkin Park, preguntando con pena dónde había una fiesta de reparto, no podía decir que no.
Después de todo, estamos en casa del Friki un viernes por la noche, día de su cumpleaños…
—Echen pa’cá que esto ta rico.
Al fin llegamos al patio. Habían allí alrededor de 20 personas; había música: Bad Bunny en la bocina; había poca luz y humo de cigarro.
—Tengo ponche, menta y ron. ¿Qué van a tomar?
D contesta ron, para los dos. Mientras, me pregunto dónde el Friki habrá conseguido la menta.
La gente nos mira, recién llegados, pensaba yo. Quizá la verdadera causa de tanta extrañeza era D en camisa en casa del Friki, D en camisa en el mismísimo centro de una fiesta repa.
El Friki, con dos vasos en la mano, cruzando la diagonal del patio:
—Chorcito, mami, chorcito…
Le dice a una que lleva blusa verde y short de camuflaje deshilado en el borde; las nalgas le gotean. Ella ríe.
—Cojan ahí, mis chamacos.
Nos da el ron, el mismo ron que le regalamos.
—Echen pa’cá, echen pa’cá. Miren el equipazo que me eché.
Vamos hasta la otra esquina del patio, una pasarela completa. D y yo: dos gacelas desfilando ante una jauría de hienas. El Friki nos enseña una consola con amplificador.
—Esto, una patineta de medio palo y un vuelto, por el palomo cenizo mío que tenía al facho. ¿Dime, no es una ganga?
D, siempre tan ingeniero, se queda analizando los 220 cables que unían la consola a las bocinas.
—Yo pincho con el tablet, ¿ves…?, con el Aimp; el ecualizador en Full Bass & Treble y amplifico con…
El Friki aturde, como un jodido técnico de sonido teorizando en una sauna. Así que regreso, la misma migración de vuelta, y ya no me siento con tanta suerte. A mitad de camino tres muchachas bailaban, tomaban menta. La del short de camuflaje traqueteaba la cintura, temblor de nalgas bajo signos de alguna coreografía, las otras dos seguían las mismas ondulaciones.
Maldita, mami tú ere una malditaaa/ maldito, mami yo soy un maditoooo/ es que la tengo to enganchá…
Esto es lo que reproducía la consola del Friki. Al fin llegué a mi esquina, a salvo.
—Mami, perrísima que es. Ella sabía que yo iba a estar aquí. El Friki me dijo que él no la invitó. Pero a ella le encanta la calentadera, mira cómo se parte bailando…
Sospecho que una de las muchachas al lado mío es la novia del Friki. Sospecho, también, que todo puede ponerse peor.
El Friki, su voz de animador, su pelo de Dj Unic, toma el micrófono de karaoke y repite un pedazo de la canción:
Soy negro, soy feo, pero soy tu asesino/ no es la cara ni el cuerpo/ es mi palón divino
El Friki no es negro, aunque pretende serlo; el Friki imanta: no sé si es su imagen ecléctica, o si realmente su palón divino tiene poderes griales. Lo cierto es que la muchacha a mi lado lo cela, y ha comenzado a mirar a la del short de camuflaje con cierta violencia…
—Pero yo tranquila. Ella sabe que yo soy una negrita fina, vite, negrita de casa. Y ella es tremenda bajomundo, con los calcañales cuartia’os esos.
D viene de vuelta, meditativo, al parecer el Friki sabía más electrónica que él.
—Oye, vámonos ya —le digo—. El ambiente está cargado.
Le cuento lo que escuché, pero D no le da importancia, que eran cosas de mujeres, chisme.
—Además, acabamos de llegar. Si nos vamos ahora vamos a quedar mal.
Igual D ya había tomado más de cuatro tragos y, en ese punto, estaba en modo fiesta. De cualquier manera, el Friki se acercaba con dos vasos más…
—Dime guay, ¿to sabro?
Y yo que sí, que el equipo buenísimo y el ron también.
—Caballero, ripéense con alguna diablita.
D y yo sonreímos, sin otra cosa que hacer.
—Tranquilos, yo mato eso.
Se pone el Friki en medio del patio.
—Psss, gente, miren pa’ca… Se va la luz. Voy a poncharla buena. Quiero a to’l mundo ripia’o en la pista.
Se apaga la luz, y yo, de un sorbo, me tomo el trago.
—Y esto rompe con El Kamel. ¡Sube!
Ese es el Friki, en modo disc jockey.
Ya tú te mandas/ tú estás muy grande/ ya tu descorchas/ búscate un pocho/ que te mantenga/ linda la chocha…
En la oscuridad apenas se ven los bombillitos de la consola, y los aretes brillantes del Friki, que se mueve entre la masa negra.
D, como mexicano en una boda, ya tenía la camisa desabotonada hasta la mitad, y bailaba solo al lado mío; tarareaba…
—Búscate un pocho/ que te mantenga/ limpia la chocha…
D, fanático de Nirvana y de Linkin Park…
En el centro del patio, la del short de camuflaje se vira de espaldas y baja lento, haciendo ondular las nalgas. Luego sube, la espalda arqueada, las manos en las rodillas; flexiona las piernas y somete la cintura al curso de la circunferencia.
D, con cuatro rones encima, ha visto algunas fórmulas físicas en las descripciones de esas nalgas, y va hasta ellas para despejar la variable. Segundos después D es un poste, o dos, embestido por la energía cinética.
Yo, sin embargo, estoy solo. Aunque, levemente, he comenzado a mover los pies…
Entonces viene el Friki:
—Guay, ponte pa esta, asere. Mira al socio tuyo como anda…
No sé cómo, pero D estaba en el suelo, arrodillado, y la del short de camuflaje rota en un twerkin le aplaudía la cara con las nalgas.
—Pérate ahí —dice el Friki, y se va.
Yo bebo un trago, y otro. No quiero tener conciencia de nada.
—Chula, este es un socio mío. Enséñalo a bailar un poco ahí…
Viene ella, en nalgas, y sin decirme nada se vira, perrea, aplica el torque; desde ella hasta mí, desde mi cuerpo estatuario hasta ella, la energía potencial de sus glúteos al rebote.
Yo no bailo, no tomo tanto ron y, en esas circunstancias, apenas puedo pensar.
—Gente, ¡¡¡ahora sí voy a calentar!!! Calentico calentico, lo último de El Chulo.
Otra vez el Friki, su micrófono de karaoke…
dame un beso de chupeta y rosqueta/ yo te jalo el pelo/ desnúate completa/ que yo no soy Romeo ni tú eres Julieta/ de mí no te enamores que me gusta la perreta
El Friki entra al baile con la “negrita fina”, que cimbra, se contorsiona, puentea la espalda delante del Friki, que es apenas dos manos amasando nalgas; el Friki, un rosario de cuentas negras, una cadena plateada rendida sobre el letrero FUNK del pullover. Y la negrita fina con una mano sobre el cuello del Friki, la lengua masajeando las amígdalas de su novio disc jockey. Luego se desconecta y mira de reojo a la del short de camuflaje.
Pasa una canción y otra, sobre la pista un reto de contoneos, ejercicios de síncope y fugas: el arte ancestral de bajar el zipper utilizando solo las nalgas.
Detrás de todo eso está D, que intenta trucos con la cintura; D, la camisa abierta en medio de una fiesta repa.
Tú puedes tener mil dos/ que el tipo que te mata soy yo/ yo puedo tener mil tres/ a mí la que me gusta es usté/ tú puedes mil cuatro/ tú sabe que yo soy el que te mato.
Yo, al quinto estribillo estoy otra vez en mi esquina, con el vaso de ron vacío, perdido en las traducciones. La que me bailaba ahora se hace selfies con uno que tiene un iPhone y una gorra de los Lakers, un pullover FILA que le sirve dos veces…
Yo, esperando que suene Bajanda; D, un muñeco inflable al margen del ritual de apareamiento del Friki…
llámalo como tú quieras/ lo que tú digas me resbala/ yo solo vivo a mi manera.
En dos movimientos y un coro, el dúo del Friki y la negrita fina se convierte en un trío donde también baila la del short de camuflaje. Y D quieto en su puesto, solo como la una, se tambalea un poco, mira el reloj; en un episodio de lucidez ha entendido que sobra.
D, fanático de Nirvana y de Linkin Park, viene hasta mí con una batalla perdida. Yo y D; yo y la sombra alcohólica de D, migrantes en una tierra ignota, esperando ser deportados.
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