Para 2018, el mítico personaje de Jack Ryan, creado en 1982 por el escritor estadounidense Tom Clancy, había tenido varios rostros en el cine. En 1990, Alec Baldwin lo interpretó en la mítica La caza del Octubre Rojo y dos años después, en Juego de patriotas (1992), el encargado de darle vida fue Harrison Ford, quien regresaría en 1994 para una secuela, titulada Peligro inminente. En este siglo fue representado por Ben Affleck (La suma de todos los miedos, 2002) y Chris Pine (Operación Sombra, 2014).
Luego de sus aventuras en la gran pantalla, hace un lustro Amazon Prime Video estrenó una nueva adaptación de las novelas de Clancy en formato de serie de televisión. La primera temporada de Jack Ryan, show desarrollado por Carlton Cuse y Graham Roland, llegó al streaming el 31 de agosto de 2018 y contó con una aprobación casi absoluta.
En ese momento, con John Krasinski en el rol del ex marine convertido en analista financiero de la División de Armas y Financiamiento del Terrorismo (T-FAD, por sus siglas en inglés) de la CIA, se nos presentó una tanda de ocho episodios que tenía lugar en un mundo de espionaje e investigación, bastante menos efectista de lo que suelen ser las propuestas del género.
Desde su actuación Krasinski nos regaló una suerte de “héroe de a pie”, más cercana a la que nos dio Harrison Ford que a la del resto de sus colegas. Su Jack es un tipo vulnerable, con miedos, traumas y dolores físicos como los de cualquier otra persona, pero también capaz de poner su vida en riesgo con tal de cumplir la misión de proteger a su país de cualquier enemigo doméstico o extranjero.
En su primera presentación, Ryan pasó de ser un analista de bajo nivel al descubridor de una red que posee el grupo terrorista de Mousa bin Suleiman (Ali Suliman), libanés criado en Francia que aspira a instaurar un califato islámico con el objetivo de poner en jaque a las potencias occidentales.
Luego de su hallazgo, el bueno de Jack fue asignado para trabajar directamente con James Greer, director de T-FAD, y comenzar a buscar vías para desmantelar la operación de Suleiman, quien se presentó como una amenaza de gran escala para Estados Unidos y sus aliados.
Tras detener a su primer “némesis”, Ryan es enviado a Venezuela para investigar la posible presencia de material nuclear en esa nación, gobernada por Nicolás Reyes (Jordi Mollà), un presidente corrupto y dictador en ciernes que está dispuesto a todo para concretar sus turbios planes.
Esta segunda parte tiene más acción y un guion algo más flojo que el de su predecesora, pero hereda ese ambiente de tensión constante que encantó en la temporada inicial y nos ofrece material lo suficientemente bueno como para mantenernos enganchados. Igualmente se nota bastante el desarrollo de personajes y la intención, por parte de los escritores, de darle forma a una historia que continúe más allá del ciclo formado también por ocho capítulos.
La tercera entrega trae al protagonista convertido en agente de campo y nos lleva hasta Rusia, en donde una facción rebelde, liderada por el Ministro de Defensa, Alexei Petrov (Alexej Manvelov), ha reactivado el Proyecto Sokol —cancelado en 1969— con la finalidad de usar un dispositivo nuclear de tres megatones para hacerse con el poder en ese país y amenazar a medio mundo.
Ryan, ahora convertido en prófugo de sus propios compatriotas debido a un complot de Petrov, deberá pedir ayuda a Greer y juntos se terminarán aliando con el ex oficial del Ejército Rojo, Luka Goncharov (James Cosmo), para restaurar el orden en el estado euroasiático y así evitar una potencial guerra entre las fuerzas armadas de Moscú y Washington.
Esta parte del relato retoma el ritmo de la anterior, más cercana a los filmes de acción de toda la vida que al estilo sosegado y analítico de la temporada de apertura. No obstante, el carisma de las nuevas incorporaciones del elenco y la efectiva puesta en práctica de un guion que recicla los aún vigentes dilemas de la Guerra Fría, hacen que podamos disfrutar de otros ocho episodios más que decentes.
En este 2023, Amazon lanzó la cuarta y última “cabalgata” de Ryan, Greer y compañía, ahora con solo seis capítulos pero con la vuelta de aquel ritmo más “descafeinado” que fue santo y seña de la propuesta en sus orígenes.
El héroe asume entonces el cargo de Director Adjunto de la CIA, a las órdenes de la Directora Interina, Elizabeth Wright, (Betty Gabriel). Junto a esta nueva responsabilidad, que implica una profunda limpieza hacia el interior de la agencia, Jack se encontrará con una madeja de corrupción que incluye el asesinato del presidente nigeriano, carteles de droga mexicanos, las tríadas de Myanmar y sujetos poderosos que intentan forzar los acontecimientos en su favor.
Quizá la incorporación más interesante de esta parte final sea Michael Peña como Domingo Chávez, un ex SEAL que fue usado durante años como arma personal del ex director Thomas Miller (John Schwab) y sus asociados. Además, regresa Abbie Cornish como la doctora Cathy Mueller, interés amoroso de Ryan que llega para devolverle el lado más humano a su pareja y, a la vez, ejerce como parte fundamental de una de las tramas.
A lo largo de sus cuatro temporadas, el tono y el ritmo de esta serie se mueven entre la búsqueda de la verdad y unas buenas dosis de “pólvora”. Si bien su principal línea argumental gira en torno a las investigaciones y planes de los “buenos”, con el fin de desmantelar los nefarios objetivos de gente con poquísimos escrúpulos, los creadores no temen salirse del patrón y colocar en la narración algunos tiroteos y persecuciones que funcionan como complementos excelentes.
El resultado final es un thriller con matices de acción que se desenvuelve orgánicamente y nos permite disfrutar de 36 episodios bien armados y entretenidos. Además, si por un lado es cierto que prima el discurso patriótico de Ryan y su defensa a ultranza de las instituciones que defienden al pueblo estadounidense, por debajo del tapete se ven guiños sutiles claros a las “reglas” reales con las que se juega a la política en la Casa Blanca y sus alrededores.
De visionaje recomendado para los amantes de las buenas historias de espionaje, capaces de entretenernos y también de retar nuestro intelecto en la justa medida, este Jack Ryan que nos regalan Krasinski y compañía es un gran ejemplo de cómo adaptar un personaje ochentero sin que se nos ponga rancio ni pierda su esencia.
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