Tierra dura es un elogio de las cuerdas. La original, de Rubén Blades, tiene un teclado ochentero y un sintetizador donde sucumben lo que deberían ser las cuerdas que coloca Formell dos años más tarde. La de Blades parece de laboratorio, la de Formell, sinfónica; la de Blades tiene algunos timbres similares a lo mejor del Piano bar de Charly García, la de Formell parece, a ratos, más caribeña. A Blades, en ese caso, lo vuelven regional la percusión y el bajo de Mike Viñas. El resto es, más bien, casi ‘progre’; hay sonidos enrarecidos que saturan, a veces, la armonía.
Lo de Formell son las cuerdas, los alaridos de Pedro Calvo y los trombones. Donde intervienen los trombones, inicialmente, las teclas son mínimas. Donde interviene Calvo, todo lo demás se vuelve mínimo.
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