¿Se imaginan que Felipe VI no fuera el actual rey de España? Por muy raro que suene, lo cierto es que, si nos guiamos por la línea de sucesión original de ese trono ibérico, no era su rama de la familia la que tenía prioridad. Entonces, ¿qué hecho sucedido hace casi 90 años permitió a Juan de Borbón ocupar el lugar del mayor de sus hermanos, para legarle eventualmente el derecho a la corona a su hijo Juan Carlos y luego este al propio Felipe?
Si se quiere entender cómo llega el clímax de esta historia, primero hay que trasladarse hasta Sagua la Grande, localidad de la actual provincia de Villa Clara en donde nació la persona que, indirectamente, cambió para siempre la historia de la dinastía de los Borbones.
Luciano Pablo Sampedro y Ocejo, oriundo de la comunidad autónoma de Cantabria, estaba en la flor de la vida cuando decidió venir a Cuba con la idea de convertirse en magnate del azúcar. Llegó al país alrededor de la década de 1880 y tuvo éxito bastante pronto.
Sin embargo, la mayor conquista de Luciano en el “nuevo mundo” fue doña Edelmira Robato y Turro, criolla e hija de asturianos que le robó el corazón y con el tiempo se convirtió en su esposa. De aquel matrimonio nació, el 5 de marzo de 1906, Edelmira Ignacia Adriana Sampedro y Robato.
Poco más de un año después del alumbramiento de doña Edelmira, el 10 de mayo de 1907, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, mujer de Alfonso XIII, daba a luz a su primogénito, quien fue bautizado con el nombre Alfonso Pío Cristino Eduardo Francisco Guillermo Carlos Enrique Eugenio Fernando Antonio Venancio Borbón y Battenberg.
El niño nació aquejado de un problema de salud que le venía por la vía materna. Victoria, nieta y tocaya de la monarca de Inglaterra, le legó a su primer hijo la hemofilia (también al segundo, Gonzalo, quien murió cuando era todavía muy pequeño), algo que descubrieron al momento de practicarle la circuncisión al neonato.
Criado entre algodones y otros cuidados extremos, el príncipe heredero vivió parte de su juventud en el palacete de la Quinta. A pesar de la compleja condición física del muchacho, el amor que le profesaba su padre, el rey, era tan grande que jamás pensó en negarle su derecho a reinar (como sí haría luego con Jaime, el hijo del medio, quien era sordo), aunque al final eso no fuera algo que dependiera enteramente de su voluntad.
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El 14 de abril de 1931 fue proclamada la Segunda República Española y menos de un día después sucedió la partida al exilio de Alfonso XIII y su familia. Tan rápido salieron los Borbones de España con rumbo a París (y luego a Roma), que el monarca no llegó a abdicar de manera oficial, algo que después resultaría una gran ventaja para sus descendientes.
Justo en los instantes en que se producía su retirada del país, el joven Alfonso, quien estaba cerca de cumplir 24 años, vivía una de las peores crisis hemofílicas de su vida. Tan grave era su estado que debió ser trasladado en una camilla hacia el ferrocarril que los sacaría fuera de las fronteras.
Con el objetivo de que mejorara su estado de salud, el heredero fue enviado a recuperarse a Leysin, ciudad alpina de Suiza, conocida por la calidad de sus clínicas y el característico aire puro montañés. Por cuestiones del azar, allí fue donde se cruzaron los caminos del Borbón y la Sampedro.
Edelmira, cuya familia ya no era tan rica como antes, sufría de una terrible y constante tos que la tenía muy desmejorada, y coincidió en los pasillos del sanatorio con el español, quien tampoco estaba de ánimo para fiestas. Sin embargo, poco a poco la chica fue recuperando su vitalidad acostumbrada y transmitió ese ánimo a su compañero. Luego llegó la atracción mutua y un amor inesperado que llevaría al Príncipe de Asturias a tomar la decisión más importante de su vida.
Enamorado, Alfonso le pidió a Edelmira que fuera su esposa, aunque sabía que aquello le costaría muchísimo. Por ese entonces seguía en vigencia la Pragmática Sanción de Carlos III, ley impuesta en 1776 por aquel rey con la intención de prohibir los matrimonios morganáticos, en este caso, la boda entre un miembro de la realeza y alguien del populacho.
Debido al antiguo estatuto, el príncipe se vio forzado a renunciar a sus derechos como siguiente en la línea sucesoria de la corona (que no tenía donde reinar) y este pasó a ser su hermano Juan Carlos, debido a que Jaime, como habíamos mencionado anteriormente, fue censurado por el cabeza de familia debido a su discapacidad.
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El 11 de junio de 1933, Alfonso presentó el documento oficial que certificaba su dejación absoluta a la corona. Solo diez días después, él y su novia celebraron sus nupcias en la Iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy, situada en Lausana, Suiza. Aquella jornada, en lo que fue una ceremonia modesta y privada, estuvo presente la reina Victoria Eugenia, así como sus hijas, las infantas Beatriz y Cristina. Alfonso XIII se negó a ir, dolido por el hecho de que su hijo predilecto se había negado a ocupar el puesto que le correspondía.
Los recién casados, quienes pasaron a ostentar el título de condes de Covadonga, tuvieron unos comienzos ideales. Durante una entrevista que dieron en ese tiempo al periodista José María Carretero, mientras se hospedaban en el Hotel París de esa ciudad, el español manifestó: “mi mujer no solo me ha traído la felicidad, sino también la salud. Desde que la conocí mejoré extraordinariamente. Ha sido para mí como un hada buena”.
Sin embargo, la doña y sus derroches provocaron los regaños del marido, cuya mesada había sido recortada por el padre de 15 mil a 500 francos. Producto de esa situación vino la primera separación de la pareja, aunque hay quien dice que directamente fue ella quien lo abandonó a su suerte. No obstante, poco después se volvieron a reunir en Nueva York y luego se establecieron durante un tiempo en Cuba.
El matrimonio duró hasta 1937 y, tras la ruptura, Edelmira le exigió a su cónyuge una pensión de 100 dólares y también demandó quedarse con todo lo que él le había ofrecido como regalo a lo largo de su unión.
Si bien Alfonso tuvo otras dos relaciones conocidas -primero con Rogelia Altuzarra y Carbonell y después con Mildred Gaydon-, Edelmira jamás volvió a casarse.
Diferencias aparte, hubo un momento que dejó claro el cariño y respeto que siempre sintió la antillana por el que fue su esposo. Sucedió en 1985, cuando Juan Carlos I, hijo de Juan de Borbón, mandó llevar los restos de su tío a Madrid para colocarlos en el Panteón de Infantes de El Escorial. En ese instante, fue la cubana quien llegó al aeropuerto de Miami para despedir a su gran amor durante su último regreso a casa.
Además, el vínculo de Sampedro con la Familia Real fue siempre cordial; incluso fue la única mujer de Alfonso que alguna vez logró ser reconocida por ellos como esposa del expríncipe. Apodada como «La Puchunga» por sus parientes políticos, llegó a ser tratada con bastante cercanía por ellos, pues no solo le permitieron conservar su título después del divorcio, sino que luego de la muerte de su exmarido, ocurrida en un accidente automovilístico en el año 1938 en Miami, le otorgaron una pensión vitalicia como su viuda.
Tras el fallecimiento de Edelmira, sucedido el 23 de mayo de 1994 en Coral Gables, Florida, fue publicada en el diario ABC una anécdota del rey Juan Carlos, quien alabó el hecho de que su exnuera llamara en varias oportunidades para preocuparse por la salud de la reina Victoria Eugenia. “Edelmira es una buena mujer, ha llamado varias veces por teléfono, interesándose por la salud de mamá ¡Imagínate, en sus circunstancias, huida de Cuba con lo puesto, y con lo que cuesta una conferencia!”, expresó en aquel momento el monarca.
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