Desde antes de su estreno en la plataforma Apple TV+, Foundation comenzó a despertar bastantes expectativas. No podía esperarse menos de una obra adaptada a partir de la saga homónima de Isaac Asimov, una de las más ambiciosas, profundas y abarcadoras de todos los tiempos y, además, escrita para la televisión por David S. Goyer, el mismo que trabajó en la trilogía de Batman con Christopher Nolan.
El elenco, encabezado por Jared Harris (Fringe, Chernobyl) y Lee Pace (The hobbit, Halt and Catch Fire), más el excelso nivel de producción que se notó desde los dos primeros episodios, también fueron elementos que contribuyeron a elevar las opiniones e hicieron que muchos empezaran a hablar de un nuevo suceso icónico en la pequeña pantalla.
Sin embargo, tras completarse la mitad de esta primera temporada (los creadores han dicho que podría tener hasta ocho capítulos) y, a pesar de que sí se nota el infinito potencial en el metraje que hemos visto, aún Foundation no ha logrado involucrar a la audiencia en esta historia de gran formato que se mueve constantemente por el espacio y el tiempo, pero que aún batalla por mover lo más importante: el corazón del público.
El argumento gira en torno a Hari Seldon (Harris) un psicohistoriador, o sea, alguien que se dedica a analizar matemáticamente los posibles futuros de la galaxia, a quien sus estudios llevan a percibir el declive y eventual caída del imperio dentro de miles de años. Al conocer tal información, la triple corona sostenida por la tríada de clones del emperador Cleon I, y liderada por el Hermano Día (Pace), decide condenar a muerte al científico y sus seguidores.
No obstante, un atentado contra el masivo Puente Estelar de Trantor, sede del Imperio, lleva a Día a cambiar su decisión y, por tanto, envía a Seldon y todos sus acólitos hasta Términus, planeta situado al borde de la galaxia, para que allí se dediquen a trabajar en su Fundación sin molestar demasiado el statu quo.
La historia comienza, entonces, a narrar no solo los hechos que acontecen a partir de este punto, sino que va al pasado y al futuro mientras desarrolla sus tramas y personajes, algo que puede llegar a resultar a veces confuso, pero tampoco es imposible de procesar si se presta la debida atención.
El principal problema del guion está en el hecho de que falla en darle matices a la mayoría de personajes; eso, sin contar que no se permite una sola pizca de sentido del humor o de diálogos que rompan la perenne solemnidad que se percibe y humanicen el tono de lo que se cuenta. Y, ojo, no es que el tono del show esté mal per se, pero sí le vendrían bien unos cuantos condimentos (incluidas algunas sonrisas ocasionales, que tampoco es mucho pedir) que permitan a quienes estamos de este lado sentir algún grado de identificación con los protagonistas y la gigantesca aventura que se nos presenta.
En defensa de Goyer hay que decir que la obra de Asimov había sido, hasta ahora, un obstáculo prácticamente imposible de salvar para los que quisieron llevarla al live action. Por ahí se percibe que la complejidad narrativa ha terminado por cautivar y viciar demasiado a este brillante creador audiovisual, lo cual se palpa en la manía del programa de querer abarcar tanto todo el tiempo y en la repetición de temas sombríos y hasta ominosos, todo sin dejar entrever las esperanzas, sueños y otras características que den una mayor dimensión a la gente de Términus o Trantor.
Algo que tampoco ayuda a defender la forma en que está siendo presentada la serie son las pocas respuestas que ha dado hasta el momento y la dispersión que se nota entre los dos episodios iniciales y el resto. No es que no exista coherencia o cohesión argumental, pero sí se extraña que personajes aparentemente fundamentales no hayan vuelto a salir en escena y, en cambio, da la impresión de que todo ha seguido su curso sin que importen esas «desapariciones».
Fuera de las fallas a la hora de contar y ciertos deslices actorales en algún punto, todo lo demás resulta maravilloso. El diseño de los escenarios es deslumbrante. Cada rincón de este universo es creíble, y no solo por el nivel de detalle que hay en cada vestuario, peinado, arma, ciudad o en las propias naves espaciales, sino porque más allá de eso, se nota que han sabido darle identidad a lo que el bueno de Isaac puso en palabras.
Al ver Foundation sentimos muy a menudo que no se trata de una serie, sino de un largometraje producido para el cine. En ello tienen que ver el formato de filmación de la imagen y una fotografía que tributa a crear esa personalidad que mencionábamos antes en torno a cada mundo que visitamos.
A la par de Harris y Pace, lo mejor del reparto yace en Laura Birn como la androide Demerzel; Terrence Mann, en el rol del Hermano Ocaso; Elliot Cowan, encargado de dar vida a Lewis Pirenne, director de la Fundación, y Clarke Peters como Abbas, padre de la fundamental Salvor Hardin, cuya intérprete, Leah Harvey, sí ha quedado debiendo lo suyo hasta ahora.
En resumen, Foundation es un espectáculo fabuloso en, prácticamente, todos los sentidos, si no fuera porque sus creadores han intentado “morder” demasiado a estas alturas y por esa extrema seriedad con que se toman las cosas. A pesar de ello, puede crecer y mejorar muchísimo, así que tampoco descartaría que todo su potencial salga a la luz y termine por convertirse en lo que quisiéramos que fuera.
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