Veinte minutos antes me había dicho que no iba a salir a aplaudir a Obama con una banderita norteamericana ni nada de eso y faltaban par de días para que Obama visitara Cuba. Me habían enviado del periódico Granma a preguntarle por las relaciones entre los dos países, me había dado una conferencia regia y, pasadas las 11 de la noche, la escuchaba hablar sobre periodismo.
—La ley de prensa —dijo— es una de las cosas que habían quedado pendientes después del (noveno) Congreso de la Upec. Pero eso tiene que ir acompañado de una nueva concepción del trabajo de los periodistas…
A las siete de la noche, agarré el aparato telefónico y llamé a su casa:
—Buenas noches —dije—. Por favor, con Graziella Pogolotti.
—Soy yo —me dijo con su voz gangosa, serena. Le expliqué de la entrevista. Le dije que apremiaba y me explicó que debía ser después del noticiero, que ella nunca se pierde el noticiero. A las 8:30 de la noche, justo, me subí al ascensor, llamé a su puerta y me recibió una mujer que colaba café. Graziella estaba en un sillón de madera al lado de la mesa del teléfono. Había libros por toda la casa. En estantes, en la mesa, en las butacas. Había una extraña claridad y ese olor de las cosas que han estado guardadas mucho tiempo. Me senté frente a ella y conversamos sobre Fidel, Obama, el Papa, Kennedy, François Hollande y, tres horas más tarde, la escuchaba hablar sobre periodismo.
—Hay que repensar muchas cosas —dijo—. Yo creo que la prensa plana tiene que ser mucho más de opinión, de análisis, que informativa. Y también la radio y la televisión, en lo que se refiere a las noticias. Porque uno oye el noticiero televisivo de por la noche, y en el orden informativo al día siguiente los periódicos repiten más o menos lo mismo. La radio te repite lo mismo. La revista de la mañana te repite lo mismo. Sin embargo, entre la hora de cierre de los periódicos y la emisión del noticiero de por la mañana, pasan horas. Y en el mundo hay distintos husos horarios. Quiere decir que, en lo que nosotros estamos durmiendo, pasan cosas.
«Entonces por la mañana deberían actualizarte de lo que ocurrió. Pero eso no sucede. Y tiene que suceder, sobre todo actualmente, que la información digital se recibe al momento. Tú pones, por ejemplo, Russia Today en la computadora, y te dice lo que está pasando en ese momento. Por lo tanto, la inmediatez, que durante mucho tiempo fue una clave del periodismo, ahora es imprescindible».
Graziella lleva una bolsa tejida colgada al cuello. Dentro, sus cigarros. La fosforera. Cada diez minutos lleva la mano temblante a la bolsa y saca un cigarro. Lo pone en sus labios y lo enciende. Después deja el paquete y la fosforera dentro de la bolsa. Chupa el cigarro y la voz le sale desde la pantalla transparente de humo. A veces lleva el cigarro hasta un cenicero que hay junto al teléfono y le da unos toques para que caiga el polvo. Vuelve a fumar.
—Yo creo que se necesita, cada vez más, periodistas con un nivel de especialización. En otros lugares del mundo, no ahora, hace años, los directores, los periodistas principales de los órganos de prensa respetados, eran graduados de Ciencias Políticas, de Historia. Era gente que hacía periodismo pero que al mismo tiempo publicaba libros.
«Yo me acuerdo que en los 70– 80 el director de Le Monde era graduado de Ciencias Políticas, pero era especialista en Estados Unidos, y escribió un libro llamado El imperio americano, que es un análisis muy interesante de los Estados Unidos. Y como él, había periodistas que eran especialistas en América Latina…»
«Entonces venía la noticia, digamos, de un golpe de Estado en Bolivia, que es un país donde constantemente los había, y ellos no publicaban la información, sino que te decían ese golpe de Estado qué antecedentes tiene, quiénes son los que lo perpetraron, a qué responde… Tenían un conjunto de referencias que no te da la información simple».
Mientras hablamos, suena mi teléfono. Ya son casi las 12 de la noche y debo volver a Granma, transcribir la entrevista y prepararla para la edición del día siguiente. Se lo explico a Graziella y, mientras guardo la agenda y el bolígrafo, me dice:
—Yo me acuerdo que en los años 50, Le Monde —pongo el caso de Le Monde porque era un periódico muy influyente en esa época— publicó una serie de artículos que se llamaba Los 600 millones de hormigas azules. Las hormigas azules eran los chinos, que entonces eran 600 millones nada más y, como Mao Tse–Tung se vestía de azul, con una especie de chamarra, en general los chinos se vestían con ese mismo color. Y esa serie de artículos produjo sensación, porque estaban analizando China, que no era la que estaba dominando en el mundo. Y entre otras cosas hablaba de los adelantos que, a pesar de las dificultades, había tenido China, y al mismo tiempo les hacían ver a los empresarios que China era un lugar muy interesante y que, por lo tanto, las relaciones con China tenían que ser buenas….
Me despido. Luego llego al periódico y escribo sobre Fidel, Obama, el Papa, Kennedy, François Hollande; escribo que Graziella no iba a salir a recibir a Obama con una banderita norteamericana ni nada de eso. Y nunca salió.
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