En los años 80, la carrera de Augusto Enríquez estaba en un momento excelente. Su rol como cantante principal del grupo Moncada, cuya popularidad entonces era notable, lo colocaban entre los artistas más reconocidos y conocidos de la Isla, algo por lo que la mayoría hubiera vendido la mitad de su alma o un poco más.
Sin embargo, Augusto tenía, además de la música, la aspiración de convertirse en médico. En contraposición a la gloria y la fama que le aportaba su lugar dentro del mundillo del espectáculo, el deseo de este talentoso joven era hacer su propio camino, apartado de los focos y más “aterrizado” en la vida real.
Obstáculos tuvo de sobra para obtener el título, pero al final logró graduarse en 1985, siguiendo la tradición familiar, aunque resultó que el novel doctor tenía ya una enfermedad incurable a esas alturas. Si bien, por un lado, el camino de la música tenía sus “contraindicaciones” y la ruta de Asclepio parecía lo más “sano”, el avance de “contagio” artístico era tal, que no pudo menos que rendirse ante ello. Con el dolor de su alma, colgó la bata y decidió que la voz sería, desde ese momento, su herramienta fundamental para el trabajo.
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Augusto Enríquez Hernández, nacido el 2 de agosto de 1961 en La Habana, actualmente vive en la ciudad canadiense de Halifax, capital de la provincia de Nueva Escocia. Allí, funge como profesor de canto en el Nova Scotia Community College.
Según diferentes fuentes, los primeros “síntomas” de lo que sería la gran pasión de este hombre, comenzaron a manifestarse cuando aún era poco más que un estudiante cualquiera de la Universidad de La Habana. Por ahí conectó con Moncada, y Jorge Gómez, su director, lo ayudó a convertirse en una de las figuras más mediáticas en el panorama musical nacional.
De esos años, ha declarado en alguna ocasión, tiene un bello recuerdo, no solo por las extraordinarias experiencias profesionales que incluyeron, entre otras, varias participaciones en el Festival de San Remo, sino también por el crecimiento humano que significó compartir con una de las bandas más icónicas de su generación.
Al momento de lanzarse como solista, recibió algunas críticas fuertes de personas que no entendían o compartían su forma de manifestarse sobre el escenario. Lo atacaron, acusándolo de sobreactuar y de ponerse en ridículo delante de las multitudes, tomando como ejemplo su interpretación en el Festival de la OTI, en donde cantó el tema Solo para mí. Sin embargo, aquello no llegó a herirle realmente, y sí lo espoleó y lo llevó a grabar un disco con ese mismo título.
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Pasó alrededor de una década desde aquella etapa hasta que, en 1999, con su álbum Cuando yo sea grande (EGREM), se alzó con el Cubadisco en la categoría Pop. No obstante, lo mejor estaba por venir.
Meses más tarde sorprendió al mundo gracias a su particular aproximación al fenómeno de las grandes orquestas cubanas que florecieron a mediados del pasado siglo. Con Carambola (RCA), material al que dio forma gracias al singular apoyo de Demetrio Muñiz y Gianni Minà, periodista y anfitrión televisivo italiano con quien tenía una larga amistad, homenajeó al Benny, Pérez Prado, Tito Gómez, la orquesta Riverside, Machito, Vicentico Valdés y otros compositores.
A esas alturas, sumaba también en su currículum participaciones en el tour europeo del guitarrista y productor Phil Manzanera, cuya gira de 1992 incluyó paradas en Roma, Milán, Turín, Londres, Múnich, Frankfurt, Berna, Basilea y Zúrich. Igualmente acompañó a Jovanotti en un concierto en la escalinata de la Universidad de La Habana en el ’95, y ese mismo año compartió con Miriam Makeba, Boys II Men y Paul John en la gala Help Ruanda. Más adelante, en el ’99, fue parte del Festival of The Living Treasures, celebración musical africana realizada en Durban, Sudáfrica.
Tras haber hecho tanto en tan corto periodo, su obra llamó la atención de uno de los más grandes de todos los tiempos. A propósito del éxito de Carambola, premio Cubadisco en la categoría Antología de Versiones, el tenor Luciano Pavarotti lo contactó para invitarlo a la edición de 2002 del concierto Pavarotti & Friends, que esa vez estuvo dedicado a Angola.
Antes del espectáculo, Luciano lo recibió y, para sorpresa de Augusto, fue pródigo en elogios para su arte. Luego de compartir una conversación que pareció reunir a dos hermanos separados durante varios años, el famoso artista europeo le propuso interpretar Chitarra romana (Guitarra romana), con un arreglo que incluía ritmos cubanos, ejecutado magistralmente por la Orquesta Sinfónica de la RAI, compañía de radiodifusión pública italiana.
Aquel día también estuvieron en el escenario superestrellas como Sting, Andrea Bocelli, Grace Jones, Lou Reed, Gino Paoli, Elisa y James Brown. A continuación, mantendría su amistad con Pavarotti, quien, según contó Enríquez en una entrevista, le manifestó sus deseos de venir a Cuba a cantar, algo de lo cual se vio privado, primero por su contrato, y luego por su muerte, sucedida en 2007.
Desde aquel momento que cambió su vida, tal y como expresó él mismo, llegaron otros hitos en su carrera, que incluyeron, en 2004, la jornada de inauguración de los conciertos estivales en el Nuevo Auditórium de Roma y la publicación de otro disco fabuloso como fue La Bolita (BMG Ricordi S.p.A.), junto a su Mambo Band, y merecedor de otro Cubadisco.
Igualmente, participó con Mick Fleetwood, Paddy Moloney y Todd Smallwood en la composición del single One World, incluido en el álbum Bridge to Havana, en donde también estuvieron “monstruos” como Carlos Varela, Alberto Tosca, Edesio Alejandro, Manolito Simonet, Carlos Alfonso, Geraldo Alfonso, Horacio «El Negro» Hernández, José María Vitier y Pablo Menéndez, más Gladys Knight, Peter Frampton, René Baños, Joan Osborne, entre otros.
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Súper artista y historia
Mi juventud creció con Augusto!! Gran cantante, magnífico. Un gustazo escucharlo