Primero, una observación: cuando el Clan 537 se fracciona, no puede hablarse de reparterismo en término absolutos. Todavía las influencias boricuas orbitaban alrededor del panorama del flow en estas tierras y, cuando más, los reguetoneros de entonces se atrevían a agarrarse del chivo expiatorio de la fusión -que tanto ha servido a todos los géneros del país- para proclamar la independencia musical. Recientes estudios arqueológicos han comparado el “ADN lirical” de varios exponentes del momento con los reparteros de hoy, y han concluido que, excepto por el rey Elvis, la maldad solía mostrarse con timidez en el genotipo de los músicos de entonces.
Nadie sabe a ciencia cierta qué desencadenó la fractura del Clan 537 de una forma tan abrupta y violenta. La Apócrifa Biblia del Reparto, rica en narraciones y personajes semimitológicos, culpa a un cierto “Ernesto Maestro” o “Ernesto, maestro” (no se sabe cuál de las dos versiones es la correcta, pues Insurrecto, mejor bolígrafo de la República y autoproclamado seguidor de Saramago, manejaba a su antojo los signos de puntuación). No se conoce mucho de este sujeto vocativo, presente en casi todos los edictos reales dispuestos por el Clan 537, aunque se especula que haya sido una especie de mentor de este grupo y, por razones oscuras, el causante de su final.
El “Chino” Fukuyama, reparterólogo revisionista y colega de gran prestigio, ganador del Chúpateesa Academic Award, y con quien tuve la oportunidad de estudiar un posgrado en la Real University of Pogolotti, tiene una teoría más aterrizada e historicista al respecto. Según este reparterólogo, el fin del Clan 537 era inevitable por razones de desarrollo histórico del género. Ante el fracaso que suponía una monarquía, siempre susceptible a perder a su soberano, la democracia se abrió paso. El “Chino” Fukuyama alude a lo que él mismo llama “El Fin de la Historia, que no es fin en sí mismo, sino renacimiento, reorganización, triunfo de la contrahegemonía del subproducto del reguetón que era el reparto. El feudalismo musical pasó a ser republicanismo musical, una pugna constante por el poder que muchas veces dejó en el mismo hecho del contrapunteo sus mejores obras”.
Personalmente, me inscribo como defensor de esta última vertiente. Un análisis hermenéutico de la obra del Clan 537, antes y después de su separación, da cuenta de un giro copernicano en la manera de entender el flow. Con la división del mundo reguetonero entre babyloreanos e insurrectistas, y la consecuente Guerra Civil Repartera, el subgénero de la tiradera alcanzó dimensiones nunca antes vistas. Por primera vez, el enemigo al que aludían las tiraderas tenía nombre y rostro, eran embestidas públicas desde lo íntimo de una relación quebrada. Baby Lores e Insurrecto se convierten en antagonistas directos entre sí, en sus respectivas némesis. El ritmo adquiere un trasfondo de violencia. Se disparan a matar. Desde el psicoanálisis, incluso, se percibe el instinto de reflejar en el contrario la imagen del padre y, como dijera Freud, de matarlo; cosa que demuestra el repetido y peligrosamente cariñoso término “papi” (Papi, quítate que esta guerra no es contigo o Papi, deja la papilla; tú lo que vas a hacerme a mí es chuparme la cabilla o Papi, esto es un asesinato lirical, etc.)
Podría decirse que el Clan 537 predijo el caos que vino con la exquisita metáfora que hablaba sobre un “universo” tras de ellos y, por delante, una “pared” que, suponemos, les prometía un freno mediante un duro golpe. Ese golpe llegó, sobre todo para Insurrecto, que vio mermada sus fuerzas insurrectistas luego de la “Masacre de Río Cristal”. En esta gran batalla se lució el genio estratega del, hasta entonces desconocido, Chacal, quien se llamaba a sí mismo “un animal en transformación” y poseía un afecto intelectual por la doctrina milesia (Tienen que saber que somos los mismos, pero no hacemos lo mismo). Junto a Baby Lores, el Chacal humilló a Insurrecto de tal forma que éste último, aunque intentó aliarse con Mayko o Maykel (Maykel, Maykel, ¿Maykel qué? se mofaría el Chacal) y Yulien Oviedo, no pudo sobreponerse. Siempre hubo terceros que intentaron hacer leña del árbol caído, como cierto personaje llamado Blad MC, pero solo para aportar dos o tres metáforas insignificantes al género.
El Chacal, quien tendrá un capítulo exclusivo por méritos propios, fue el verdadero triunfador en esta querella aparentemente de dos. En una jugada maestra, colaboró con el fin de Insurrecto y suplantó a un Baby Lores desgastado tras un año entero de beligerancia. En su intento fracasado y oportunista de reintegración, Baby Lores e Insurrecto pensaron haber ganado, cada uno por su lado, suficiente masa de adeptos que, sumada, les traería otra era de esplendor. En verdad, aquel último disco en el que aludían a un “regreso de los reyes al trono” no fue más que una capitulación suicida. El trono quedó más vacío que nunca, y el Chacal, joven promesa político-musical, quedaba como el único referente relativamente digno a ocuparlo.
Quienes apostaron por la chacalización del trono del reparto (ya entendido como tal luego de la guerra) se equivocaban. Tal vez desconocían que en los márgenes de la política crecía un vástago bastardo del rey Elvis. Le conocían por Yosvani Arismín Sierra Hernández y todavía ignoraba su herencia. Faltaría algún tiempo para que la narrativa mesiánica repartera lo convirtiese en Chocolate MC, Rey de los Reparteros.
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