Ejercicio casero: Día 41

2 min


0
Foto tomada de El País.

Hace 40 días que despierto ante la misma foto: horas y horas amontonadas que flotan sobre un vacío tremendo. Es un horror inacabado y sigue, coágulo a coágulo por minuto. Porque todo cumple una secuencia desde que destapo el día, tomo café, reviso internet, cago, y tomo más café mientras escucho hablar de la muerte como si fuera una vendedora de relojes. El mundo se está acostumbrando a la fatalidad, la gente cada vez habla más y mejor y menos dolorosamente de la muerte. Todo el día mientras comen, cagan, tiemplan o sueñan; si beben, lloran o celebran, se la dejan en la boca, como un sabor perenne, agridulce, que anida bajo la lengua. Del mismo modo en que los antiguos egipcios tendían cadáveres en los banquetes para no olvidar su destino mortal, así los hombres de hoy tienen en las noticias la notificación diaria de su desdicha. Y siguen buscando en la tristeza ajena, incluso en la propia, una paz corrompida.

Aunque a estas alturas, estoy cansado de todo. De las cifras y probabilidades, de los gráficos; de la minuciosa tarea de los hombres que cuentan vidas de menos con un pragmatismo que ofende. Cada día es como lanzar los dados y esperar que el azar le ponga edad y dirección particular a los decesos. Uno se sorprende al ver cómo un número puede nombrar un cuerpo. Ya no me dan risa los chistes de los noticieros ni la postura cerosa de los presentadores. Pareciera que guardan toda la pena de una isla y su mundo adyacente bajo la solapa de los blazers. Apenas logran torcer los labios cuando cantan las cifras del bingo, ese mohín del pésame más comprometido con las poses propedéuticas de la optativa de locución que con la sensibilidad por quienes sufren. Luego los hallas en Facebook dándole «Me divierte» a todos los memes en los que aparecen gatos. Y esa es una parte. La otra, del lado contrario del tablero, se dedica a recolectar defecaciones de lo nacional y venderlas luego como guano fresco. Somos eso los periodistas de Cuba: otro horror inacabado.

En lo adelante no encenderé el televisor ni leeré noticias ni haré capturas de pantalla a los gráficos que dibujan cuerpos humanos. En lo adelante pondré la misma foto de todos los días y dibujaré algo en ella por cada hora que pase: nasobucos y banderas, gente que va, árboles, banderas, banderas, los parques continuos en el mismo borde de las avenidas, nasobucos, banderas, un girasol en todos los pechos pobres de las amas de casa, los tendones del brazo erguido que ejecuta la siega, nasobucos, nasobucos pintados color bandera, bien ajustados a la boca de los retratos y a las estatuas en los parques, y a los hijos y los nietos. Una bandera en la boca de los que no dicen nada. Como yo.

Por eso no me gusta recordarme quién soy, y de paso, recordar el nombre de mi país tachado. Hay una paz magnífica en dejar todo en blanco, incluso esas horas amontonadas que flotan sobre el vacío.

PD: Si quieres leer las entradas anteriores, puedes hacerlo aquí.

Anuncios
Anuncios
Anuncios

0 Comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

× ¡¡¡Contáctanos!!!