El frío de verdad, no el que pasamos en la isla dos o tres días cada año, nunca ha escapado a nuestros humoristas. En un chiste de finales de los 90, un directivo próximo a volar hacia Europa revisa detalles con su secretaria: “¿Y me averiguaste cuál es la temperatura en Múnich?” Respuesta de la secretaria: “Cero grados.” Contra-respuesta entusiasta del directivo: “Eso es lo que me gusta a mí. Que no haya ni frio ni calor”. En otro muy bueno, Álvarez Guedes narra las peripecias de un cubano que se muda de Miami a Pensilvania pero que da marcha atrás abrumado por la “mierda blanca”.
Más allá de la risa, no hay que sorprenderse por el desconocimiento o confusión del protagonista en la primera historia sobre el valor cero en una escala de temperatura -allá llegaré en unas líneas-, ni tampoco asustarse por las desventuras del coterráneo en la segunda. Inspirado en ambas, quisiera compartir algunas vivencias, probablemente similares a las de otros cubanos que han vivido más al norte o más al sur de la franja tropical, y que ilustran cómo la vida en estas regiones es algo más que abrigarse, engorrarse y abufandarse.
Es erróneo pensar que uno resuelve simplemente con un abrigo –o dos-, un gorro y una bufanda, pues la vestimenta necesaria resulta bien variada…incluso complicada. Poco antes de mi primer invierno en Vermont, estado colindante con Canadá, pensé que me había puesto las botas con un abrigo que compré a bajo precio. Un “nativo” al que se lo mostré me comentó: “That looks like a nice down coat” (Parece un buen abrigo para abajo). Y de pronto me dije, “si este es un down coat entonces hay up coats” (abrigos para el exterior). Y así aprendí que hay jackets para el otoño y la primavera, sobretodos de lana, jackets de nylon -con forro de lana u otro material- para las nevadas, jackets sin y con caperuzas, y caperuzas sin y con “peluche” en el borde para contrarrestar la fuerza del viento. Hay jeans con forros además de la mezclilla, botas forradas en el interior y botas de goma para la lluvia y la nieve, también forradas en el interior…y camisetas de mangas largas –no simplemente enguatadas- y calzoncillos de patas largas, algo así como up calzoncillos para ponerse encima de los down calzoncillos.
Las precauciones no son solo al vestir. En la esfera del transporte hay unas cuantas que ayudan a ilustrar otras realidades de la vida bajo cero. En los estados que comparten frontera con Canadá –y por supuesto en Canadá-, se necesita un juego de neumáticos diferente para el invierno, no importa que el que usemos en el verano sea all season (para todas las estaciones). Los camiones de carga en territorios más fríos tienen que ponerle, además, cadenas a las gomas. Hay que estar atentos a los partes meteorológicos porque la nieve no es simplemente la “mierda blanca” de la que habla Álvarez Guedes: hay nieve seca y nieve húmeda –diferencia notable a la hora de palearla-y diferentes nombres para lo que cae del cielo …Hay hielo –no para enfriar cervezas precisamente, aunque se pueden sacar los líquidos fuera de la casa si no caben en el refrigerador-… hielo blanco y hielo negro y, como diría el profesor Pepe Rillo, “ahí si hay problema”.
En el hielo se resbala y no hay frenos que resuelvan una vez iniciado el movimiento, y el hielo blanco puede ser perceptible, pero el negro no, especialmente On a dark desert highway –como en el primer verso de Hotel California– donde no puedes anticipar lo que vendrá, pues no hay carro delante cuyas peripecias nos indiquen qué hacer. Es cuando hay que tener a manos “pinchos” para ponerlos encima de las botas, un chaleco fosforescente –como los que usan en los aeropuertos-…y sobre todo, manejar a bajas velocidades, con mucho cuidado.
Cuando la cosa se pone dura, oscurece como a las 4 y media de la tarde y el resto de la vida transcurre en casa o en lugares cerrados, cosa que depende de donde uno viva. Recuerdo una noche en que llegaba a Montreal sobre las nueve, debajo de tremendo “palo de nieve”, y la gente en la avenida Sherbrooke como si hubiera carnavales… de invierno. También en esta época es muy difícil ver trabajos de construcción; las estructuras y paredes se levantan entre Mayo y Noviembre, época en que también se arreglan carreteras y baches –sí, baches…que si no se cogen a tiempo se quedan para el próximo verano-. Pero sí, en las construcciones se sigue trabajando en los interiores, aunque la pintura y otras labores de mantenimiento y reparación son cosas que se planifican para temperaturas más altas. Esto de guardarse temprano es posiblemente la explicación del por qué un gran número de mujeres “nativas” tiene excelentes habilidades para hornear o coser, mientras que los hombres realizan labores de carpintería en sus garajes.
Los ejemplos del vestuario, el transporte y las construcciones son bien ilustrativos de los ciclos de la vida bajo cero. Para alguien proveniente de una cultura latina donde el tiempo no es tomado muy seriamente, observar estos ciclos y precauciones nos hace más disciplinados, previsores y organizados sin renunciar a la espontaneidad y alegría que nos caracteriza. Estas vivencias no son para ver el vaso medio vacío. Además de las nuevas sensaciones en lo táctil o lo térmico, en estas regiones se abren nuevos horizontes en lo gustativo o visual. A los de las frutas que tenemos en el trópico –y aquí también, con excepción de la guayaba o el mamey-, por ejemplo, se agregan otros espectros de sabores con manzanas, peras, uvas, fresas, melocotones, nectarinas, kiwis. El espectáculo visual del cambio de coloración en las hojas de los árboles durante el otoño es algo único y lo que deja una buena nevada, especialmente en un paisaje rural, es algo que también tiene una belleza indescriptible. ¿Se imagina usted, lector, las Cataratas del Niágara o la de Soroa –para tener un referente cercano- ….congeladas? ¿Detenidas en su caída y transformadas en hielo?
Otra de las esferas en las que la vida bajo cero amplía nuestras perspectivas es la de la actividad física. Antes de que bajen las temperaturas son muy populares el trote, las caminatas –en la ciudad o a campo traviesa-, el ciclismo –en la ciudad, en carreteras, y a campo traviesa incluyendo montañas-, el tiro con arco, lanzamiento del disco –plástico-, el bádminton y el canotaje, para meses más tarde dar paso al patinaje o la pesca en el hielo, las caminatas con zapatos para nieve, o el esquí –a campo traviesa o cuesta abajo. Y son actividades en las que uno puede iniciarse a cualquier edad. ¿Se imagina usted, lector, que, de pronto, Cuba tenga posibilidades de participar en las olimpiadas de invierno? ¿Que una criollita se alce en el medallero de patinaje artístico? ¿O que un equipo de hockey compuesto por cubanos residentes en países fríos le den un paliza al conjunto de Groenlandia en cuartos de finales?
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Ya estamos en Abril. Después de un frío y laaaargo invierno que arrancó con una nevada en medio de Noviembre, antes de lo normal, han pasado varios días en que las temperaturas han ido subiendo poco a poco y hoy puedo salir afuera con solo una camisa de mangas largas ¡Qué bien se siente! Adiós abrigos. Adiós gorros forrados –shapka en Moscú, ushanka hat en Montpelier-. Adiós bufanda. Adiós botas de goma. Miro el termómetro y marca 32 grados Fahrenheit. ¿Treinta y dos? Si me llaman de La Habana, y me preguntan “¿Y cómo está eso por allá?” tengo que “traducirles”: “Cero grados.” ¿Cero grados? ¡Como me gusta esta temperatura! Que no haya ni frío ni calor.
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