Hace unos días concebí un experimento de esos que a veces se nos ocurre a los melómanos: pasé a mi celular cinco canciones de Chocolate MC, y allí las tuve, bien ordenadas, con todos sus tags y la foto de portada, incluso una pequeña biografía del artista: Yosvani Sierra Hernández, más conocido como Chocolate MC, es un reguetonero cubano que, gracias a su talento, logró pegar canciones que hoy día forman parte de la historia de la música urbana en Cuba y el mundo, como son Guachineo, con más de 8 millones de reproducciones en Youtube, y El palón divino, que ya sobrepasa los 5 millones de visualizaciones…
Yo tenía esa idea de que, fuera de contexto, su música no poseía el mismo efecto; como tampoco era favorable una interpretación de sus letras sin emular la pasión de sus epígonos. Al menos por una tarde, tenía que pensar y percibir la vida como lo hace un repa. En un inicio quise vestirme a la usanza, pero no tenía ropa ni prenda “to Gucci” para usar. Además, ese estilo no compagina bien con la barriga —solo por decir.
Lo que hice fue salir a la calle, caminar con cierta prepotencia y descuido, sentirme leve. A estas alturas, cualquier dinámica que se salga de mis rutinas me produce un placer tremendo. Por eso me encantó eso de ir en la tarde, con Chocolate MC lamiéndome los oídos, tan efectivo, haciéndome sentir deseable y dispuesto a las delicias del promiscuo y yo, al vaivén de la euritmia, le pasaba la vista a las mujeres como si fueran códigos QR; en mi mente les daba formas a gusto como si fueran origamis, mientras Chocolate me decía: dásela con maldad…
Porque eso es lo que pretenden sus temas: el efectismo. No es la melodía; es la letra y el contexto: microfilmes que necesitan la escenografía adecuada para alcanzar toda su potencia. Más que para bailarlas, las canciones del Choco buscan la complicidad de los escuchas, el derrame del mensaje mesiánico en sus oídos. Escuchar El palón divino convierte el entorno en un coto de caza propicio. Es un enchufe, un subidón de autoestima. Cuando oyes ese tema ya no eres tan insignificante ni la mujer que pretendes tan inaccesible. Hay algo en la letra que te llena de confianza, una inyección de testosterona.
Hay algo curioso en sus canciones: en ciertos momentos, su voz pasa del tono inocente de un niño tercermundista a la cadencia codificada y guaposa del habla de la periferia habanera. Lo digo ahora, por si nadie lo ha notado: Chocolate MC es, tan a pesar del reparterismo e, incluso, de sí mismo, un tipo de naturaleza ecléctica.
En todo caso, el Choco de hoy es más abierto al diálogo, un cantante que interpela y busca respuesta. En El palón divino encontró la manera de establecer semejanzas coloquiales entre el hombre y la mujer desde la exaltación celestial de los genitales. Quizá nadie lo ha notado: en esa canción, el Choco devuelve al sexo desnaturalizado de la posmodernidad su virtud original, su esencia bíblica: el falo, la vulva, son dones dados por Dios y, por tanto, no deben avergonzarnos. Por eso les canta. Es su tributo.
No importa que ni el mismo lo sepa.
La otra vez que escuché su voz hablada, sin música, fue en una de esas directas de Facebook que a veces el Choco hace para no aburrirse, para recordarle a sus amigos, a sus enemigos, quién es el padre del reparterismo, y quién estableció sus códigos de conducta, la filosofía del repa y su actitud musical ante la vida. En aquella ocasión dijo: “Yo soy el mayor pegador de temas de todos los tiempos”. Entonces me sonó pretensioso y estúpido. Ahora, cada vez más, comienzo a creer que es cierto. Bajanda es un ejemplo: un escupitajo en la cara de los medrosos, la espada contra sus detractores. Me atrevo a decirlo: Bajanda es una canción perfecta, de esas que marcan tops en las listas musicales de los decenios. Es tan efectiva y pegadiza, tan común a todos, que sirve igual para una actualización léxica del lenguaje underground o para una coreografía bailada por un niño ruso…
Si alguien tiene duda del éxito de ese tema, entre a Google, escriba «Bajanda» y dele al scroll.
Chocolate MC, el de ahora, es un tipo que tiene un par de letras más en su nombre artístico, y eso de ser un Maestro de Ceremonia de la liturgia específica repartera, tiene un peso enorme; es una marca imborrable como sus tatuajes en la cara, como esa estrella en la frente, la del Choco, rey de los reparteros, dentro y fuera de Cuba, en cualquier lugar donde suene un background a punta de palmadas.
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