«The Rig», un thriller sobrenatural sin excesos, bueno para un maratón

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Cuando buscamos un show televisivo para hacer maratón, casi siempre recurrimos a materiales de pocos episodios que nos permitan pasar el rato entretenidos, sin el riesgo de una “relación a largo plazo” que nos comprometa a estar mucho tiempo pegados a la pantalla.

El pasado 6 de enero, Amazon Prime Video estrenó una de esas producciones que perfectamente encajarían en ese “rollo de par de días”, que los adultos trabajadores disfrutamos cuando tenemos una oportunidad de escapar de las responsabilidades y echar raíces en el sofá.

La historia de turno, creada por David Macpherson y dirigida por John Strickland, se llama The Rig, y tiene lugar en la nada atractiva Kinlock Bravo, plataforma de perforación de petróleo, situada en el Mar del Norte, a 150 millas de las costas escocesas.

Pero mejor no dejar que las apariencias nos predispongan. Desde el mismo plano de apertura, cuando una enorme fisura se abre en el fondo del mar, está cantado que algo raro está por aparecer. Se cocina una receta para el desastre.

Arriba, en la plataforma, avisan del retraso del helicóptero que viene a recoger el turno saliente. A la vez, empiezan a perderse las comunicaciones con el exterior, suceden cambios de turno de última hora y un apagón pone en estado de emergencia a todo el personal. Para colmo, justo después de la alarma, una densa niebla aparece desde el mar para cubrir el panorama.

El encargado del turno y responsable de la plataforma, Magnus MacMillan (Iain Glen), y Rose Mason (Emily Hampshire), científica y representante de la compañía petrolera, intentan buscar respuestas a lo que sucede cuando descubren que el resto de instalaciones está en condiciones similares.

Todo se vuelve más misterioso después de que uno de lo trabajadores, Baz Roberts (Calvin Demba), cae accidentalmente de una torre y al rato es reanimado de su coma por “algo”, que le hace anunciar el inevitable fin del mundo como lo conocemos.

En un primer plano, este relato ecologista y con reminiscencias lovecraftianas, nos presenta como villana a una poderosa forma de vida primigenia, que busca arreglar el planeta mediante un cataclismo capaz de generar una especie de reinicio que lo ayude a sanar.

No obstante, por el camino nos enteramos de que (ALERTA DE SPOILER) el ente submarino y ancestral también se ha convertido en enemigo de las grandes empresas extractoras, ya que ha cometido la osadía de empezar a transmutar en algo más a los combustibles fósiles que yacen en lo más profundo del océano.

“Moby Dick era una ballena. Ahab era el monstruo”, dice uno de los personajes para describir —sin querer— la situación de marras. Presos de las circunstancias, el personal de la Kinloch se ve ante una decisión muy complicada: salvar a la entidad y dejarla limpiar el mundo, o matarla y condenar al planeta a una destrucción más lenta, pero que les permita volver a casa para ver a sus seres queridos.

La serie cae prácticamente en todos los lugares comunes que hemos visto en este tipo de historias: la tripulante que esconde un secreto con tal de mantener su trabajo; los compañeros que mantienen una relación íntima en contra de la política de la compañía; el jefe estoico y justo, pero traumado por un accidente familiar; el empleado odioso y protestón, que sirve perfectamente al guion como catalizador de nuevos conflictos… Usted elija y será proveído.

Sin embargo, la cantidad de referencias manidas de las que tiran Macpherson y sus colegas escritores, Matthew Jacobs Morgan y Meg Salter, no hace necesariamente que la propuesta decaiga. Para el espectador que haya visto un par de series resultarán obvios muchos sucesos y desenlaces, pero si no nos ponemos muy exigentes, tampoco es que vayamos a salir heridos, ni mucho menos.

Por otra parte, estos seis episodios, que a ratos nos recuerdan algunos arcos argumentales de Expedientes X, Supernatural o Doctor Who, tienen un ritmo narrativo tan fluido que nos hacen pasar por alto la avalancha de lugares comunes e ir disfrutando el recorrido como si estuviéramos frente a uno de esos soberbios dramas de HBO.

En The Rig, que perfectamente podría ser catalogada como un filme extremadamente largo, la trama se va desenrollando sin excesiva complejidad, pero con la solvencia necesaria para mantenernos interesados durante casi toda la ruta. El acto final resulta más corto de lo que debería, sobre todo si tenemos en cuenta que tardaron bastante poco en desenredar la madeja.

Los efectos especiales parecen de serie noventera, pero las actuaciones están muy bien. Glen y Hampshire, como grandes protagonistas, mantienen el tipo, igual que Martin Compston (Fulmer), Owen Teale (Hutton), Rochenda Sandall (Cat) y Mark Addy, quien tiene una aparición especial como el despreciable David Coake, encargado de hacer volar por los aires a “eso” que habita en las profundidades.

Además de lo anterior, el mensaje eco-amigable, muy a tono con esta época, vuelve a traer al centro de atención esa no-tan-remota posibilidad de que algún día la Tierra se rebele contra sus “dueños” y los castigue por tanto maltrato.

Sin excesos, pero cumpliendo decentemente con lo que se le pide a un producto televisivo de calidad, The Rig pasa con un aprobado, o sea, con un 6.5 de 10, tirando a 7, pero tampoco es que aspire a mucho más. Una buena realización, combinada con un argumento digno e interpretaciones más que correctas, son las principales fortalezas de este thriller eco-fantástico que bien vale la pena para el próximo rato libre.

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