—Todo esto va a terminar mal.
Es una frase que repite varias veces el personaje interpretado por Adam Driver en The Dead Don’t Die (2019), el último film de Jim Jarmusch. Y es cierto, tordo termina mal para el cineasta estadounidense, porque esta película es un desacierto.
Quien ha seguido la trayectoria de Jarmusch, sabe que The Dead… conserva apenas esa dinámica de los paseos, y los diálogos extemporáneos, poco más. El cineasta quiso filmar una pieza de género —como antes con Dead Man (1995) y Only Lovers Left Alive (2013)—, pero la iniciativa quedó apenas en la parafernalia zombi. Y es una lástima que el guion tuviera la consistencia de notas sueltas escritas en posts-it, porque con ese reparto de actores de primera línea —Bill Murray, Tilda Swinton, Adam Driver—, Jarmush tenía para lograr un producto más osado estilísticamente, una visión personal de un género tan pobre como ese de los muertos resurrectos. Cualquiera con ceguera cinematográfica no percibirá los errores del cineasta: esa composición como de acuarelas: espacios vacíos, tan poco color; la levedad del argumento, y los diálogos, en definitiva, pobres…
Jarmusch, con su estética lineal de tiempos muertos, su cine Zen, clasifica como un cineasta incoloro, si se quiere, pero su obra es siempre trascendental. Algo que no sucede en su última apuesta.
(El fiasco se notó pronto en la última edición del Festival de Cannes. La película inauguró la exhibición; fue su único logro. Ni siquiera la crítica se animó a machacarla.)
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Resumen:
El uso del fracking para la extracción de petróleo provoca que la Tierra se desplace de su eje gravitacional. Esta anomalía provoca otro conjunto de anomalías: oscurece más tarde; los animales enloquecen y, claro, los muertos se levantan cuando la Luna se pone un poco rara… La historia de The Dead… es la de dos policías (Murray, Driver) y una maquillista de cadáveres (Swinton) que cortan la cabeza a los zombis mientras pasean por las calles estrechas del pueblo ficticio Centerville, “un lugar verdaderamente agradable”, eslogan torpe que le endosa Jarmusch al territorio de su ficción.
Hay otras extravagancias: Iggy Pop es el primer muerto que resucita y va hasta una cafetería cercana, no tanto para matar, sobre todo para mitigar su adicción a la cafeína; la lápida de una de las tumbas tiene el nombre del cineasta Samuel Fuller; al final, el personaje de Tilda Swinton —tanatóloga y samurái— es abducida por extraterrestres.
En el diálogo de cierre, se destapa un poco la intriga de aquella frase repetida durante toda la película: “Todo esto va a terminar mal”:
—Pero he estado diciéndote que todo va a terminar mal.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro. Pregunta.
—Has estado diciendo que todo esto va a terminar mal. ¿Qué hizo que tuvieras tanta certeza de eso?
—Lo sé porque leí el guion.
—¿Tú leíste el guion? ¿Todo el guion?
—Sí. Jim (Jarmusch) me dio todo el guion.
—A mí solo me dio nuestras escenas. Después de todo lo que hice por él […] Qué imbécil.
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Como el baile en Stranger than Paradise (1984) con el tema I Put Spell on You, o la unión entre Hugh Laurie y Tom Waits en Down by Law (1986), The Dead Don’t Die también se erige sobre una canción homónima. Sabemos que la obsesión de Jarmusch con la relación música-cine toca a todas sus obras y, en el caso de su última película, es una de las razones del fracaso…
The Dead Don’t Die es apenas la ligereza rítmica de los versos campestres de Sturgill Simpson.
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