Si estás leyendo estas letras, no tengo que venderte el American football, un deporte vulgar y épico, físico y mental, lógico y críptico. Un deporte en el que nada está decidido y, a la vez, todo obedece a lógicas trazadas desde mucho antes. Un deporte en el que la comprensión antecede a la adicción.
Tampoco tengo que venderte el Super Bowl, uno de los cinco eventos deportivos más importantes del planeta, el que paraliza al tercer país más poblado de la Tierra y moviliza a su primera economía, desatando ecos más allá. No tengo que venderte tampoco a Shakira y a Jennifer López.
Pero si no tuviste la oportunidad de verlo, déjame venderte este partido.
Y déjame hacerlo en el mejor estilo de este deporte obsesionado con las estadísticas: durante el último quinquenio, el evento supremo de la NFL ha sido dominado en un 80% por quarterbacks maduros, experimentados. Tom Brady en tres ocasiones, y Payton Manning en una, demostraron que en la batalla del cerebro contra el brazo, el primero tiene las de ganar.
Hace solo un año atrás, una estrella en ascenso –Jared Goff con sus L.A. Rams– se estrelló hasta lo imposible contra la muralla creada por el veteranísimo entrenador Bill Bellicheck. Un solitario touchdown anotado por el también veterano tigh end Rob Gronkowski, le dio la victoria a los Patriots.
Pero al American football, le ha llegado una nueva hora.
A lo largo de la temporada regular –entre agosto y diciembre del año anterior– quienes seguimos este deporte pusimos la mirada en tres jugadores: Lamar Jackson con los Baltimore Ravens, con un juego terrestre, personal, plagado de riesgos, pero absolutamente fascinante; Jimmy Garoppolo (San Francisco 49ers) –el hombre que impresionara a Tom Brady lo suficiente como para que este solicitara su traslado de las filas de los Patriots– descansando en el trabajo de sus receptores abiertos; Patrick Mahomes (Kansas City Chiefs), regresando de su propia historia de lesiones y desengaños y apoyándose en sus running backs.
El football ofensivo y vistoso prometido la temporada anterior por Mahomes, Goff y un siempre joven Drew Brees –con los New Orleans Saints– y detenido en tercer down por los esquemas y artimañas del ¨bodeguero¨ Bellicheck, está aquí, probablemente para quedarse.
Tras la sorpresiva caída de Jackson en la ronda divisional contra unos inspirados Tennessee Titans, la victoria de Mahomes sobre estos y el festivo paso de los 49ers por encima de Seattle, Minnesota y Green Bay, el escenario estaba listo para este primer domingo de febrero.
Y acá está el núcleo de mi discurso de venta: en más de una década siguiendo, sufriendo y gozando este deporte, no puedo recordar una final de pronóstico más reservado. No puedo pensar en dos equipos más parejos en papel y cancha disputando el trofeo Lombardi.
Dos equipos de football ofensivo, con quarterbacks jóvenes y agresivos, obligados a compensar defensas poco eficientes –Kansas City permitió 25 puntos por partido en postemporada y San Francisco 17– y apoyarse en el trabajo de dos tight ends extraclases como George Kittle y Travis Kelce.
Dos equipos separados por particularidades y embarcados en un enfrentamiento de esos en los que el que pestañea pierde. Incluso una mirada a las estadísticas del partido no puede dar la dimensión de lo ocurrido en la cancha.
49ers abrió marcador con un gol de campo, respondido con un touchdown por Kansas. Así terminaron los primeros quince y en el regreso, se invirtieron los papeles: marcaron los Chiefs un gol de campo. Cuando quedaban cinco minutos para finalizar la primera mitad, Jimmy Garoppolo encontró a Kyle Juszczyk, quien rebasó el primero y diez y se tiró en diagonal para conseguir el empate. Así se fueron al descanso y al show de J-Lo, Shakira, Bad Bunny y J. Balvin.
El tercer cuarto vio a los Niners interceptar una pelota que iba a las manos de Tyreek Hill y comenzar una jugada en cadena que terminaría en la línea de anotación. Merced de eso y otro gol de campo, el cuarto de la verdad comenzaría con los Chiefs perdiendo 10-20.
Pero este juego termina cuando pita la cebra y ni un segundo antes. Faltando minutos, en tercera oportunidad y con 15 yardas por recorrer, Mahomes se sacó de la manga un bombazo de 44 yardas directo a las manos de Hill. Cuatro jugadas más tarde, Travis Kelce, solo en la zona de anotación, iniciaba una remotada que emularía con la segunda mejor de la historia de estas lides –la que protagonizara Drew Brees enfrentando a los Indianapolis Colts en 2010.
Faltando 4 minutos, Sammy Watkins concretó un pase de 38 yardas de Mahomes, y colocó la pelota en la 11 de San Francisco. Tres jugadas después, Damien Williams llevaba el ovoide hasta la grava roja poniendo el partido 24-20 a favor de los de Misouri.
En la jugada clave del partido, Garoppolo falló tres pases al hilo y su línea defensiva colapsó en 4 y largo permitiendo una captura que selló el partido. 31 a 20 a favor de los de Kansas, que obtuvieron su primer título en el último medio siglo.
Si la opinión de este mero observador vale de algo, dos defensas de poco brillo y dos equipos especiales incapaces de llevar un retorno más allá de yarda 25, poco aportaron al triunfo. Si bien la línea defensiva de Kansas City lució peor y Jimmy G contó con más tiempo para armar sus jugadas, la habilidad de Mahomes en el play action, evadiendo defensores y estirando la jugada como un veterano para encontrar las manos correctas hizo toda la diferencia. También su manifiesta habilidad para deshacerse del balón cuando no había nada que hacer impidiendo pérdidas innecesarias de yardas. Es un chiquillo de pies ligeros con el aplomo de un veterano de mil batallas, de quien desde ya podemos decir, no vestirá estos laureles por última vez.
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