Carlos Busqued (Buenos Aires, 1970) es
ingeniero mecánico, especializado en metalurgia,
productor radiofónico,
escritor
y confidente de un asesino de taxistas.
Esta descripción no aparece en ninguno de sus libros (Bajo este sol tremendo, novela finalista del prestigioso Premio Herralde, y Magnetizado, publicado por Anagrama en 2017), pero bien se ajustaría para definir al hombre que dio voz a Ricardo Melogno, un joven que, a los veinte años, sin ningún motivo aparente, comenzó a matar choferes en 1982: salía del cine, pedía un taxi, se sentaba detrás del conductor, indicaba una dirección, al llegar al lugar le disparaba en la cabeza, detenía el motor del auto, fumaba.
Magnetizado aparece como la edición final de más de noventa horas de diálogo con un tipo «que te despierta una especie de simpatía«. Un tipo, además, descarnadamente similar a cualquier otro que, después de leer un texto, te marca un párrafo repetido, como reconoce Busqued en la entrevista del enlace anterior.
¿Es una novela? Podría ser.
¿Es un testimonio? Seguro que sí.
¿A alguien le interesará un poco el tema de los géneros cuando termine de leer el libro? Probablemente no.
Vamos con el trailer:
En una época fantaseaba con ser Darth Vader mientras hablaba con la gente del trabajo. Conversaba con ellos y a la vez en mi cabeza los veía agonizar y caer muertos delante mío, como hacía Darth Vader en La guerra de las galaxias.
***
Lo tonto que era matar.
–¿Cómo llegaste a pensar en eso?
–Por lo fácil. La simplicidad del hecho. Está la enseñanza social, de las películas…, de que si le disparás a una persona, la matás, te sentís mal…, vomitás, te agarra un ataque de «qué barbaridad lo que hice». Yo, al no tener todo eso, al no sentir nada de eso que se dice que se siente, pensé: «¿Esta boludez, era?» No había ningún sentimiento especial de placer, o de miedo…, nada. No recuerdo un sentimiento de nada.
–¿Y después?
–Después de esto, apago el motor, me tiro para atrás, me acomodo en el asiento, prendo un cigarrillo. Estuve adentro del coche diez, quince minutos, para tener la seguridad de la muerte, fumando. Fumando sin tragar el humo.
–Por qué la seguridad de la muerte.
–Eh, qué te puedo decir…, de alguna manera, había ido a eso.
***
Vos subiste al auto sabiendo que ibas a matarlo. El hecho de que te diga lo de que va a evitar el control militar… ¿no modificó nada en tus pensamientos, o la decisión?
–No, al contrario, lo tomé más como una seguridad, porque…, o sea, el tipo podía haber elegido un lugar que permitía que me revisaran, me encuentren el arma y me arresten. Y elige dar una vuelta para cobrarme más plata, y me lo dice claramente…, vos decís: «La mierda, este tipo efectivamente tenía que morir.» Entonces de ahí la teoría que yo tenía en un tiempo de que todo sucedía por algo…, de que había un porqué.
–¿Y cuál sería ese porqué?
–El destino. Yo pensaba que era el destino de esas personas morir.
–¿Eso pensabas en el momento?
–No. Eso lo pensé después.
***
–¿Dónde lo tomaste este taxi?
–En Liniers. Quince, veinte minutos de viaje a Mataderos. De este hecho en sí, el único recuerdo que tengo es que cuando le disparo a la persona…, ponele a cuatro, cinco metros de distancia había una casa, con una familia comiendo, que yo la veía por la ventana. Estaba la vereda, un murito, un jardincito y un poco en altura estaba la casa. Las ventanas estaban abiertas, o sea, los vidrios cerrados, pero se veía para adentro a través de una cortina, estaban sentados a la mesa para cenar. Dos chicos, el padre, la madre parada y sirviendo la cena.
–Casi la publicidad de una familia. ¿Pensaste algo al ver eso? Por algo te acordás.
–Sí… [pausa de varios segundos], entiendo las grandes incógnitas de todo esto.
***
–Qué pasó cuando viste el auto, cómo fue el encuentro con eso.
–Nada, no recuerdo que me haya producido nada… [piensa], o sea, eh…, cuando me preguntás qué pensaba en esos momentos, yo te digo «nada» porque, eh, me parece que esperás que yo te cuente alguna sensación fuerte, y vos tenés que entender que todo esto pasó pensando boludeces.
***
–Después de la primera muerte, las otras vinieron por inercia. A partir de la primera muerte nunca desapareció el impulso. Vivirlo como un sufrimiento o parecerme mal algo no, no existía eso. Era algo natural, algo que estaba ahí. No había ansiedad en todo esto, para nada. Era estar parado viendo pasar el tiempo, en mi mambo y de repente sentir esa cosa en el cuerpo: «Es el que viene.»
–Cuando decís «en mi mambo»…, ¿cuál era el «mambo»?
–El mambo era estar imaginando cosas. Las películas que te digo, o las historietas, o cosas como…, ponele, repetí mil veces una cosa que era como un plan de batalla de una armada española que trataba de invadir Japón. Entonces yo tenía todo como un plan de batalla con eso desde los dos lados, españoles y japoneses, cómo iban a bajar, cómo iban a atacar, qué cantidad de arqueros, defensas, barcos, cañones, etcétera, había de cada lado. El terreno, las posibles variaciones de ataque y defensa, qué sé yo. Cosas así.
***
–¿Cómo no se despertó, si una rata le estaba comiendo la oreja?
–Es que la rata tiene como un anestésico en la saliva, así que mientras te muerde no te das cuenta.
***
–Estoy comiendo en el Dos Hermanos, que resultó quedar a una cuadra y media de donde dejé el auto. Me siento a comer y veo que se me pegan los cubiertos a la mano. Lo primero que se me ocurre pensar es: «La mierda, estoy magnetizado, qué me pasó.» Me fijo bien, y no: tenía sangre en la mano. Era la sangre lo que me hacía pegar el cubierto. A la mierda. Me miro el pantalón. Manchado de sangre. La campera: con manchas de sangre. No algo exagerado, pero manchas muy evidentes.
–¿Y qué hiciste?
–Nada. Seguí comiendo.
–¿Y por qué se te ocurrió lo de que estabas magnetizado?
–Y, porque se me pegaban las cosas a la mano y no entendía por qué. Y como eran de metal las cosas, pensé que capaz estaba imantado. El primer pensamiento lógico fue ese, digamos… «Los cubiertos son metálicos, se me pegan los metales…, estoy magnetizado.»
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