Durante el primer semestre de 2024 hemos recibido varias series de televisión que han marcado positivamente el calendario, para gusto de las personas que disfrutan de los audiovisuales en ese formato.
Sin lugar a dudas, uno de los títulos que se ha colocado entre los más destacados de estos últimos seis meses es Shogun, que estuvo al aire con diez episodios entre el 27 de febrero y el 23 de abril, por FX y Hulu.
Basado en la novela histórica de James Clavell, el argumento de Shōgun forma parte de una pentalogía de volúmenes conocida como Saga asiática, mediante la cual el autor de origen australiano creó personajes ficticios, pero contextualizados en etapas de gran relevancia para la historia de esa región.
Esta tampoco fue la primera adaptación de tal historia, pues ya en 1980 tuvimos una aclamada entrega de ocho partes, emitida y producida por NBC, y que contó con Richard Chamberlain, Toshiro Mifune y Yōko Shimada en los roles principales, más la dirección del experimentado Jerry London.
El impacto de las obras precedentes, tanto del libro como de la miniserie, había sido tan grande hasta la fecha, que muchos dudaron si sería necesario y hasta prudente regresar a este relato, a través del cual Clavell nos presenta una versión ligeramente modificada de la etapa final del período japonés conocido como Sengoku (1467-1615).
En este nuevo material, la dupla de guionistas conformada por Justin Marks y Rachel Kondo, pretendió reimaginar el material de base y la producción sumó como rostros protagonistas a Hiroyuki Sanada, Cosmo Jarvis y Anna Sawai, encargados de darle vida a Yoshii Toranaga, John Blackthorne y Toda Mariko, respectivamente.
Inspirado libremente en el vínculo entre dos figuras históricas como fueron el poderoso shogun Tokugawa Ieyasu y el marinero inglés William Adams, el show nos lleva al año 1600, época durante la cual Japón era controlado por un consejo de regentes y ya había sido penetrado por los católicos portugueses en busca de un filón poco explotado del (otro) “nuevo mundo”.
Blackthorne, ambicioso corsario al servicio de la corona holandesa, llega a las costas niponas a bordo del barco Erasmus y es recibido por un choque de realidad bastante brusco. Convertido en el as bajo la manga de Toranaga, el piloto de navío “navegará” entre las turbulentas relaciones políticas y sociales de ese país, para lo cual contará con la ayuda de su intérprete, lady Mariko.
La construcción del relato está facturada de una forma mucho más inmersiva que la de su audiovisual predecesor. Uno de los elementos más importantes en ese sentido es que en el show original nunca se subtitularon los diálogos en japonés, cuestión que aquí sí se tuvo en cuenta y que nos permite conocer mucho más el mundo que estamos “visitando” a través de los ojos de Blackthorne.
Se nota que los creadores quisieron homenajear a la materia prima que tenían como referente, pero, a la vez, buscaron expandir el alcance de esas obras sin que se sintiera artificial, con personajes mucho más complejos y el diseño de un mundo maravilloso y magnético, que pudiera ser interpretado como una suerte de docu-serie gourmet, en donde, además de mantenernos enganchados al fabuloso argumento, vamos conociendo nuevas capas del Japón feudal con cada escena que se nos presenta.
El resultado de lo anterior es un show con una narrativa, diseño de producción, dirección de arte y cinematografía exquisitamente creados. Basta con echarle un vistazo muy grosso modo al episodio inicial para que cualquiera con un conocimiento mínimo del audiovisual declare que, “en efecto, es (altísimo) cine”.
Cabe destacar, y mucho, que no es Shogun una de esas puestas en escena en donde el llamado salvador blanco llega a enseñarles a los orientales de qué va a la cosa. Aquí la figura del gaijin o extranjero es vista como un ente disruptor. Aunque alcanza cierta notoriedad gracias a su rango de habilidades, Blackthorne batalla constantemente con el hecho ser visto como un bárbaro que necesita ser “domesticado” para que pueda estar a tono con los códigos que manejan sus anfitriones.
El Japón que se nos presenta no está exento de ese halo ceremonioso, místico y elegante que siempre le hemos atribuido desde fuera. Sin embargo, tampoco está libre de una brutalidad que pocas veces se nos ha mostrado a los occidentales en propuestas de este tipo.
Otro de los aspectos más notables es cómo se maneja el tema de las reglas y el honor, dos conceptos muy arraigados en la idiosincrasia nipona. No es ninguna exageración cuando un samurái decide cometer seppuku (harakiri) y eliminar a toda su estirpe —hijo recién nacido incluido— luego de haber protagonizado una ofensa que para nosotros puede no resultar como tal. Y así sucede con otros eventos que, a ojos de un gaijin, podría tener una resolución mucho menos dramática o aparatosa.
Por otro lado, si Jarvis, Sawai y Sanada ejercen como los cabecillas ideales para soportar el inconmensurable peso dramático de la historia, el reparto que forman estelares como el conocido Tadanobu Asano (Kashigi Yabushige), junto a otros intérpretes asiáticos como Fumi Nikaido (Ochiba No Kata), Shinnosuke Abe (Toda Hiroshige, alias Buntaro), Moeka Hoshi (Usami Fuji), Takehiro Hira (Ishido Kazunari), Tokuma Nishioka (Toda Hiromatsu), nos ofrece representaciones magistrales que convierten toda la «experiencia Shogun» en un producto que poco envidia a colosos de la talla de Game of Thrones o The Crown.
Hacia el final de los diez episodios con los que cuenta hasta ahora el drama, se intuye un cierre natural y coherente con lo que todos pensamos que sería una miniserie. He ahí el único “pero” que muchos le pondríamos a la obra de Kondo y Marks, o sea, esa ambición por querer alargar (durante dos temporadas más, ya confirmadas por la cadena) una historia que tiene pinta de poder dar más de sí misma, pero que podría perder peso en el desarrollo de la trama.
Pegas aparte, no podemos menos que recomendarle que dedique usted todo el tiempo disponible a esta joya, que a partir de ahora debería estar en la parte alta de cualquier ranking sobre las mejores series de televisión que se hayan hecho jamás.
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