«Severance», una continuación que valió (y valdrá) varios años de espera

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En febrero de 2022, llegó a la señal de Apple TV+  una de las series más originales que se recuerden desde que la televisión se volviera popular hace más de seis décadas. Severance, conocida en español como Separación, es un show de ciencia ficción creado por Dan Erickson y dirigido por Ben Stiller, a través del cual se explora el tema de la explotación laboral desde una perspectiva bastante inusual.

Al respecto de este thriller psicológico con una implícita crítica social, publicamos un texto en 2022, en el cual reseñamos y comentamos esta propuesta, ganadora de varios Primetime Emmy y aclamada por el público y la crítica a nivel mundial.

“Severance”, metáfora escalofriante y cercana sobre el mundo laboral de hoy

La historia nos presenta a la bizarra transnacional Lumon Industries, la cual parece haber llevado la diversificación hasta los límites más insospechados. Por si fuera poco, estos ¿revolucionarios? han conseguido desarrollar el llamado programa de “separación”, mediante el cual dividen las mentes de sus empleados en dos: intus (innies en inglés) y exus (outies), de forma que ninguno de los alter egos pueda saber detalle alguno sobre la “vida” de su otro yo. Sin embargo, todo se complica cuando Mark Scout (Adam Scott), nuevo jefe de la división de Refinamiento de macrodatos, empieza a investigar los misterios que rodean a la compañía.

Junto a Scott destacan en el elenco Britt Lower (Helly R.), Patricia Arquette (Harmony Cobel), John Turturro (Irving B.), Zach Cherry (Dylan G.), Tramell Tillman (Sr. Millchick), Jen Tullock (Devon Scout-Hale), Dichen Lachman (Sra. Casey), Christopher Walken (Burt G.) y Michael Chernus (Ricken Hale).

Lo primero que debemos entender antes de darle “play” al primer episodio, es que no estamos ante una producción convencional, da igual el punto de vista desde el cual la analicemos, de ahí que haya quien pueda percibirla como confusa, algo lenta y dispersa, e incluso redundante en ciertos tramos. Pero lo que algunos pudieran catalogar como “fallas” son realmente sellos identitarios de una propuesta que busca hacernos preguntas incómodas acerca de temas que van desde la explotación laboral hasta el duelo, o la aceptación del yo como un concepto cambiante.

Luego de una exitosa primera parte que contó con 10 episodios, los seriéfilos debimos esperar tres años para recibir la segunda temporada, la cual comenzó a ser emitida en la plataforma de streaming de Apple el pasado 16 de enero.

En esta nueva entrega, algunos personajes secundarios como Helly R., la señora Cobel, la señorita Casey, Irving, Dylan e incluso el señor Milchick ganan en profundidad, aunque sí se nota que otros como Burt, que fue una delicia en la entrega anterior, se sienta estereotipado y hasta mal aprovechado en ciertos tramos.

Destaque especial merecen los casos de Cobel, Helly y Casey, tres caracteres femeninos que ascienden al siguiente nivel de relevancia dentro del argumento, sobre todo durante la segunda mitad de esta tanda de nueve episodios, durante la cual descubrimos más detalles sobre sus vidas y también despejamos algunas variables que quedaron “colgadas” antes.

Con respecto a las muchas interrogantes que habían sobrevivido a la primera parte de este extraño mundo de pasillos blancos y salones llenos de ovejas, en esta continuación recibiremos no pocas respuestas, pero a la vez nos dejarán otra sarta de incógnitas que seguramente quedarán despejadas en la tercera tanda que ya confirmaron los de Apple.

La temática de la identidad vuelve a ser retomada como leit motiv del show, ahora con un enfoque más críptico. La exploración del “yo” se vuelve esta vez una experiencia más incómoda, inquietante y retadora, mediante la representación de conflictos complejos que parecen no tener una resolución correcta en caso alguno. El drama de Mark y compañía es llevado a un punto en el que las barreras de la redención y del bueno/malo quedan erradicadas, a la vez que nuevas “verdades” afloran ante las decisiones de cada personaje.

Narrativamente, sí es justo reconocer que la temporada se nota más espesa que la anterior, en tanto el ritmo decae, sobre todo durante la primera parte. Esto es algo natural en temporadas intermedias o de transición, como es el caso, pues incluso el episodio final cierra de una forma que nos hace pensar que este tour está aún a medio camino. En cualquier caso, la envoltura que rodea a este tramo de la historia, es tan buena que no nos deja acusar desvarío alguno por parte de los guionistas.

Mientras más avanzamos en los recientes episodios, sentimos cada vez con más intensidad la opresión de ese mundo dual, en donde el ambiente pálido e inmaculado de las oficinas choca con la paleta otoñal de un exterior en donde la luz solar es siempre indirecta. Lo curioso es que, por diferentes que parezcan, ambos espacios resultan igual de sofocantes para los personajes, quienes, llegado cierto punto, parecen no tener un sitio “correcto” hacia el cual escapar.

Sobre la construcción de un mundo tan particular y con una identidad visual tan potente, hay que destacar la influencia del filme Playtime (1967) y la obra de arquitectos como el finés-estadounidense Eero Saarinen.

Si hubiera que citar algunos nombres responsables por la poderosa huella audiovisual de Severance, habría que alabar el trabajo de George Shapiro (música original), Jeremy Hindle (diseño de producción), Jessica Lee Gagné (cinematografía), Geoffrey Richman (montaje), Sarah Edwards (diseño de vestuario), más el excelso desempeño del poblado departamento de sonido. Todo ello convierte la experiencia cinematográfica de la distópica propuesta en un viaje singular que trata temas tan medulares como el duelo, el trauma, la represión, la búsqueda del significado, el control corporativo, la manipulación o el culto a la personalidad.

En esta secuela, la trama, muy al estilo de un sofisticado rompecabezas, se atreve a sacarnos aún más de nuestra zona de confort y meterse en aguas aún más oscuras, al ahondar en el fenómeno de la deshumanización y hacer referencia a la subyacente tendencia humana de valorar a otros en dependencia de cómo sus intereses y necesidades están en sintonía con los nuestros.

Severance 2.0 sufre ligerísimamente de lo que podríamos llamar el “síndrome de la segunda temporada” (tan común en los deportes) y la realidad es que no consigue superar a su predecesora. No obstante, sí mantiene un altísimo nivel de factura y de propuesta dramatúrgica que nos mantiene siempre interesados en los destinos de un grupo de personajes a los que nos parecemos más de lo que nos gustaría admitir.

Con un millón de preguntas por contestar todavía y otras tantas que están por venir, es recomendable armarse de paciencia y revisitar este show de aquí a un tiempo, no en busca de respuestas, sino de dudas que nos lleven por el camino del crecimiento y la autoconsciencia.

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