Desde hace años, Soy Cuba, coproducción cubano-soviética, dirigida por Mikhail Kalatazov y estrenada en 1964, se convirtió en una obra aclamada por la crítica internacional, pero no llegó a ser conocida mundialmente hasta hace alrededor de dos décadas.
La película rompió con maneras de hacer en el séptimo arte en la época en que se rodó: tiene planos secuencias que duran más de tres minutos, e incluso se sumergen en el agua y descienden edificios. En ese y otros elementos está el hecho de su trascendencia y magistralidad, más que en su propio argumento (según el apartado de filmes en Google Play, este «explora la revolución de Cuba en 1959. La fascinación de una joven con el exceso en un casino americano provoca su caída ante los ojos de su novio vendedor callejero. Un granjero se rebela de la única forma que sabe, atacando la tierra en la que trabaja. Universitarios conocen de primera mano un levantamiento político…»).
Permaneció olvidada hasta que en 1995 dos grandes de ese género, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, la redescubrieron. De esta, uno de los componentes icónicos fue la fotografía de Sergey Urusevski.
“Los planos secuencia de Soy Cuba pertenecen al panteón más alto de la historia del cine”, reseñan en Infobae, donde se dice que “el espectador no deja de pensar en la cámara, dónde la puso, cómo cruza la calle por el aire, viaja dentro de autos, se mete en el agua…”.
… y en medio de todo eso, una cubana sin conocimientos de actuación se robó el show. Aparecía desde las primeras escenas con su rol de una joven humilde, obligada a prostituirse en los casinos republicanos. Acaparaba incluso la portada del audiovisual. Hablamos de Luz María Collazo Reyes.
Con 79 años, recientemente fue entrevistada por la prestigiosa agencia AFP y ha vuelto a rememorar detalles de su exitosa carrera. Aún permanece viviendo en Cuba, en el Vedado habanero, y rodeada de recuerdos contó su historia.
Nació en 1943, en Santiago de Cuba, fruto de la relación de dos personas pertenecientes a una clase social baja: un chofer y una ama de casa. Poco después de que la jovencita celebró sus 15 primaveras, llegó enero de 1959 y más tarde se trasladó hacia La Habana, donde se interesó por el arte.
Quería ser artista y, en busca de ese sueño, llegó al Teatro Nacional de Cuba, pues allí había una convocatoria. Por desgracia, esta ya había cerrado y solo quedaba opción para la danza. “Equivocadamente me quedé con danza y nunca me fui de ahí. Yo nuca tuve condiciones para bailar, siempre se burlaron de mí y poco a poco fui aprendiendo. Con Ramiro Guerra nunca tuve problema, él adaptaba sus coreografías a mí o yo me adaptaba a ellas. Debido a deficiencias mías, yo improvisaba y a él le gustaba”, recuerda quien permaneció durante muchos años en el Conjunto Nacional de Danza Moderna, conocido hoy como Danza Contemporánea de Cuba.
“Yo no me sentía con obligación: donde me llamaban, yo iba corriendo”, es una frase que la cubana dice en la conversación antes mencionada y eso bien pudiera resumir su esencia. Nunca dijo que no y, debido a ello, acumuló varios méritos a lo largo de su trayectoria.
Con 21 años se convirtió en la primera modelo negra en desfilar en una pasarela en el Salón de los Embajadores del Hotel Habana Libre, pues le avisaron de que allí buscaban profesionales en ese ámbito y, aunque no tenía la preparación, se presentó y la aceptaron.
Más o menos por igual fecha, mientras esperaba en una cafetería, con un tratamiento de aceite en el pelo, se le acercó una mujer (más adelante sabría que era la esposa del director de fotografía ruso, Sergey Urusevski) y, gracias a una traductora, le preguntó si quería estar en una película. Ella aceptó y así llegó a Soy Cuba.
Luego fue solista en coreografías como Octeto Amoroso, Suite Yoruba, Súlkary, Dúo a Lam y Okantomí.
En 1967 asistió al 5to Festival de Cine de Moscú y a la Expo67, en Montreal, Canadá, dos de las primeras exposiciones donde se mostró el arte cubano revolucionario fuera de los límites nacionales. Diez años después estaba en París, en los Champs Elyssees, en el Festival Internacional de Danza.
Modeló para los grandes fotógrafos Korda y Osvaldo Salas. Modeló en La Maison, para el Ministerio de la Industria Ligera y marcas como el ron Havana Club. Su rostro apareció en portadas de las revistas Bohemia y Mujeres.
Entre sus hitos está el de haber sido la única modelo cubana en el evento conocido como Intermoda del CAME, donde desfilaban personas procedentes de países socialistas. Para 1983, en Madrid, y más adelante, en París, lució trajes de la firma Ives Saint Laurent.
Con 49 años, en 1992, aún causaba sensación y desfiló con ropas de diseñadores italianos. En esa ocasión, por primera vez se puso un vestido de novia, hecho especialmente para ella, con los colores de la bandera cubana y un velo rojo y azul.
Tres años más tarde se convirtió en profesora y luego se hizo coreógrafa. En el 2000 organizó una exposición de modas en Francia y lució prendas masculinas. Una década más tarde, confesó: “mi época como bailarina fue diferente a la de ahora, se bailaba de otra forma, más con el alma”. Quizás en eso último haya estado la clave de su éxito.
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