¿Qué ha sido de Gerardo Alfonso, el cantautor cubano que creó dos géneros musicales?

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Uno de los compositores e intérpretes que más ha marcado a la sociedad cubana durante el último medio siglo es Gerardo Alfonso, un hombre que el próximo 1 de noviembre cumplirá 67 años, de los cuales más de la mitad los ha dedicado a hacer música y difundir el arte y la cultura de una forma orgánica y genuina.

El oriundo del capitalino Barrio Obrero, en San Miguel del Padrón, cuenta con una carrera que incluye más de 15 discos y decenas de canciones que han acompañado a varias generaciones de compatriotas y foráneos, a través de sentimientos como el amor, los conflictos sociales, el arraigo o la identidad.

Recientemente, Gerardo y su grupo animaron la edición 32 de las Romerías de Mayo. En su concierto interpretó parte de lo más valioso de su repertorio, para iniciar las jornadas musicales de este evento cultural que acoge cada año la ciudad de Holguín.

También ha sido noticia que el autor se encuentra trabajando en un proyecto que tiene más de una década en proceso. Se trata de una producción discográfica, titulada Diosas y dioses, la cual estará dedicada por completo al o’changa y sería producida por Tobías Alfonso, uno de sus dos hijos (el otro se llama Diego).

Diosas y dioses es de o’changa nada más, es cantautoral, pero también tiene un concepto de baile popular; es una conquista enorme llevar un disco asimétrico de compases 5 por 4 a una danza estable, eso es como tratar de mantener una silla parada en dos patas”, dijo a Cubadebate para describir el próximo álbum.

Más allá de la fama de canciones suyas como Sábanas blancas, Quisiera o Lo que Dios te dio, gran parte del público desconoce que el bueno de Gerardo ha creado nada menos que dos géneros musicales: el guayasón, que mezcla elementos afrocubanos con la música campesina tradicional; y el o’changa, para el cual se inspiró en las sonoridades asimétricas de la música turca.

“Estos géneros musicales son (…) creados por mí, y son por consecuencia cubanos. Pero no han sido reconocidos, digamos, oficialmente por los centros de estudio de la música. Aunque hay un Diccionario de la música, de Radamés Giró, que incluye algo sobre el guayasón. De cualquier modo, si no consiguen ser géneros populares o de masas, no cabrá dudas de que son mi singularidad para expresarme musicalmente, uno de mis estilos”, afirmó en 2020 para la revista El Estornudo.

“Mi gloria será el día en que esos géneros que creé sean de utilidad popular. Hasta ahora, estoy cantando eso, la gente que más o menos lo conoce, lo disfruta, algunos medios hacen referencia a esos ritmos, pero todavía no forman parte de la cultura cubana como el changüí o la música popular que ya la gente identifica. El día que eso suceda, seré la persona más feliz del mundo, aunque está ocurriendo paulatinamente y no me doy cuenta”, dijo en una entrevista para Tribuna de La Habana.

Junto a su no tan difundida “paternidad” sobre el guayasón y el o’changa, Gerardo también ha incursionado como escritor y editor. Primero lo hizo con su autobiografía, Son los sueños todavía (2013), y una década más tarde con el volumen bilingüe Canciones Universales (Universal Songs), edición de Cuban Beat Books a través de que “explora los numerosos desafíos y contradicciones inherentes a la vida en la Isla” mediante varios textos redactados entre los años 80 y la actualidad.

Además, el músico lleva un lustro intentando publicar una antología de canciones sobre la capital, para la cual ha compilado “alrededor de 480 temas musicales de todos los géneros, países y épocas. Traté de abarcar desde una de las primeras habaneras compuestas en Cuba, hasta el último compositor joven que le hizo una canción a La Habana”, según contó en una entrevista de 2023.

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Mientras crecía, el niño Gerardo aprehendió la música norteamericana y también se nutrió de las melodías africanas que sonaban en sus alrededores.

“Soy autodidacta, así que mi comienzo fue muy temprano. Mi hermana tocaba el piano y mi mamá estudió guitarra. Ella tenía predilección con mi hermana y le compró un acordeón porque confiaba en que sería músico. Cuando salían para la escuela y el trabajo, yo me quedaba solo en la casa y disponía de todos los instrumentos. De esta forma, intentaba reproducir las melodías que escuchaba por la radio”, reveló al periódico Tribuna de La Habana.

Aprendió a rasguear la guitarra durante su etapa en la escuela secundaria y se enamoró definitivamente de ella cuando conectó con la música de Silvio Rodríguez y Ernesto Lecuona.

Debido a que en su etapa juvenil no tuvo demasiado apoyo familiar en lo relativo al arte, nunca pudo aspirar a una escuela de música. Sin embargo, luego de comenzar su técnico medio en Electroenergética en el Instituto Politécnico Juan Manuel Castiñeiras, se vinculó a un conjunto amateur formado por obreros de la fábrica de cemento René Arcay, del Mariel.

“Trabajé en casi todas las termoeléctricas de Cuba, hasta que decidí estudiar Derecho por el curso para trabajadores. Suspendí una materia y me rendí. Cuando estaba dispuesto a sentarme en una esquina a cantar con una jícara al lado a pedir limosna, mi mamá me decía: ‘toca la guitarra que tú quieras, pero tienes que trabajar’, dijo hace un par de años.

Consiguió empleo como estibador de ataúdes en la funeraria de Zanja, fue albañil en Servicios Necrológicos y notificador del Poder Popular de Centro Habana, de este último trabajo nacería la inspiración para su canción más famosa.

“Allí entregaba las citaciones de multas a las casas por las infracciones de ese documento, relacionado con el ornato público, donde está contemplado que no se debe colgar sábanas en los balcones, ni poner macetas por encima de las rejas, ni pintar las fachadas de los edificios de otro color. En esa etapa, muchas imágenes quedaron en mi subconsciente y luego me sirvieron de inspiración”, declaró.

Con la Nueva Trova en auge y algo de experiencia a sus espaldas, en 1979 coincidió con Carlos Varela como candidato para integrar el Movimiento. Aunque esa vez no lograron entrar, un año más tarde volvieron y el resultado fue diferente. En lo adelante, ambos comenzarían una fructífera carrera que los colocaría entre los trovadores más admirados del país.

En sus comienzos con la Nueva Trova, el Alfonso “novato” tocó en lugares tan diversos como escuelas y unidades militares, y también se nutrió de la riqueza intelectual que lo rodeaba para salir de allí convertido en un artista en toda regla.

“El Movimiento me ofreció una pauta estética. Antes de entrar, no estaba muy interesado en la poesía, ni tan comprometido con el arte cubano. Tenía los ritmos de mi país en las venas, pero no me importaba porque estaba poseído por la música anglosajona y el rock and roll. La Nueva Trova me mostró el camino de la canción con un lenguaje poético y formas musicales auténticas”, explicó a Tribuna al referirse a la influencia de este grupo en su vida y su carrera.

Desde entonces, ha firmado álbumes de estudio como Los lobos se reúnen (1993), Sábanas blancas (1996), El ilustrado Caballero de París (2001), Las cosas que yo te cuento (2002), Momentos (2002), Raza (2005), A orillas del mar (2006), La cima (2009), Leyendas camagüeyanas (2010) y La ruta del esclavo (2022), así como los grabados en directo: Almendares vivo (junto a Frank Viehweg y Tobias Thiele; 1999), Gerardo Alfonso. A guitarra limpia (1999), Recuento (2000), No me mires tan extraño (2002) y Cuarto de siglo (2006).

Entre sus grandes éxitos se cuentan sencillos como Se puede ser, El revólver, Yo te quería María, Son los sueños todavía, Como si fuera un gato, Giovanna, Amigos, Ser o no ser, Paranoico, Aquí cualquiera tiene, Habana, dulce locura, Yo también te amé, Lo que me atrapa aquí, Cuenta con lo que soy, Los lobos se reúnen, Ríos que cruzar y La ilusión.

Ha sido nominado alrededor de una decena de veces a los Cubadisco, festival en donde sus álbumes El ilustrado Caballero de París, La cima y Raza se llevaron el galardón en las categorías de Cancionística (2002), Trova (2010) y Trova-pop-rock (2015), por ese orden.

Sus creaciones han sido parte fundamental en la banda sonora de la televisión cubana, en donde algunas han sido temas de presentación de programas como Andar La Habana (Sábanas blancas), Cuando una mujer (Se puede ser), Hola Habana (Habana, dulce locura), Patrulla 444 (Policía), y el teleplay Falsa moneda (1996), entre otros espacios.

Durante su carrera ha viajado a varios países de América Latina y Europa, y colaborado con artistas de la Mayor de las Antillas como Frank Delgado, Pablo Menéndez, Carlos Varela, Issac Delgado, Miriam Ramos, Beatriz Márquez, Haila María Mompié y bandas de la talla de Moncada, Moneda Dura y Pascualito y su Tumbáo Habana. Igualmente ha compartido escena con el mexicano Alejandro Filio, y los españoles Rogelio Botanz y Kepa Junkera.

Para el cine compuso parte de la banda sonora de Una historia que contar (Silvia González Amaya y Lilian Rosado González, 1998) y de la coproducción cubano-mexicana Hoy como ayer (Constante Diego y Sergio Véjar, 1987). Además, tuvo un pequeño papel en la española Calor y celos (Javier Rebollo, 1996) y la alemana La risa de Ochún, en donde interpretó al novio de una chica que viajaba hacia la Isla para hacer una investigación sobre los orishas.

“La película se hizo con 300 mil francos alemanes, que para ellos era un presupuesto muy bajo. El filme se transmitió en el Canal Arte, de Alemania y Francia. No fue nada del otro mundo, pero la pusieron en España y el trovador Boris Larramendi, me dijo: ‘ oye, te vi en una película, pero estabas hablando con la z ‘, porque la habían doblado. Se suponía que eso me iba a generar un ingreso tremendo, pero el dinero se perdió en el éter o alguien lo cogió, no sé, esas cosas pasan”, confesó hace un par de años.

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