Cuando Brett Easton Ellis lee en Harvard diez minutos de Imperial Bedrooms, en realidad solo se está tocando la parte derecha de la cadera. Pueden verlo en este video (a los tres minutos y cuarenta y nueve segundos aparece por primera vez ese movimiento). Cuando alguien lee un fragmento de otro fragmento, está buscando, probablemente, que todos los demás lo asuman como un sistema de ademanes donde la lectura es solo una consecuencia pactada. Pudiera parecer una simplificación extravagante, pero el recorrido de la mano de Ellis es —lo sabrás tiempo después— la condición humana del texto en sí.
Leonardo Padura y Jorge Perugorría leen Yarini, el rey (Vida, pasión y muerte del más célebre proxeneta cubano) y deciden evadir cualquier gesto disociativo. Esa suerte de ‘responsabilidad‘ implica que nada cambiará si los escuchas y no los observas. Cuando el actor lee las primeras líneas —«Se veía caminar por una línea de ferrocarril que atravesaba un túnel angosto y húmedo, cuyo final le parecía siempre al alcance de la mano»— no agrega pantomimas ni levanta la vista. Si hubiera hecho una u otra cosa, tendrías que permanecer mirándolo toda la tarde hasta que Elena Morales cayera arrodillada ante el cuerpo de Yarini.
Las palabras de Padura y Perugorría parecen poseer ese sentido de compilación de los softwares. Van del texto al audiolibro, como si de ello se tratase todo en un inicio. Lo que en Ellis es el movimiento de la mano, en Padura y Perugorría es la formalidad austera de quienes buscan que el resto se concentre en el sonido de los sintagmas.
Cae la noche. Piden que alguien les coloque luces para leer. La lectura se detiene brevemente. Es, eso último, quizás, el fragmento verdadero: para quien lee, la pausa es la reacción más textual a toda su condición humana.
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