«Outer Range», una ambiciosa y confusa serie que nos invita a dudar

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Bailar es, por muy básico que les parezca a muchos desde fuera, un ejercicio que requiere de altísima coordinación. Convertir al cuerpo en un elemento que se integre armónicamente a la melodía y transforme el fenómeno exclusivamente sonoro en un espectáculo también visual, es una suerte de magia que no está al alcance de todos.

Escribir y luego guiar una idea hasta transformarla en una serie de televisión, con todo lo que eso implica, es un viaje que guarda muchos puntos en común con la danza. En ambos casos es necesario que haya un guion, o al menos un concepto; también varios giros inesperados, el talento individual de los protagonistas, mucha imaginación y, sobre todo, ritmo.

Hace aproximadamente tres meses, Amazon Prime Video lanzó un nuevo show, Outer Range, en donde su creador, Brian Watkins, se atrevió a mezclar elementos del western, el existencialismo, la mitología clásica, la física cuántica y los viajes en el tiempo, todo ello con la intención de volarnos la cabeza con algo que prometía ser antológico.

El argumento principal giró en torno a un misterioso pozo sin fondo que apareció en las tierras de Royal Abbot (Josh Brolin), dueño de un rancho en Wyoming que luchaba a diario para mantener a flote el negocio familiar. Allí vivía con su esposa Cecilia (Lili Taylor), sus hijos Rhett (Lewis Pullman) y Perry (Tom Pelphrey), además de Amy (Olive Abercrombie), hija de Perry, cuya madre desapareció hace tiempo sin dejar rastro alguno.

De pronto, una mañana llegó a las tierras de los Abbot, Autumn (Imogen Poots), una hippie que le pidió a Royal que la dejase acampar por esos lares en donde sobraba el espacio. No obstante, detrás de esa imagen de citadina despreocupada y amante de los alucinógenos, la chica escondía más secretos de los que cabría esperar.

Por otra parte, el vecino millonario de los Abbot, Wayne Tillerson (Will Patton), puso una demanda para reclamar 300 hectáreas de terreno que supuestamente le pertenecían a él en lugar de a Royal y su familia. La disputa llegó demasiado lejos cuando Perry mató a Trevor Tillerson (Matt Lauria) en una pelea de bar, tras lo cual Royal decidió usar el agujero misterioso para algo tan útil como deshacerse del cuerpo.

Sin embargo, inmediatamente después de completar el crimen, Royal fue empujado por Autumn hacia dentro del orificio. Al día siguiente, el patriarca reapareció con una herida en la pierna y poco más que contar. Lo que no le dijo a nadie fue que regresó por el mismo agujero que se fue, luego de viajar brevemente hacia un futuro en el cual se enteró de dos cosas fundamentales: lleva muerto dos años y las tierras ya no le pertenecen a su familia.

Luce bien, ¿no? Pues la verdad es que con semejante reparto y un factor tan interesante como es la dichosa hendidura, uno pensaría que sí, que la serie promete. Y no, no se equivoca, al menos no en todo. Pero los baches del camino nos hacen dudar.

En primer lugar, lo que más chirría de Outer Range son las tantas vueltas alrededor del susodicho hueco para finalmente no aprovecharlo tanto como debería. Igual que en una coreografía muy elaborada, el uso de una maniobra de esta magnitud, válida para jugar con la mística y ser un catalizador para los personajes, debería tener un sentido y un significado más claro, pues de otra forma se corre el riesgo de que sea simplificado hasta la categoría de orificio-enorme-que-hace-cosas insólitas.

Lo del agujero un tanto desaprovechado es más bien una consecuencia de no saber cómo centrar el tiro. La trama, que incluye un asesinato sin (aparente) solución, un litigio por la propiedad de una extensión de tierra, viajes en el tiempo y reflexiones en torno a la fe, el desarraigo, la familia y la redención, no está nada mal, pero las revelaciones a cuentagotas y lo espeso del storytelling hacen que llegar al final de cada episodio sea una agonía.

Sin embargo, hay que reconocer lo bien que, en ocasiones, juega Watkins sus cartas. El escritor, si bien logra desesperarnos con las microdosis de información que nos regala en cada capítulo, siempre nos da justo lo necesario para continuar hacia el siguiente. Vamos, que de no haber tenido futuro en esta línea de trabajo, este señor hubiera dado para un “camello” de los mejores.

Saliendo del «qué» y entrando en el «cómo», hay que romper una lanza en favor de uno de los apartados técnicos que elevan sobremanera esta producción. Similar al trabajo de Alejandro González Iñárritu en su desquiciante The Revenant (2015), aquí el uso de la naturaleza salvaje del oeste estadounidense es utilizado como una especie de salvapantallas maravilloso, que sirve para bajar la tensión y darnos un chance para procesar lo que hemos visto, a ver si así nos enteramos de algo más.

Si pudiera pedir algo al señor Watkins es que sus personajes, perfectamente ejecutados por el brillante elenco que tuvo a su disposición, fueran más consecuentes. En principio está bien que no sean predecibles y que actúen de forma errática en ocasiones, pues eso sirve para exponer la fragilidad y las falencias de la condición humana. Lo malo es cuando eso se convierte en un patrón que, lejos de mejorar la historia, incomoda a quien está del otro lado de la pantalla.

Queda claro que Outer Range está lejos de ser perfecta, pero también es un producto retador y ambicioso que busca ser más que un divertimento. Al igual que sucedía con las crípticas The Leftovers o Westworld, este material no es para esos que se creen por encima del consumidor promedio solo porque han visto un par de series que creen “inteligentes”. El público al que va destinada esta es al que ansía encontrar en la duda la fuente del disfrute.

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