Otto Ortiz: «El humor cubano nunca ha estado en crisis»

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Otto Ortiz puede pasar horas sin dejar de hablar y mantenernos con la sonrisa en la “recámara”. Foto: Cubalite.

Al célebre cómico cubano Guillermo Álvarez Guedes se le escuchó decir varias veces que él sí “vivió del cuento”, frase con la que gustaba describir su carrera humorística.

Esa manera con la que el de Unión de Reyes percibía el mundo —y a sí mismo—, encaja perfectamente con el punto de vista de otros tantos personajes del espectáculo, quienes han decidido hacer del reír un estilo de vida.

Otto Ortiz es alguien así. Sólo diez minutos después de conocerlo, uno se da cuenta de que es biológicamente incapaz de estarse quieto. El reconocido conductor de programas como Al pie de la letra, En humor a la verdad y el reciente Otto x Otto, puede pasar horas sin dejar de hablar y mantenernos con la sonrisa en la “recámara”, en espera de una nueva ocurrencia.

Este hijo ¿ilustre? de Marianao, municipio capitalino en torno al cual ha creado parte de sus monólogos, es un ser con una capacidad poco común para sacar un chiste de cualquier cosa. No obstante, “el Nene” también puede ingeniárselas para hablar “seriamente” sobre el tema que sea, cosa de la que puede dar fe este redactor, luego de haber compartido un rato junto a él en el “cuartel general” de Cubalite.

¿Cómo se pasa de ingeniero a humorista?

Yo siempre fui humorista, aunque todo comenzó a coger forma cuando estaba en el preuniversitario. Entonces, tenía un físico que no resultaba demasiado atractivo y, como nunca me pasó por la mente meterme en un gimnasio a hacer ejercicios, decidí unirme a otros socios para hacer cuentos. A partir de ahí fue que la gente (sobre todo las muchachas) empezaron a notar mi presencia. El humor se convirtió entonces en una vía para lograr cierto reconocimiento.

Cuando entré en la universidad, lo pasé mal, porque me costaba concentrarme con tantas pruebas, seminarios y conferencias. El lío es que yo solía dedicarle mi tiempo a actividades que iban desde el teatro hasta ser mánager del equipo de softbol de la facultad; todo, menos estudiar en serio. No obstante, me las arreglaba para aprobar las asignaturas mientras me iba metiendo más en la onda humorística.

Al momento de graduarme me tocó trabajar en el banco, como administrador de redes. Durante un tiempo pude ir compaginando eso con las actuaciones en diferentes lugares, hasta que un día me pusieron a escoger y me quedé con el humor. Por suerte, mis padres, quienes vivían orgullosos de su hijo ingeniero (en Control Automático), siempre me apoyaron tras esa decisión.

Lo que vino después fue una etapa difícil. Llegué a ir de Marianao al Barrio Chino en bicicleta para poder ganarme cincuenta pesos. Por suerte, pasado el tiempo, las cosas salieron bien y me di cuenta de que había valido la pena todo ese esfuerzo.

¿De dónde salen los chistes?

Lo primero: los humoristas no se hacen y el proceso de creación de un chiste puede ser complicado. Yo siempre pongo el ejemplo de Osvaldo Doimeadiós, que es un tipo muy serio, pero detrás de esa seriedad esconde un humor inteligente y ácido. Él es el único al que yo no logro entender, porque la realidad es que el resto de nosotros somos muy jodedores, aunque a algunos la fama los ha vuelto medio serios.

En esencia, todos estamos siempre pensando en la jodedera y de ahí vienen los chistes: de las vivencias de cada uno, de anécdotas, de ocurrencias y otras cosas por el estilo. Por eso es que hay humor más elaborado y también existe otro soez y vulgar. Igual hay algunos “listos” que prefieren el facilismo, pero eso ya es una opción personal de cada uno.

Otro tema que siempre me ha llamado la atención es que no conozco a ningún humorista que haya inventado un chiste del tipo “había una vez un hombre…”. Se hacen monólogos, obras de teatro y libros, pero nadie sabe de dónde salen cosas como los cuentos de Pepito.

Al final es un tema de moda. A veces tomamos como “punto” a los pinareños, los orientales, o los policías, hasta que esos temas dejan de funcionar y hay que buscar nuevos argumentos para provocar la carcajada de la gente.

Mi intención es siempre aparecerme con algo que conecte con las personas. Me han pedido que vaya a la vocacional Lenin, pero no me gusta esa idea porque mi público meta es de otra generación. Es difícil que un muchachito de 18 años o los invitados a una fiesta de “quince” puedan identificarse con mis dilemas humorísticos.

Yo digo que tengo vida útil limitada porque ya mi público está “remando para la orilla”. Mis “clientes” principales están más o menos en el rango de los 40 a 60 años e, incluso, de más edad, porque cuando llego a un círculo de abuelos me gano a la audiencia desde el minuto uno.

¿Qué opinas del humor cubano actual?

Con más de 30 años de experiencia, lo que te puedo decir es que, contrario a lo que tantos dicen, el humor cubano nunca ha estado en crisis. Sí es cierto que han estado en crisis los diferentes medios para expresarlo. Por ejemplo, al teatro le va muy bien desde siempre, mientras que la televisión ha tenido muchos altibajos, sobre todo a causa de las personas que han estado a cargo de hacerlo. En resumen, creo que hemos tenido momentos más elevados y otros no tanto. Ahora mismo estamos en una etapa baja.

¿Cómo recuerdas los años 80, conocidos como la época dorada del humor cubano?

Por aquellos años, lo que nos cambió la forma de ver el humor, creo, fue la visita de Les Luthiers. Empezaron a aparecer grupos humorísticos similares, compuestos por seis, siete o más integrantes que, desde varios lugares del país, fueron conformando un movimiento muy fuerte. Entre los representantes más notables de esa época hay que mencionar a Nos y Otros, Salamanca, Los Hepáticos, y también a los «primos» de La Seña, La Leña, La Tiña y La Piña del Humor.

Por esa época se estrenaron obras de mucho éxito como fueron los casos de La esclava contra el árabe, El Bateus de Amadeus, Welcome Colón, Sexo, luego existo, después pienso, La soprano estreñida y El eslabón perdido y yo; todas llevadas a cabo por el Conjunto Nacional de Espectáculos (CNE), bajo la dirección de Alejandro “Virulo” García.

El CNE era un proyecto muy bueno, porque no solo incluía a sus miembros, sino a jóvenes humoristas de distinta procedencia, quienes se unían por decenas en el teatro Karl Marx para darle forma a puestas en escena que el público todavía recuerda.

Con el tiempo, ese formato se fue perdiendo a partir de que empezaron a pagar mejor el humor y empezaron a disminuir la cantidad de personas en los grupos con la intención de cobrar más. Hoy en día somos muchos solistas y quedan muy pocas agrupaciones como Pagola la Paga o La Oveja Negra. También tenemos en provincia a Komotú y 40 Megas, por citar un par de buenos ejemplos, quienes tal vez no están tan movidos por la parte monetaria, precisamente porque no tienen las mismas complejidades que aquí en La Habana. Habría que ver si logran mantenerse juntos o si algún día se “mudan” a la capital.

¿Qué tal es trabajar en grupo?

Primero, en la Cujae, vinieron Los Hepáticos, grupo que formamos Omar Franco, Luis Simpson y yo. Tiempo después se unirían Riquimbili (Carlos Vázquez) y José (Téllez), “el enano”. Aquello era muy cómodo, porque teníamos 20 años, no teníamos familia y todo funcionaba sin trabas. El único problema era estar temprano en los lugares, motivo por el cual creamos un mecanismo que iba de imponer “multas” a quienes llegaban tarde.

Existía una diversión constante. En el Karl Marx, antes de cada actuación, jugábamos un torneo de “taco” con la gente de Nos y Otros, conjunto que tenía entre sus miembros a Eduardo del Llano, Orlando Cruzata y Jorge “Jape” Piñeiro.

En la medida en que creces y la vida se te complica, con mujer e hijos, ese tipo de actividad te satura. También estuvo el factor económico por un lado, pero lo cierto es que mantener ese ritmo de trabajo grupal es demasiado. Dicen que Les Luthiers tenía un psicólogo que les ayudaba a lidiar con sus conflictos después de tantos años de fricciones.

¿Cómo es el proceso creativo de un humorista?

Eso depende de cada uno. Por ejemplo, Del Llano escribe todos los días porque es su mejor forma para expresarse y él le dedica la mayor parte de su tiempo. Yo paso por escritor, porque, de hecho, he trabajado en guiones de teleplays, obras de teatro, cuentos y otros con las cuales he logrado tener éxito en varios festivales Aquelarre.

Escribir es muy complejo, sea cual sea la variante, y aunque a mí es lo que más me gusta hacer, no le dedico ya demasiado tiempo. El tema es que no se paga bien y yo tengo cuatro hijos. Esa es la razón por la que ahora me dedico fundamentalmente al stand up, un género que trata, básicamente, de hablarle al público. Para eso no tomo notas, sino cojo una idea y la voy desarrollando, agregando o quitándole elementos en la medida en que veo si funcionan o no. Lo malo es que cuando pasa el tiempo, como ya tengo cierta edad, se me empiezan a olvidar las cosas.

Un ejemplo claro fue algo que me sucedió hace poco: estaba mi hijo más chiquito tomándose la leche por la mañana, mientras yo bebía café. De pronto me puse a pensar qué chiste salía de eso: “el niño toma leche hasta los siete años, y a partir de entonces, lo que toca es café, o sea, que, teóricamente, no podrías tomar café con leche nunca después de esa edad”.  Cuando le conté la idea a mi mujer, me contestó: “¿de qué hablas? eso ya lo hiciste antes”.

De todos tus trabajos, ¿cuáles consideras como los mejores?

Antes mencioné los teleplays, que son parte de la faceta de escritor, y la verdad es que son los que más satisfecho me han dejado. Siempre digo que no son cómicos, sino humorísticos, porque estoy constantemente expresándome en tono de “jodedera”.

Entre los más recordados están La mujer que me tocó, Entre la espada y la pared (ambos junto a Rigoberto Ferrera) y La lista, que no está escrito en clave graciosa, pero que sí me dejó contento, sobre todo por la forma en que logré ridiculizar una etapa gris de nuestra historia.

Existe también uno que nunca se puso, sencillamente, porque a alguien le pareció “duro”. Se llamaba Helado tropical y contaba la historia de un ingeniero químico que se metía a tocar en un trío para poder comprarle a su hijo helado del Bim Bom. La respuesta que me dieron fue que “ese tipo de cosas que no se habían podido resolver” no era bueno contarlas en aquel momento.

La forma en que trabajo es un poco rara. Me demoro unos meses en terminar ese tipo de historias, lo mismos que los demás, pero con la diferencia de que empiezo a crear las líneas de cada personaje y luego armo el guión, como un rompecabezas. Otros prefieren trabajar un poco cada día, mientras que yo, cuando lo tengo todo pensado, lo hago de una vez.

Otro de mis trabajos que guardo como un buen momento es el cuento Matar a Eduardo del Llano. Resulta que, año tras año, yo presentaba un relato corto en el Aquelarre y nunca podía llevarme el primer lugar, porque siempre Eduardo (que es un genio) me ganaba y Otto tenía que conformarse con una mención. Así fue que se me ocurrió una historia en la que yo me inventaba un plan para ejecutarlo. Lo gracioso fue que ese año él no se presentó al concurso y sí fue parte del jurado que premió el dichoso cuento.

¿Hasta dónde llega la censura en el humor cubano?

El ejemplo que mejor describe a la censura parte de un hecho que todos sabemos, y es que los cubanos somos todos muy jodedores. Imagínate que ese simple término no se puede decir en la televisión ni la radio, a pesar de que en el cine se escuchen “malas palabras” mucho más fuertes.

Partiendo de ahí, hay que explicar que hay otros temas tabúes que nosotros tenemos “vedados”. Es cierto que no se debe abusar del lenguaje vulgar, pero en ocasiones un chiste necesita de una palabra específica que, si se intenta “suavizar”, hace que lo demás pierda la gracia.

En Cuba nos complicamos mucho y el efecto del humor puede ser muy curioso. Me ha sucedido que he llegado a un centro de trabajo, empiezo mi actuación y nadie se ríe. De pronto, el jefe se va y la gente se relaja. Es muy gracioso cómo a veces hago un chiste y las personas miran al jefe para ver si se está riendo, como buscando aprobación. Mi técnica es llegar primero y hablar con los “pinchos” antes de mi show, para decirles que de vez en cuando echen una carcajada, a ver si el público no se cohíbe.

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