Desde que, en 2022, la dupla de Ryan Murphy e Ian Brennan lanzaran la primera entrega de Monster, aquella vez basada en la vida y “obra” de Jeffrey Dahmer, esta marca pasó a convertirse en el nuevo fetiche de los amantes del true crime y los asesinos en serie.
Un año después de la segunda parte (2024), dedicada a los hermanos Lyle y Eric Menéndez, una tercera acaba de aterrizar en Netflix para contarnos sobre Ed Gein, a quien muchos especialistas catalogan entre los homicidas más referenciales de la contemporaneidad.
A diferencia de las temporadas anteriores, la nueva miniserie no contó con la participación de Murphy, quien esta vez dejó volar solo a su colega Brennan, reconocido cocreador de propuestas como Glee, Halston, Hollywood, Ratched y Scream Queens.
El resultado es un show en donde la realidad más cruda y la dramatización se mezclan con un intento de diseccionar (muy al estilo de su protagonista) el fenómeno de los asesinos seriales como constante en el audiovisual norteamericano de la postguerra.
Todo comienza en los 50 del siglo XX, en una anodina localidad del Wisconsin rural. Allí viven Ed, encarnado por Charlie Hunnam, en compañía de su madre Augusta (Laurie Metcalf), una suerte de Torquemada pueblerina que parece odiar todo lo que le rodea.
En ese contexto, sin padre ni sucedáneo, crece Gein, un chico callado, con instintos y manías que harían erizar a la mayoría. La represión matriarcal y su esquizofrenia galopante llevan a este hombre al descubrimiento de su vida: lo mucho que ama jugar con la muerte… y los muertos.
A partir del impacto que tuvo la figura de Gein en sus contemporáneos, Brennan nos lleva de viaje por las siguientes décadas para presenciar el nacimiento de personajes icónicos del cine. Por ahí aparecen sujetos como el Norman Bates de Psycho (1960), el Leatherface de The Texas Chainsaw Massacre (1974) y el Buffalo Bill de The Silence of the Lambs (1991), todos ellos inspirados en el hombre atroz al que la prensa sensacionalista rebautizó como el Carnicero de Plainfield.
Más allá de lo evidente, el verdadero análisis gira en torno a la sociedad estadounidense, su obsesión por la violencia y la idealización de personajes como Ed y varios “colegas” que lo sucedieron.
El relato de Gein sirve como un conducto para exponer y reflexionar en torno al morbo subyacente que despertó en sus compatriotas, no solo en los “normales”, sino también en otros depravados sin respeto por la vida humana, quienes usaron las acciones de este ser perturbado como una razón para validar las suyas propias.
El británico Hunnam ofrece el mejor trabajo de su carrera hasta la fecha. Su representación contenida, que incluye notables cambios en la postura y la voz, además de todos los matices posibles en un carácter que se mueve entre la inocencia y la perversión, hacen que nos cueste reconocer en él al mismo tipo que antes protagonizó la serie Sons of Anarchy (2008-2014), y filmes como Pacific Rim (2013), Papillon (2017), King Arthur: Legend of the Sword (2017) o The Gentlemen (2020).
Pocas dudas quedan de que Charlie será nominado a cuanto premio sea posible, pero también es justo reconocer el descomunal trabajo de todos sus compañeros, entre quienes destaca en particular Suzanna Son como Adeline Watkins, interés romántico y cómplice del “monstruo” de turno.
Otros de los nombres importantes que brillan en algunos de los ocho episodios, son Tom Hollander en la piel del mítico realizador Alfred Hitchcock; además de Vicky Krieps como la nazi Ilse Koch), Joey Pollari como Anthony Perkins, actor principal de Psicosis, Lesley Manville como Bernice Worden, la última víctima de Gein y Alanna Darby como Christine Jorgensen, la primera mujer y actriz transgénero conocida por todo Hollywood.
A nivel narrativo, la serie tiene un comienzo cautivador e intrigante, aunque esta fuerza de la arrancada se pierde en la medida en que Brennan decide estirar el metraje con arcos secundarios intrascendentes. Todo esto hace que falle en lo que antes sí tuvo éxito Dahmer: convertirse en material de primera para consumir de una sentada.
La visualidad de la serie resulta uno de sus grandes atractivos. Sin embargo, más allá de la “carátula”, su tono moralmente ambiguo y la falta de profundidad del material hacen que el montaje no pase de un aprobado.
Sin dudas, lo más cuestionable de este material, y otro de los aspectos en que pierde al ser comparado con la primera entrega de la antología, es la decisión de humanizar a Gein. Si antes Dahmer conectó con la gente al mostrarnos el dolor de aquellos que lo sufrieron, no pasa lo mismo con las “presas” de Ed, representadas como sujetos “de relleno” en lo que los estadounidenses suelen llamar the bigger picture.
El sentido voyeurista con el que Brennan construye su guion hace que nos cuestionemos a nosotros mismos, en vez de preguntarnos si está bien plantear así una historia. Lo superficial y lo morboso opacan cualquier otro mensaje que haya intentado dejarnos su creador, quien, al final, da la razón a quienes califican a este tipo de propuestas como un eufemismo para la pornografía del terror.
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