Primero, les advierto. Cubalite ha publicado, desde su fundación, un sinfín de trabajos sobre deportistas cubanos emigrados, varios con una carga emocional y dramática, propias de una película al más puro estilo de Stephen Daldry. Pero la historia de vida que hoy aquí se cuenta es sencillamente estremecedora. Ustedes verán.
Yuliana Pérez me traslada más de una vez al dolor de Yamilé Aldamá por las desgracias sufridas poco tiempo después de su llegada a Reino Unido, hace más de dos décadas. También me hace ver la resiliencia de esta última, su espíritu de atrapar sueños deportivos “rompiendo montes, ciudades; cambiando el curso a los ríos”, como cantara Pablo.
Como Yamilé, Pérez fue triplista. Es más, ambas coincidieron brevemente en el equipo nacional y hasta pudieron ser compañeras en la delegación de la Isla que dejó su huella en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. Yuliana nunca voló los miles y miles de kilómetros que separan a Cuba de Australia. Su inamovible decisión de no ceder ante una petición de las autoridades deportivas antillanas, tal vez le costó acudir a la Olimpiada de principios de milenio, pero, por otra parte, fue el insospechado comienzo de su incursión en Atenas 2004 por una federación diferente.
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Yuliana no nació en Cuba. Si bien su nombre pudo salir de cualquier sitio del archipiélago, fue bautizada el 21 de julio de 1981 en el Centro Médico de Tucson, Arizona, Estados Unidos. Sus padres, Osmayda Pérez y Juan Carlos Martínez Vallez, fueron dos de los más de 125 mil antillanos que tocaron suelo estadounidense gracias a la estampida masiva del Mariel, entre abril y octubre de 1980.
Osmayda cargó en el vientre a su hija durante la travesía en una vetusta embarcación de madera. “Casi se ahoga hasta que apareció un helicóptero y la rescató. Podríamos haber muerto, pero ella no se rendiría”, declaró la primogénita a Los Angeles Times en febrero de 2003.
Juan Carlos llegó con antecedentes penales y fue encarcelado al poco tiempo. Cuentan que por robo. Según el medio Tucson Citizen, hasta el año 2000 seguía cumpliendo condena en Atlanta. En 1983 o 1984, Osmayda fue asesinada por una bala perdida que le alcanzó la cabeza, mientras observaba un tiroteo por la ventana de su habitación en San Diego. Todo esto lo aseguran varios sitios norteamericanos.
Con su madre muerta, su padre preso y sin ningún familiar cercano en Estados Unidos, Pérez pasó los siguientes dos o tres años de su vida dando tumbos en hogares de acogida en California, junto a sus dos hermanos. Algunas bibliografías afirman que, mientras transcurría 1986, los tres niños fueron enviados a Cuba para vivir con sus abuelos paternos en La Habana. Ella tenía cinco años.
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Es irrisoria la información existente sobre su niñez y adolescencia en la capital del archipiélago caribeño. Los datos la presentaban como una de las promesas con más brillo del triple salto en el país. Su perfil en World Athletics registra como su primera competición un Memorial Barrientos, donde terminó quinta, con 13.06 metros, el 16 de mayo de 1997.
Solo ese año y en 1999 le aparecen resultados compitiendo por Cuba, mientras nunca su talento fue visto en un evento en el extranjero y el único certamen internacional que le consta fue el Campeonato Panamericano juvenil, acontecido en julio de 1997 en el Estadio Panamericano de La Habana, donde lució la presea de plata, con marca de 13.01 metros.
Al parecer, la Federación Cubana de Atletismo tenía entre sus planes que la natural de Tucson, Arizona, participara en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. En ese entonces, restaban alrededor de doce meses para el comienzo de la cita estival y algunas autoridades deportivas le hicieron una petición tan absurda como abyecta: le exigieron que renunciara a su ciudadanía estadounidense como condición para viajar hacia la capital australiana.
Yuliana, que en una entrevista declaró que no compitió fuera de la Isla porque los directivos temían que no regresara, prefirió perderse la justa y conservar su estatus de ciudadana estadounidense. Su terminante negativa no le sentó bien a quienes trataron de imponer y, como reacción, fue sacada del movimiento deportivo insular.
La triplista, como una fiera herida que extrema su instinto de supervivencia, buscó soluciones a su desamparo. Alrededor de cinco meses duró su agonía por obtener un pasaporte que le abriera las puertas del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana y la colocara en un avión para estar en menos de una hora en Estados Unidos.
Funcionarios de la Embajada de Suiza en la capital cubana terminaron rendidos ante su historia y sus ruegos, y construyeron el puente necesario para que retornara a su país de origen a inicios del 2000, casi 15 años después de haber partido.
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Según The New York Times, Pérez llegó a Estados Unidos solo con una mochila llena de ropa, una reserva en Teresita House, hogar de acogida en el sur de Tucson, y una deuda de más de 2 300 dólares con el Departamento de Estado por su vuelo y los gastos para marcharse de Cuba. Sin más nadie, desempleada y con un inglés tímido, se hizo amiga de una trabajadora social, nombrada Cruz Olivarria, quien le invitó a vivir con ella.
Consiguió un trabajo de camarera, logró inscribirse en la universidad, gracias a la caridad de un grupo de personas, y así pudo reencontrarse con el atletismo. Dios puso sus manos en ella, dirían los creyentes, el día que subió al autobús equivocado de vuelta a casa y conoció al conductor, Guillermo Díaz, guatemalteco que había emigrado a la nación norteña en 1966, quien se interesó por el pasado deportivo de Yuliana.
Díaz contactó luego a un amigo suyo, coach de velocidad en Pima Community College, y este hizo lo mismo con el jefe de entrenadores del equipo de atletismo de la institución académica. De esa manera rocambolesca, la joven matriculó en la universidad que la puso nuevamente en el ruedo competitivo, tras más de un año sin entrenar.
En su primera lid internacional con la selección estadounidense, el Campeonato Mundial de Edmonton, Canadá, en 2001, acabó novena (13.69 metros) en el segundo grupo clasificatorio. Menos de un mes después finalizó cuarta en la Universidad de Beijing, China.
En 2002 se fue sin medallas en dos certámenes en Gran Bretaña y España; en 2003 fue oncena (13.89 metros) en su grupo preliminar del Mundial de París, Francia; y su primera y única presea defendiendo al país de las barras y las estrellas la conquistó en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo, República Dominicana. Ella, plata, y las santiagueras Mabel Gay, oro, y Yusmay Bisset, bronce.
“No voy a parar hasta que consiga mi sueño. Mi sueño es ir a las Olimpiadas una, dos, tres veces”, le dijo a Tom Spousta de The New York Times hace 23 años. El 18 de agosto de 2004, Yuliana estaba en el Estadio Olímpico de Atenas cumpliendo lo que le declaró al periodista. En la capital griega no sacó pasaje para la final, pero creo que eso poco importa después de haber leído cada uno de los párrafos anteriores.
Su último año como atleta fue 2005, cuando compitió seis veces en tres ciudades de Estados Unidos. En su palmarés se lee: “doble campeona nacional (2002 y 2003) y marca personal de 14.23 (2003)”. Tras su retiro, no existe información sobre ella, solo que la exaltaron al Salón de la Fama del atletismo de Pima Community College.
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