Después de los Juegos Panamericanos de La Habana 1991, la selección nacional femenina de baloncesto de Cuba renovó buena parte de sus integrantes y una de las atletas de nueva inclusión fue Lisdeivis Víctores Pompa (2 de julio de 1974, 1.91 metros). En esa época, el entrenador principal era Manuel “El Gallego” Pérez. Cuenta a Cubalite la nacida en Guanajay que se sintió emocionada por el ascenso, a pesar de ser invitada y contar con pocos privilegios. La motivación principal era entrenar y entrenar junto a su ídolo, Leonor Borrell, con quien tiene una gran amistad en la actualidad y la considera la mejor jugadora de todos los tiempos en nuestro país.
Estuvo desde septiembre de 1991 hasta el 26 de mayo de 2004 en el equipo Cuba. Participó en cinco Centrobasquet (siempre fue campeona), en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo 1998 (oro), en dos Juegos Panamericanos (Winnipeg 1999 y Santo Domingo 2003, titular en ambos), tres Campeonatos Mundiales (Australia 1994, Alemania 1998 y China 2002) y dos Juegos Olímpicos (Atlanta 1996 y Sidney 2000).
La cita continental de Winnipeg, asegura Lisdeivis, fue la que más marcó su impresionante palmarés con la selección, pues Cuba hacía dos décadas que no lograba el primer lugar, desde que venciera a Estados Unidos en la final de San Juan 1979. Durante el partido por el título en la ciudad canadiense, ella, Liseth Castillo y Yamilé Martínez estaban lesionadas de la rodilla y Dalia Henry tenía fuertes dolores en la cervical, sin embargo, cada una, titulares además, olvidaron el malestar físico y encontraron como principal motivación luchar por el oro.
Cuatro años más tarde, en Santo Domingo, ya sufría una lesión en la otra rodilla —fue operada en 2001 y su recuperación no fue la mejor— y había perdido su puesto de regular, en favor de Yakelín Plutín.
En una ocasión leí que el Mundial de Australia 1994, tu primero, trajo tus mejores recuerdos a ese nivel.
“Tenía 20 años y el cambio de horario me impactó desde el primer día. Pero eso no me importó, estaba en un torneo con las mejores del mundo, conocí a las estadounidenses Katrina McClain y Teresa Edward. Me sentaba en el restaurante y veía pasar a todas esas grandes jugadoras, era un sueño. Creo que podíamos haber cogido una medalla, pero ya el Gallego no estaba en el equipo y quien nos dirigía no sabía lidiar con las jugadoras”.
Las dos últimas participaciones olímpicas del básquet femenino cubano ocurrieron en Atlanta 1996 y Sidney 2000 y en ambas fuiste una de las doce jugadoras antillanas.
“El sueño de todo deportista lo viví dos veces. En Atlanta jugué con 22 años, fue una experiencia maravillosa, a pesar de que tuve una participación discreta, pues defendía como lateral y pívot. Hice muchas amistades, tiré muchas fotos y disfruté esa linda fiesta. A Sidney fui con mayor responsabilidad pero no fue la mejor actuación de nuestro equipo. De todas maneras soy feliz porque mi nombre está registrado dos veces en el Olimpo”.
Era casi un hecho que debutaras en citas centrocaribeñas durante la edición de Ponce 1993, pero, de repente, tu nombre fue eliminado del equipo.
“Injusticias me hicieron varias y la primera sucedió en 1993. Mi nombre estaba en la lista para acudir a los Centroamericanos de Ponce; el técnico, Manuel Pérez, me lo dijo. Sin embargo, él viajó a España y decidió no regresar, por lo que asumió el segundo entrenador. No voy a mencionar su nombre, todos saben quién es, pues él retiró mi nombre de la lista tres días antes y lo anunció delante de las jugadoras.
“Me puse muy nerviosa, pero no dije nada. Imagínate, yo tenía 19 años y me hacía ilusión competir en mis primeros Juegos Centroamericanos y del Caribe. Ese fin de semana me fui para mi casa, lloré desde el viernes hasta el domingo, pero me dije que más nunca me quedaría fuera de un equipo Cuba, y más nunca me quedé”.
En 2004, durante el Mundial de Clubes en Brasil, decidiste quedarte en ese país, una decisión precipitada, teniendo en cuenta varias circunstancias.
“Debido a mi historial de lesiones en las rodillas, se reunieron conmigo y me dijeron que yo no era imprescindible. Yo no estaba satisfecha con mi estadía en la selección en los últimos años, ellos me discriminaban, cuando yo entrenaba como todas mis compañeras. Corría en una pista dura y cargaba pesos con ejercicios que me estaban prohibidos, lo hacía porque yo no sentía que era la hora de parar. Me dijeron que ya no contarían conmigo y que ese sería mi último viaje. En los campeonatos internos siempre era la mejor reboteadora y bloqueadora y tenía una media de puntos aceptable.
“Ya me había hecho cuatro cirugías y todo por el baloncesto. Hablaron de una renovación y entonces me dije que no regresaba a Cuba. Solo pensaba en eso. «¿Qué hago?» «¿Cómo hago si no conozco a nadie?» Eran dos de las preguntas que me hacía. Sin embargo, tenía algo por dentro que me decía que todo saldría bien. Se lo comenté a mi padre, el único al que se lo dije, como también le dije que no aceptaba que aseguraran que yo no servía más para jugar. Él me respondió, «te apoyo, mi flaca». Mi padre y yo éramos muy unidos, le contaba todo, siempre era mi confidente”.
Hiciste lo que prácticamente nadie hace: dejar una nota explicando los motivos de tu abandono.
“Nadie esperó eso de mí, yo era secretaria de la UJC por el baloncesto y era muy disciplinada. Puedo decir que el deporte me disciplinó y cuando hice eso fui hasta honesta. Dejé una nota explicando las razones por las que tomé esa decisión. Muchas personas se decepcionaron de mí, pero yo quería seguir jugando y con ello ayudar económicamente a mi familia.
“Si tuviera que volver a tomar una decisión de ese tipo, lo haría, porque eso me demostró que tenía condiciones para continuar en el baloncesto. Jugué durante cinco años consecutivos en Brasil y siempre quedé campeona con mi equipo en una liga muy fuerte, además de ser MVP en cuatro ocasiones”.
Tu estampida parece una locura, una decisión súper osada que afortunadamente salió bien.
“Salí de compras y fui a una agencia de viajes. Conocí a un personal allí y le pedí que me ayudaran. Ellos vieron mi desespero y prometieron ayudarme. Yo había pedido pasar la noche en una casa y después me iría para otro lugar, pero a Cuba no regresaría. Me dijeron que fuera a las 5 de la tarde, hora en que cerraban. Ellos se sensibilizaron con mi situación y yo estaba nerviosa, temblaba y lloraba con cara de desespero.
“A las 5 de la tarde regresé y allí me esperaban. Me hicieron una especie de mesa redonda, me sentaron en el medio de la sala, en una silla rotatoria, y empezaron a bombardearme a preguntas en portugués. Lloraba y temblaba y en un portugués tímido les insistía que me tenían que ayudar, era solo una noche. Lloraron conmigo y me presentaron a Alexandre, él me ayudaría, era el único que vivía solo. Me pregunté quién era aquel hombre, pero yo tenía que seguir adelante, solo con mi maleta y 400 dólares.
“Él me presentó a su familia, todos admiraban a Fidel Castro y después, en la policía federal, me dieron un protocolo. Yo entré con un pedido de refugiado pero Cuba tenía un convenio con Brasil. En ese tiempo me casé y conseguí la residencia permanente. Me escondí en la casa de él durante dos meses y cuando se acabó el dinero le dije que necesitaba trabajar y lo único que sabía hacer era jugar baloncesto. Jugué durante varias temporadas, conseguí comprar mi casa y un carro y años después me convertí en entrenadora”.
En tu primer año como entrenadora en la liga brasileña recibiste una rápida promoción y dirigiste a varias cubanas.
“Fui llamada para ser una de las entrenadora en el Juego de Estrellas. Mis jugadoras eran extranjeras que participaban en la liga en aquel entonces, y se enfrentaron contra el equipo de las brasileñas. Fue un momento especial, era mi primer año en la liga como entrenadora y recibí esa invitación.
“Había tres cubanas: Ariadna Capiró, yo digo que es mi hija, la traje para Brasil cuando ella jugaba en Ecuador y es muy buena jugadora; Yakelín Plutín, también la traje en 2010, cuando yo decido parar de jugar y necesitaban una pívot en mi club y la otra atleta fue Yulianne Rodríguez, compañera mía en los últimos años en la selección nacional. La pasamos muy bien en ese Juego de Estrellas, fueron todas a mi cuarto y empezamos a recordar los viejos tiempos. Me dolía la boca de tanto reír”.
Como muchos deportistas cubanos, pagaste caro el precio de abandonar un conjunto nacional hace ya más de 15 años.
“Me negaron tres veces mi entrada a Cuba, decían que era desertora y que había una ley para los desertores. Estuve 10 años castigada por algo que no afectó a nadie. Siempre fui revolucionaria, «come candela», participaba en todos los actos y ellos hicieron eso conmigo y me dolió muchísimo”.
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