Leonys Martín pudo haber muerto en agosto de 2018, pocas horas antes de que Terry Francona apareciera frente a las cámaras pidiendo respeto. “Debemos respetar lo que la familia desea, así que lo haremos”. Una bacteria, el páncreas, la respiración, el ritmo cardíaco, José Abreu escribiendo el nombre de Martín en su gorra… La muerte probable, casi siete años después del hit ante Tim Wakefield, aquel hit primitivo, aquel hit ante una knuckleball que nunca había visto, en un octavo inning, en un juego con ventaja de diez carreras.
Leonys Martín pudo haber muerto antes. Cruzó, sin documentos, la frontera que divide a México de Estados Unidos. Entró con un nombre falso. Dijo todo esto en un juicio en 2017. En los juicios, las palabras parecen organismos precavidos, terriblemente adaptados para preservarse a sí mismos. «Mi vida estuvo en peligro”: existe una sinceridad escrupulosa en ciertas oraciones estrictas; tanta, que podrían convertir en víctima cualquier mímica posterior.
Había llegado a Cancún en 2010, en una lancha rápida. Luego tuvo un presunto trabajo como “mecánico de automóviles y pintor”. Días después, ocho o nueve hombres entraron armados a su apartamento. Le dijeron que tenía que irse con ellos. Martín dijo que no. Los tipos se fueron. Más tarde, quizás por temor, esa red decidió llevarse a otros jugadores hacia Monterrey. Los de la red eran quienes debían cobrar el 35%.
Atravesó la frontera por Laredo. Ya había firmado un contrato con los Rangers por cinco años y un valor de 15 millones y medio de dólares. Leonys, antes había firmado un papel con una cláusula probablemente lógica en estos casos: el 5% de esa ganancia debía ser para el agente, Bartolo Hernández. Otro 35% era para contrabandistas, diría después.
En la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, dará información falsa. “Tenía miedo”. Dirá que viene buscando asilo político. “Estaba preparado para lo que tenía que decir”. Leonys no necesita conversar con un funcionario sobre las condiciones del refugio que vendrá. El refugio es casi una consigna, un epíteto manifiesto: asilo político.
Decidió, luego, que no pagaría a esas personas la cantidad que habían acordado. Al final terminó pagándoles millón y medio de dólares. «Ese primer año les pagué mucho más de lo que habían hecho por mí».
El resto es una historia ordinaria: Martín llega a un equipo de MLB; Martín se va a las Menores; Martín en el roster de los Rangers después de la lesión de Nelson Cruz…Martín sin un swing en la Serie Divisional; de vuelta a las menores; regreso tras las molestias del japonés Uehara. Ahí se fueron los dos primeros años, justo antes del cuadrangular ante Aaron Harang y las dos rawlings que le desapareció días después al imperturbable Kuroda.
Años gloriosos de 2013 a 2016. Se nota un ligero retroceso en 2015, debido a una lesión. Sale de Texas y en Seattle y Chicago apenas juega. Llega a Detroit en 2018 y se lo ve distinto: empuja casi 30 carreras en media temporada, hasta que lo cambian a los Indios y nueve días después, luego de cinco jits en quince turnos, dos jonrones y cuatro empujadas, aparecerá en la lista de lesionados por tiempo indeterminado.
Llega a su casa al finalizar un partido. Siente dolor. No sabe dónde ocurre el dolor. No sabe por qué. Parte médico: infección bacteriana en el torrente sanguíneo generó toxinas que dañaron algunos órganos. Martín puede morir. Los médicos no saben la causa de la infección. Todavía en 2019 no la conocen.
Hay una escena que se repite en varios partidos: un plano cerrado del número “13” en las gorras de los compañeros. Lo repetitivo de la MLB, la vuelve, de alguna forma, una ficción pulcra, una narrativa para televisión abierta.
En noviembre del pasado año puede volver a entrenar. Un mes antes renueva su contrato hasta que finalice la campaña de 2019. En los entrenamientos primaverales batea para .296 (16 en 54), con dos jonrones y cuatro empujadas. Después de cuatro partidos en la temporada actual, lleva dos imparables –ambos dobletes- en trece turnos, tres bases por bolas y cinco ponches.
Hace un mes, su compañero Trevor Bauer produjo un video que publicó en Twitter. Martín, con una camiseta Nike delante de la cámara. La imagen va hacia un plano cerrado: un tatuaje con el texto “Family”. “It was like death, bro”[1], dice Martín. “I didn´t know that I played baseball, I didn´t recognize nobody”[2]. Martín comienza a hacer ejercicios, a entrenar. Es ese instante en los videos de motivación donde los instrumentos de cuerdas dejan de ser subliminales y casi crees que puedes pronunciarlos correctamente, como si alguna vez hubieras intentado pronunciar la muerte.
Notas:
[1] “Era como la muerte, hermano”.
[2] “No sabía que jugaba béisbol, no reconocí a nadie”.
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