Si un usuario cualquiera fuera forzado a elegir al patrón del espía occidental en el cine y la televisión, lo lógico sería que mencionara nombres como James Bond, Jack Ryan, Jason Bourne, Ethan Hunt e incluso Austin Powers. La obvia selección tiene que ver con el hecho de que se trata de personajes —e historias— cuya fórmula es reconocida incluso en un recóndito pueblucho de la estepa siberiana.
Sin embargo, difícilmente alguno de estos súper agentes se acerque a representar la realidad de esa línea de trabajo tan jugosa para los realizadores de todas las épocas. Sí, sus aventuras entretienen y no carecen de sustancia en todos los casos, pero tampoco pasan de ser justamente eso, un one-night-stand audiovisual.
Por oposición, hemos tenido otros casos como el de Max Otto Von Stirlitz, aquel parco y reflexivo “infiltrado”, interpretado por Viacheslav Tíjonov en la serie soviética Diecisiete instantes de una primavera. Y no es que el señor Stirlitz sea mejor que sus “colegas”, pero sí nos da una aproximación más cercana a lo que podríamos esperar de un sujeto que vive su día a día reportando a su bando (o a varios) desde el otro lado de las líneas enemigas.
Justo a medio camino entre los anglos hormonales y los rusos faltos de “sal”, yace otro carácter que conjuga todo lo bueno de ambos extremos. Su nombre, o al menos uno de ellos, es Guillaume Debailly, figura central de Le bureau des légendes (Oficina de infiltrados es el título con el que ha trascendido en Hispanoamérica), uno de los mejores shows de este género jamás filmados.
En el audiovisual creado por Éric Rochant, Debailly (Mathieu Kassovitz), alias Malotru, es un agente al servicio de la Dirección General de Seguridad Exterior francesa (DGSE), que ha regresado a casa tras seis años de vivir en Siria y Jordania, enmascarado bajo la piel del profesor Paul Lefebvre.
Guillaume vuelve a su país luego de ganarse el derecho a ser reconocido como uno de los “clandestinos” más eficaces dentro de la división contraterrorista conocida como el “buró de las leyendas”, para la cual trabajó como reclutador de posibles informantes.
Sin embargo, su adaptación a la vida “normal” en París se le dificulta debido al vínculo sentimental que aún mantiene con Nadia El Mansour (Zineb Triki), una mujer casada de la que se enamoró durante su viaje y cuyo recuerdo le hace cometer el peor error de su carrera.
Mientras el susodicho agente se debate con los recuerdos, el gobierno y la oposición siria conversan en suelo parisino con el objetivo de rearmar al país que ha sido consumido por la guerra. En esas reuniones secretas, organizadas además por el Kremlin, participa Nadia en calidad de historiadora y experta en la cultura nacional. Todo cambiará cuando ella reciba la llamada de Paul/Guillaume, quien olvidará pronto la sorpresa de saberla en la capital francesa con tal de reencontrarse con ella.
Paralelamente al asunto romántico, Cyclone, activo al servicio de la DGSE, es capturado por una facción de la inteligencia argelina y, de vuelta en territorio galo, la joven científica Marina Loiseau (Sara Girardeau) hace todo lo posible para infiltrarse como sismóloga en el programa nuclear iraní.
Enredado entre el amorío y la crisis que representa la desaparición de su operativo, Debailly intentará hacer malabares para salir del problema en el que se halla, aunque pronto se encontrará metido hasta el cuello en otro de mayor proporción.
Hechas las introducciones al tema, lo primero que salta a la vista es que en esta suerte de versión descafeinada del 24 estelarizado por Kiefer Sutherland, apenas hay armas. En toda la primera temporada sale un par y ni siquiera son disparadas. Dicho esto, queda claro que la clave está en las palabras y en la maestría de Rochant para darle forma a un argumento extremadamente sólido, que sí resulta una bomba cuando comienza a desarrollarse.
Otro elemento que llama la atención es que en El buró… todo está como diluido, sin demasiadas explicaciones más allá de los hechos que transcurren a un ritmo lento pero constante. Aquí no hay pausas burdas para explicar algún concepto ni una voz en off que nos vaya “masticando” de qué va la cosa. Igual que sucede con los videojuegos de From Software, en esta serie hay que prestar atención a cada diálogo si uno quiere captar medianamente bien la imagen delante de sus narices.
A pesar de la complejidad de la trama, no cuesta seguirle el paso. Sí, hay que prestar bastante atención, pero el tono sobrio y el pulso con el que Rochant va cortando los nudos narrativos hacen que tengamos algo de respiro para procesar la información que nos ofrece y, por tanto, interpretar de dónde vienen los tiros, dramatúrgicamente hablando (porque de los otros, poco o nada).
Una vez inician los eventos que marcarán el arco principal, el relato se vuelve coral y tienen oportunidad de brillar roles como el de la propia Loiseau, Raymond Sisteron (Jonathan Zaccaï), enlace de Cyclone con la DGSE; el jefe de la sección, Henri Duflot (Jean-Pierre Darroussin) y la doctora siquiatra Laurène Balmes (Léa Drucker).
Además, lo que sucede en la temporada inicial va ramificándose y generando muchos más conflictos (sobre todo para Malotru) con el paso de los nuevos episodios. Pero, como la vida misma, cada nuevo personaje y situación encaja con armonía y consiguen mantenernos enganchados en todos los tramos del recorrido.
El buró de las leyendas no es una serie para todos los públicos y queremos dejar claro que esto no significa que sea indescifrable o elitista. El secreto para disfrutarla está en olvidarse de todo lo que uno conoce hasta ahora y darle la oportunidad de ganarse nuestro interés, pues se trata de una propuesta que, si bien utiliza los mismos recursos narrativos que cualquier otra, lo hace con un estilo distinto al del efectismo hollywoodense.
0 Comentarios