La vida de película del cubano Roberto Polo: cuatro años en prisión, su nombre tallado en el Louvre…

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Roberto Polo. Foto tomada de El Mundo.

A sus 74 años, Roberto Polo sigue siendo un hombre de contrastes. De claroscuros. De una vida que parece sacada de una novela… pero es real. Muy real.

Nacido en La Habana en 1951, este cubanoamericano es muchas cosas: coleccionista de arte, filántropo, inversor, pintor, gemólogo, mecenas. Y también, en algún momento de su vida, fue prisionero.

Pero vayamos por partes.

De La Habana a Nueva York: los años dorados

Roberto Polo viene de una familia acomodada. Sus antepasados eran gallegos que emigraron a Cuba y se hicieron ricos construyendo tanques para refinerías de petróleo, puentes, vías ferroviarias e ingenios azucareros. Dinero. Mucho dinero.

Pero cuando Castro llegó al poder, la familia huyó. Lima, Miami, Nueva York, Massachusetts, Washington, París, Bruselas… Roberto Polo ha vivido en todas partes.

En Nueva York, durante los años 80, empezó a codearse con famosos de la talla de Andy Warhol, Robert Motherwell, Joan Fontaine, Grace Jones. Se juntaba con diseñadores, artistas, actrices, banqueros. Las noches eran locas. Las fiestas, interminables.

«Era un ambiente de una libertad sin límites», recuerda en el diario El País. «Perdí a muchos amigos por el sida».

Recuerda las noches en Mister Chow, el restaurante chino regentado por coleccionistas de arte. «A medianoche aquello era una auténtica piscina de champán, con chicas brasileñas bailando sobre las mesas, todo muy divertido».

Documentaba esas noches con una Polaroid, junto a Warhol. Paloma Picasso enseñando sus senos, Karl Lagerfeld haciendo musculación, Valentino… Todo quedaba registrado., recuerda el periódico ibérico.

A Joan Fontaine, David Hockney, Paloma Picasso y María Félix los consideraba amigos. A la Félix, de hecho, le compró el descomunal diamante Ashoka, de 41.37 quilates. Un regalo para su pareja de entonces, la dominicana Rosa Polo.

Pero de Warhol habla con fascinación… y un poco de sarcasmo.

«Andy era muy zen, nunca lo vi drogado, aunque los que le rodeaban sí solían estarlo. Tenía una rara capacidad de volver loca a la gente que estaba en torno a él. Quizá era su manera de manipular a los más débiles».

Y suelta una bomba: «Probablemente el más brillante de todos era el muchacho que fabricaba las obras de Andy, un chico italoamericano que se llamaba Ronnie Cutrone, bastante desconocido. Las firmaba Warhol, pero está claro que las hacía Ronnie», declaró a El País.

La caída: 1988

En junio de 1988, Roberto Polo fue arrestado.

La acusación: presunta malversación de 110 millones de dólares de sus inversores.

En el momento de su detención llevaba cinco semanas prófugo. Se rumoreaba que había buscado refugio en Latinoamérica o que había sido asesinado por las mismas personas a las que supuestamente había estafado.

Estaba casado con Rosa Suro. Tenían una hija, Marina. Cuando fue arrestado, Rosa rompió con él. No hubo final feliz. Decidió vender gran parte del patrimonio de Roberto.

Polo pasó cuatro años en la cárcel de Lucca, Italia. Cuatro años en prisión preventiva. Nunca fue condenado.

«Fui encerrado durante tres meses y medio en una celda de aislamiento, desnudo, sin una sola ventana», recuerda. «El pretexto era que, como yo era un personaje importante, querían protegerme de los otros presos, pero era una gran mentira. Lo que de verdad querían —y me pegaban para conseguirlo— era que llegara a un acuerdo transaccional con el político mexicano y su banda de criminales que me habían denunciado», dijo a El País.

Llegó a pesar 40 kilos. Pensó que iba a morir.

«Lo que le salva a un hombre en un caso así es estar totalmente seguro de su inocencia. Eso y tener proyectos. Quien no tiene proyectos se muere».

Una investigación fiscal del Gobierno estadounidense demostró que estaba limpio. Salió libre.

Pero salió sin nada. Sin patrimonio. Sin sus obras. Sin su familia.

La resurrección: del suelo al Louvre

Cuando salió de la cárcel, Polo hablaba de su experiencia como algo trascendental. «He reconstruido mi vida», decía. «Caída y resurrección».

Y vaya si lo hizo.

De alguna manera —nunca ha explicado del todo cómo—, volvió a atesorar obras de arte. Muchas. Miles.

En 1988, el mismo año de su arresto, compró en una subasta de Christie’s en Londres la corona de la emperatriz Eugenia de Montijo. Una joya compuesta por 1.354 diamantes y 56 esmeraldas engastadas en oro. Napoleón III la encargó para su esposa en 1855.

Cuatro años después, en 1992, Polo la donó al Louvre.

Desde entonces, ha donado obras a museos como el Metropolitan, el Victoria & Albert, el Minneapolis Institute of Art, el Nelson-Atkins Museum, el Château de Chantilly, los Museos Reales de Arte e Historia de Bruselas…

«Cada vez que he hecho una donación ha sido un regalo, no para deducirme impuestos ni nada de eso», aclara.

Presume de tener su nombre tallado en piedra en el Louvre y en el Metropolitan Museum de Nueva York.

España: Toledo, Cuenca… y la ruptura

Hace algunos años, Roberto apareció en casi todos los periódicos de España. Había cedido 357 obras a Castilla-La Mancha: 250 a Toledo y 107 a Cuenca. Un acuerdo por 15 años prorrogables.

Su colección estaba valorada en 40 millones de euros, o eso contaba él.

«Compro obras todos los días, incluso varias veces al día», presumía en las entrevistas.

En los círculos más snobs se le conocía como El Ojo, por su habilidad para detectar obras de arte.

Las obras llegaron a España. László Moholy-Nagy, Karl Schmidt-Rottluff, Oskar Schlemmer, Kurt Schwitters, Max Ernst, Man Ray, Franz Marc, El Lissitzky, Paul Joostens, Jacques-Henri Lartigue… Artistas de las vanguardias del este, el centro y el norte de Europa y de Estados Unidos, en muchos casos apenas o nada representadas en los museos españoles.

Polo se instaló en Toledo. Lo único que pidió fue una casa. «Al lado de la exposición, en el casco antiguo», señala el consejero de Educación, Cultura y Deportes de Castilla-La Mancha, Amador Pastor.

Pero luego el acuerdo se rompió.

«Roberto nos propuso llevársela a otros lugares y decidimos poner fin a la cesión. Ha sido de mutuo acuerdo», explica Pastor.

Fue un no eres tú, soy yo.

Roberto Polo no recibió ninguna compensación económica. Se fue. Fuentes cercanas apuntan a que está en Bruselas.

La familia rota

La familia que tenía antes de su paso por la cárcel está rota.

Su hija, Marina Polo, lo evidenció cuando se casó en 2019. No invitó a su padre.

La boda fue en la Toscana. Marina hablaba de la emoción de casarse con el amor de su vida, Pawel Szajda, un polaco del que se enamoró estudiando en Nueva York.

Vive allí con su marido. Su madre, Rosa, está en Londres.

Comparten con Roberto el valor de la intimidad. No hay rastro de ellas, ni siquiera en redes sociales.

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