
En la historia del cine estadounidense, pocos nombres evocan tanto la esencia del actor de carácter como el de Millard Mitchell. Nacido en La Habana en 1903, cuando sus padres estadounidenses residían en la Isla por motivos laborales, este intérprete llevó consigo su ciudadanía cubana hasta los sets de filmación más prestigiosos de Hollywood, incluyendo el del clásico Cantando bajo la lluvia, una de las mejores películas de la historia del cine, donde inmortalizó uno de sus papeles más recordados.
De La Habana a los escenarios de Broadway
Su padre, ingeniero de profesión, se encontraba en Cuba construyendo una planta frigorífica cuando nació el futuro actor el 14 de agosto de 1903. Como el menor de ocho hermanos, Mitchell creció en un ambiente familiar que inicialmente no veía con buenos ojos su inclinación hacia las artes escénicas.
Su camino hacia la actuación fue fortuito. Mientras trabajaba como taquillero en el Little Theatre de Nueva York, gracias a las conexiones de su compañero de colegio Bobby Stevenson, Mitchell se vio catapultado al escenario cuando un actor fue despedido un día antes del estreno de El Santo Terror en Atlantic City. Su estatura, similar a la del protagonista, le valió el papel de emergencia. Sin experiencia previa, ni siquiera sabía distinguir entre las líneas de diálogo que le tocaba decir, pero aprendió rápidamente y el sustituto nunca fue necesario.
Los años formativos en la radio y el teatro
Durante la década de 1930, Mitchell se consolidó como una figura popular en la radio neoyorquina, mientras desarrollaba paralelamente su carrera teatral. Su versatilidad le permitió trabajar durante cuatro años vendiendo entradas en la entrada del teatro y luego corriendo tras bambalinas para maquillarse y actuar. Esta experiencia dual le proporcionó una comprensión única del negocio del entretenimiento desde múltiples perspectivas.
Su asociación con George Abbott, legendario productor de Broadway, le valió el reconocimiento como uno de los «chicos de George Abbott», una designación que durante el periodo de la Gran Depresión significaba trabajo regular y estabilidad económica. Entre 1925 y 1948, Mitchell acumuló múltiples apariciones en Broadway, destacando especialmente su participación en Penny Arcade, donde compartió escenario con futuras estrellas como James Cagney y Joan Blondell.
El salto a Hollywood y los primeros éxitos
Su transición al cine comenzó modestamente con apariciones en anuncios comerciales, seguidas por ocho filmes entre 1931 y 1936. Tras un alejamiento de seis años de los sets de rodaje, regresó a la pantalla grande con La señora y el señor North (1942), adaptación cinematográfica de una obra teatral en la que había participado.
El período posterior a la Segunda Guerra Mundial marcó el apogeo de su carrera cinematográfica, durante la cual desarrolló un estilo distintivo caracterizado por expresiones corporales, psicológicas y discursivas sardónicas e impasibles, que lo convirtieron en uno de los actores de carácter por excelencia de su generación.
Los roles que definieron su carrera
Entre sus interpretaciones más memorables destaca su papel del detective Shelby en El beso de la muerte (1947), un filme noir que pasó a la historia por la soberbia actuación de Richard Widmark como el sicópata Tommy Udo. Mitchell compartió pantalla con Victor Mature, Brian Donlevy, Karl Malden y Coleen Gray en esta producción que se convirtió en un clásico del género.
En Colorado Jim (1953), el western de Anthony Mann, el oriundo de Cuba logró una de sus actuaciones más intensas interpretando a un buscador de oro hastiado y andrajoso. Su personaje, aunque seguía varios clichés, adquirió personalidad propia y se alejó del usual arquetipo del compinche, creando un registro memorable junto a James Stewart y Robert Ryan.
Su trabajo en My Six Convicts (1952), una comedia-drama del realizador argentino Hugo Fregonese, le valió un codiciado Globo de Oro por actuación secundaria, reconocimiento que consolidó su estatus en la industria cinematográfica.
El papel que lo inmortalizó
Sin embargo, la fama universal llegó con su interpretación del magnánimo magnate R.F. Simpson en Cantando bajo la lluvia (1952), el musical dirigido por Stanley Donen y Gene Kelly, considerado como uno de los mejores de todos los tiempos en su género. En este clásico, Mitchell aportó calidez y encanto a un papel que de otro modo habría resultado insulso, compartiendo pantalla con leyendas como Donald O’Connor, Debbie Reynolds, Cyd Charisse y Rita Moreno.
Sus escenas con Gene Kelly y Donald O’Connor fueron fundamentales para situar la comedia musical en un contexto hollywoodense creíble, demostrando su habilidad para elevar cualquier material con su presencia discreta pero esencial.
Una carrera truncada por la tragedia
A principios de la década de 1950, en la cima de su trayectoria profesional, la salud de Mitchell comenzó a deteriorarse. Le diagnosticaron cáncer de pulmón, una enfermedad frecuentemente asociada con el tabaquismo excesivo que era bastante común entre los hombres de su generación, especialmente en el mundillo hollywoodense.
Falleció el 13 de octubre de 1953 en Santa Mónica, California, a los 50 años de edad. Su muerte conmocionó a colegas y admiradores, ya que aún se encontraba activamente trabajando y disfrutando de reconocimiento. Su temprana partida truncó lo que podría haber sido una carrera aún más larga e influyente.
Aunque su nombre no sea ampliamente recordado en la actualidad, sus actuaciones, discretas pero esenciales, contribuyeron enormemente a algunas de las películas más queridas del siglo XX. Para los cinéfilos y fanáticos de la época dorada de Hollywood, Mitchell sigue siendo un símbolo del arte del actor de carácter: constante, sincero e inolvidable en su estilo tranquilo.
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