La atleta que salió del retiro en Cuba para ganar dos medallas olímpicas por EEUU

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Annia Portuondo. Foto: Jason Squires/ Getty Images.

La gimnasia cubana vive actualmente un ciclo de muy bajo perfil entre la élite. Todo esto dio al traste con que finalmente ninguno de los muchachos de la Mayor de las Antillas compitiera en la presente cita de París 2024.

Sin embargo, hubo una época, cada vez más lejana, en la que Cuba contaba con atletas de un nivel importante, que les permitía codearse con los mejores del mundo, e incluso arrebatarles alguna medalla. De esos años muchos quizás recuerden el nombre de Annia Portuondo.

Esta mujer vio la luz el 14 de junio de 1978 en Guantánamo y tenía solo cuatro años cuando empezó a hacer sus primeras acrobacias bajo la tutela de un profesor. Al principio le anticiparon problemas, pues haber nacido con espina bífida no resulta algo favorecedor para quienes buscan la gloria en un deporte que va de forzar al cuerpo a realizar movimientos prácticamente inverosímiles. Pero igual que el abejorro, que ignora su total incapacidad para volar, Annia obvió sus “limitaciones” y con diez años fue ascendida al equipo nacional.

Luego de un tiempo en el Cerro Pelado, en 1993 la Portuondo estaba lo suficientemente pulida para competir entre las mejores de su disciplina. Entonces sucedió su debut a gran escala, con un décimo lugar en el concurso de máximas acumuladoras del Campeonato Mundial efectuado ese año en Birmingham, Reino Unido.

Con dos años más de experiencia, viajó a los Juegos Panamericanos de Mar del Plata, Argentina, y allí completó una actuación destacada al conseguir la plata en la barra de equilibrio y la justa colectiva, además de sendos bronces en el caballo de salto y las barras asimétricas, todo ello junto a un meritorio cuarto puesto en el All-Around.

El primer gran hito de Annia en la élite de su deporte llegaría en la segunda cita del orbe de su carrera, celebrada en San Juan, Puerto Rico, en 1996. En esa competición la antillana ancló tercera en el salto de potro, gracias a una puntuación de 9.756 que la ubicó por detrás de las rumanas Gina Gogean (9.800) y Simona Amânar (9.787).

Luego de un ciclo extremadamente destacado, la del Guaso se ganó el derecho a participar en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Sin embargo, a pesar de sus sobrados méritos para viajar a la llamada cita estival del centenario, ella vivió una enorme decepción cuando no la enviaron por temas de presupuesto.

“No pude ir por problemas de que Cuba no tenía dinero para llevarme en esos momentos”, declaró en una entrevista. Solo un año después de aquello, Annia decidió que su situación era insostenible y decidió retirarse del deporte activo.

Tras su despedida de los saltos y acrobacias, conoció al estadounidense Alan Hatch, con quien se casó y eventualmente se fue a vivir al extranjero. Hacia principios de este siglo, juntos fundaron la Star Academy en West Haven, Connecticut.

A pesar de tener una vida bastante plena, la exatleta nunca dejó de seguir su disciplina favorita. “En ese momento yo veía mucho la gimnasia, las americanas, en qué nivel estaban y entonces yo tenía un gimnasio y estaba fuera de forma, pero siempre tenía ese bichito de, ‘No, yo puedo hacerlo’”, dijo hace unos años a ESPN.

Annia en la cita estival de Atenas 2004. Foto: Chris McGrath/ Getty Images.

Annia Portuondo Hatch volvió a los entrenamientos de élite con su esposo como coach y en 2001 se hizo ciudadana estadounidense, suceso que la colocó en el camino indicado para volver a competir en las “grandes ligas” de su disciplina.

Mientras ella se ponía a punto y empezaba a restaurar su sueño de participar en unas olimpiadas, desde Cuba no llegaban más que negativas a permitirle vestir los colores de otro país, pero no se desanimó y siguió haciendo lo que mejor sabía.

Para 2003, cuando se venció el tiempo de inhabilitación impuesto por del Comité Olímpico Cubano, ya la antillana sumaba muchas horas de preparación en el Centro Nacional de Entrenamientos de Estados Unidos y conocía de memoria a quienes serían compañeras suyas en la escuadra de las barras y estrellas.

En el Campeonato Nacional de 2003, con 25 abriles, se impuso en el caballo de salto, y ello, además de su absoluta implicación para con el objetivo olímpico, le ganó un puesto en la selección que asistiría al mundial organizado en Anaheim, estado de California, del 16 al 24 de agosto de ese mismo año. Pero la suerte le deparó un nuevo obstáculo.

El día antes del torneo planetario, Annia se desgarró —nuevamente— el ligamento cruzado de una rodilla y debió ser enviada al “dique seco” para recuperarse. Aún con tiempo por delante antes del siguiente magno evento, no perdió las esperanzas y “me tomé un día a la vez y mentalmente, de nuevo, no me decaí porque siempre he dicho que cuando las cosas están para uno, nadie se lo quita. Y así fue. Sí, también fue difícil, pero lo logré gracias al Señor”, declaró en el diálogo citado anteriormente.

Con mucho esfuerzo y la ayuda de los mejores especialistas, Portuondo estuvo de vuelta en el ruedo para la primavera del 2004, justo a tiempo para tomar parte en el principal torneo doméstico y también en los trials nacionales, eventos en donde demostró que tenía calidad para quedarse en el equipo y viajar hacia la justa olímpica de Atenas 2004.

En la capital griega, el premio para Annia Portuondo estuvo a la altura de su historia, pues sumó dos subtítulos históricos que la confirmaron como una campeona en toda regla.

La primera plata de aquella edición llegó en la competencia por equipos, en donde subió al podio junto a sus compañeras Mohini Bhardwaj, Terin Humphrey, Courtney Kupets, Courtney McCool y Carly Patterson.

Su segundo trofeo argénteo vendría en uno de sus ejercicios predilectos: el potro de saltos, en donde logró puntuar para 9.481 y solo fue superada por la rumana Monica Rosu (9.656). Por si fuera poco, resulta que su presea fue la primera en 20 años para Estados Unidos en ese aparato, luego de la plata obtenida por la estelar Mary Lou Retton en Los Ángeles 1984.

Tras su segundo retiro, esa vez sí de forma permanente, Annia continuó dedicándose a su labor como entrenadora. En 2022 vio recompensado su gran palmarés como atleta cuando fue exaltada al Salón de la Fama de la Gimnasia Artística de los Estados Unidos

Paralelamente a su rol de preparadora, en 2020 creó, junto al también cubano Yin Álvarez —padrastro y entrenador del triple medallista olímpico Danell Leyva— y el italiano Ricardo Dilou, la Professional Yinastic League (PYL).

La PYL ha sido definida por sus creadores como “una empresa que produce y ofrece espectáculos acrobáticos y que además utiliza particularidades de los ‘deportes extremos’ y medios de la ‘Gimnasia General’ y también ‘Deportiva’ (no solo Artística)”.

La intención principal de este proyecto es crear nuevas oportunidades para los miembros de la comunidad deportiva internacional, incluyendo gimnastas, acróbatas y otros interesados, y también contribuir a masificar aún más el deporte a través de sus propios juegos, los PYL World Games, cuya primera edición tuvo lugar en 2022 en Panamá.

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