Cuando Raúl Pulido nació, en 1965, Fara García Callava ya tenía 20 años y comenzaba a ganar prestigio en el mundillo de la actuación, los shows nocturnos y cabarets. Ya en la década del 70, Farah María era un nombre sinónimo de éxito y sensualidad, por eso Raúl no dudó en identificarse con ella.
El primer día que él pisó las calles de La Habana usando un vestido de mujer (antes se había puesto un uniforme de niña y se había inventado disfraces con sábanas) supo que sería Farah María para siempre. El atrevimiento y desparpajo de «la gacela de Cuba» lo habían cautivado.
Más allá del nombre artístico y la nacionalidad, estas dos figuras poco tuvieron en común. La cantante fue reconocida internacionalmente por Tiburón, un tema que decía así: “No me baño en el malecón, porque en el agua hay un tiburón/ Si usted padece del corazón y si a menudo le da fatiga, no se bañe en el malecón porque puede costar la vida/ La gente sabe que el tiburón fuera del agua no causa herida y sin embargo en el malecón, si te descuidas pierdes la vida”. La reinterpretación en alguna esquina de La Habana de esa misma canción dio de comer al travesti, quien salió de las manos de un padre maltratador a la tutela de un traficante de drogas para quien debía trabajar.
Farah María, como cantante, participó en todos los Festivales de Boleros de Oro desarrollados en Cuba y también incursionó en la actuación, en filmes y musicales. La otra también alcanzó fama, como el travesti más conocido en la isla.
Mientras la primera era un sex symbol, admirada por grandes, chicos, mujeres y hombres que se extasiaban con sus maneras, con lo que mostraba, con su desenvolvimiento en escena; la otra tuvo que pagar multas y asistir a juicios populares por su maquillaje, vestuario y conducta.
Una, sobreviviente de cáncer de mama; otra, luchadora del día a día en las calles habaneras, superó una caída –un marido celoso la empujó– de un cuarto piso. Sufrió múltiples fracturas y parálisis temporales.
La interprete del tango Adiós Muchachos o La flor de la canela y El pájaro Chogui, reconoció en una entrevista con Alexis Valdés que siempre recordaría el primer día que estuvo en un escenario. El travesti dijo a El Estornudo que 1982 marcó la fecha en que pisó una cárcel por primera vez. Nueve meses en el Combinado del Este. Allí, con cerca de 300 homosexuales se convertiría en diva, en su ícono. Hay registros de que la reconocían con otro nombre –Lulú, un dibujo animado que siempre tenía un chupa chups en la boca.
La cantante recibió la Medalla por la Cultura Nacional Cubana; la otra, un expediente en el que figuraban puñaladas, alteraciones del orden, robo, multas, juicios, entrar y salir de prisiones, pabellones,… y también una distinción. Recibió en 2005, de manos del mismísimo Eusebio Leal, un documento que la catalogaba como “personaje costumbrista” e impedía que fuera detenida por bailar públicamente, travestida en áreas del centro turístico de la ciudad.
Raúl Pulido tuvo una madre que falleció de leucemia, un hermano carnal, Efrén, y tres medios hermanos –Isabel, Iván y Alexis– fruto de la relación de su padre Raúl con Haydée. De ninguno recibió amor. Solo algunas muestras de humanidad. Fara García Callava dice haber heredado de su madre y abuela la potencia física y resistencia. Otro de los vínculos que compartió fue la enfermedad de Alzheimer que golpeó a Farah y a su hermana, madre del cantautor Descemer Bueno.
La decadencia física de los últimos años de «la gacela de Cuba» fue triste, como también lo fue su reciente fallecimiento.
Farah María quedó inmortalizada en las más de quinientas canciones que interpretó (Al verme solo cruzar entre la gente, Ámame y no pienses mal, Con juventud y experiencia, De amor ya no se muere, El día feliz que está llegando y El recuerdo de aquel largo viaje, por solo mencionar algunas). La otra solo en una: Juan Formell compuso El travesti, que en algún momento dice así: “¡Y qué decir de Farah María, Ave María por Dios!”.
La artista alegró el alma y los corazones de aquellos que la vieron y la escucharon cantar. El travesti más sonado de La Habana, quien pasara su niñez y adolescencia becado en una escuela donde no lo recogían los fines de semana, consiguió un trabajo en el asilo de la calle Reina, asistiendo a los ancianos, a quienes cantaba y se desvivía por ayudar.
Una se fue a España; la otra rodó por alquileres, “llega y pon” y cuarterías desde San Leopoldo hasta San Miguel del Padrón. En 2009, una Farah pisaba los escenarios internacionales y anunciaba una gira de conciertos que iniciaba en el Teatro Alcázar de Madrid. La otra había conseguido un trabajo limpiando pisos en el Hospital Calixto García.
Una Farah compartió escenario en el Gran Teatro de La Habana con Josephine Baker y Bola de Nieve. La otra bailó con Beyoncé en la capital cubana al ritmo de El cuarto de Tula. Cada una, de alguna manera, ha tocado las estrellas.
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