Rafael tenía solo 11 años cuando conoció lo que era sentirse una mercancía. Tras ser adquirido por el precio de 18 onzas de oro, el niño fue trasladado desde Cuba hasta el otro lado del océano y se vio solo en un pedazo de mundo totalmente desconocido.
Sobre su infancia se cuenta que era huérfano o fue separado a una edad temprana del seno materno. En todo caso, él mismo diría en alguna oportunidad que recordaba haber sido adoptado y amamantado por una negra de nombre desconocido.
Fue esa mujer quien se lo vendió al vizcaíno Patricio Castaño Capetillo, comerciante español que se encontró a Rafael peleando contra otro pequeño que lo había insultado. De ahí lo sacó este hombre, lo llevó a ver a su criadora y a ella le pagó el precio establecido.
El joven desembarcó en el País Vasco y luego fue trasladado al pueblo de Sopuerta, ubicado a 20 kilómetros de Bilbao. Allí estaba la residencia de los Castaño Capetillo, cuyo cabeza de familia se había hecho rico gracias a sus múltiples negocios en Cuba, que incluían la madera y el azúcar, entre otros rubros. Allí, el muchacho se convirtió en un regalo de lujo para doña Rosaura, la madre del negociante, quien terminó incluso tratándolo con cierto cariño.
Tiempo después de haberse adaptado a la vida de la servidumbre, sufrió un triste episodio que lo llevó a escaparse. Se ha dicho que, extrañadas por el oscuro color de piel del niño, tres hermanas de Patricio colocaron a Rafael dentro de una bañera, lo restregaron tan violentamente con tal de blanquearlo y lo hicieron sangrar.
Seriamente molesto por aquel acto atroz, desapareció de la mansión Castaño y no se supo sobre su figura por esos lares en aquel momento, a pesar de que sus “propietarios” le mandaron aprehender. El tema era que la esclavitud era ilegal en España desde 1837 y no cabía recurso legal alguno que les permitiera apresar a un hombre absolutamente libre.
Una vez lejos de dicho lugar, Rafael, quien, según los historiadores debió nacer entre 1865 y 1868, probó el sabor del libre albedrío. Hasta entonces había vivido entre cadenas en la mayor de las Antillas y con ese mismo estatus fue llevado a Europa.
El renacimiento del imberbe mozalbete tuvo lugar en la urbe de Bilbao. Mucho le costó ganarse el pan, pero nunca tuvo miedo de dedicarse a lo que surgiera. Se cuenta que fue minero, estibador y bailarín de ocasión, hasta que, con aproximadamente 16 años, fue descubierto por el payaso inglés Tony Grice.
Aquel artista, parte de la Compañía Ecuestre del Circo Alegría, quedó maravillado con el potencial físico del cubano y lo convidó así:
“¿Quieres trabajar en el circo, quieres venir conmigo? (…) ¿Quieres vestir ropa de lentejuelas desde las que el sol hace muecas? ¿Quieres recibir bofetadas falsas y abrazos sinceros?”.
Originalmente, Rafael fue contratado por Grice como sirviente de su esposa, la catalana Trinidad Díaz, pero al notar las dotes histriónicas y la gracia natural del chico, el clown decidió hacerlo su aprendiz.
El primer apelativo que usó el artista en sus presentaciones fue el de El Rubio. Sin embargo, durante su viaje a París en 1886 junto al colega portugués Tonyto, se encargaron de renombrarlo como Monsieur Chocolat, apodo que por entonces era usado en Francia para referirse a los afrodescendientes. En la Ciudad Luz triunfó con el acto llamado El maestro de doma y también con la pantomima La boda de Chocolat, estrenada en 1887.
Para 1890 la vida le tendría otra sorpresa. Desde el Nouveau-Cirque, y recomendado por su director, Raoul Donval, llegaría a su vida George Foottit, un payaso también de origen bretón junto al que crearía una dupla histórica.
“Los prejuicios raciales que predominaban en Europa en aquella época explican que la simple vista de un hombre negro provocara la risa del público. Pero el éxito de Rafael se debió también a su talento. Fue el primer artista que presentó a la audiencia francesa la gestualidad salida de la cultura de los esclavos afroamericanos”, explica Gérard Noiriel en la biografía de 2012, Chocolat, clown nègre.
Juntos, Foottit y el antillano, hicieron reír a mucha gente con sus ocurrencias y revolucionaron para siempre ese arte, más allá de los manidos esquemas. Mientras el primero hacía del tipo serio, prudente y mandón, el segundo interpretó a su acompañante díscolo, inquieto y extravagante.
Una de sus “víctimas” más conocidas fue la famosa actriz Sarah Bernhardt, quien acudió a verlos con cierta molestia porque estos le habían parodiado su Cleopatra, pero terminó desternillada ante la representación y convertida en una fan más.
Otro de sus admiradores y amigos fue el famoso pintor Henri de Toulouse-Lautrec, quien dibujó a Chocolat mientras protagonizaba una memorable farra en la noche parisina. Décadas después, el mismísimo Gene Kelly usaría la pose del payaso cubano como inspiración para varias escenas de su filme de 1952, An American in Paris.
Una vez en la cúspide del éxito y la fama, el primer payaso negro de La France pasó a ser el modelo publicitario de las marcas Potin (chocolates) y Hève (jabones), así como de juguetes e historietas, cuyos empresarios y creadores intentaron aprovechar su poder mediático.
Pese a ello, los lujos y la solvencia económica no lo cegaron y con la ayuda de su colega se ocupó de tender la mano a los necesitados no solo con dinero, sino también con actuaciones que les alegraban la vida. Gracias a gestos como el de ir a actuar para los enfermos, en lo cual fue pionero, mereció la Orden Nacional del Mérito.
Al siglo XX llegó el cubano por todo lo alto. Transformado en uno de los fetiches de la aristocracia durante la etapa conocida como Belle époque, junto a Foottit fue uno de los primeros actores de cine mudo filmados por los hermanos Lumière, quienes quisieron grabar en celuloide algunas de sus más notables representaciones.
Sin embargo, poco a poco su carrera decayó. El auge del cake walk, baile creado por los esclavos estadounidenses que logró “pegarse” en el mismísimo Broadway, fue uno de los factores que sacó del centro de atención a la figura del caribeño, quien perdió gran parte de su exclusividad y novedad.
Por otra parte, el caso Dreyfus expuso en la Tercera República francesa el tema de la discriminación racial, étnica y religiosa, lo cual afectó al show de Chocolat y Foottit, debido a que su éxito había servido para legitimar el esquema del “blanco que le pega al negro”.
Aunque inauguró la primera revista del Folies Bergère en compañía de Foottit, luego ambos tuvieron una gira que pasó bastante inadvertida. Después de aquello, el dueto se separó y Chocolat formó un nuevo tándem con su hijo Eugène, alias Tablette.
Tras varios fracasos, que incluyeron el fiasco de su carrera como actor en el teatro, Rafael se perdió cada vez más en el alcohol. Su esposa desde 1895, Marie Heccquet, se encargó de mantenerlo en pie a duras penas, pero después de la muerte de su hija Suzanne, a los ocho años de edad, ya no hubo vuelta atrás.
Al hombre de algo más de cincuenta años le falló el corazón en una habitación de hotel de Burdeos, en la mañana del 4 de noviembre de 1917. Por entonces se encontraba trabajando allí, al servicio del Circo Rancy, con los hermanos Thomas, George y Harry, hijos de su amigo Foottit.
El cuerpo de quien fue uno de los personajes más pintorescos y célebres de aquellos años fue enterrado en una fosa común para indigentes dentro del cementerio protestante de Burdeos, teniendo en cuenta que, a pesar de su reconocimiento, nunca llegó a emanciparse de forma oficial. Según ha relatado el historiador Noiriel, citado por BBC, sucedió lo siguiente:
“El empleado del ayuntamiento (…) encargado de registrar su fallecimiento constató que no tenía nombre. Aunque la esclavitud había desaparecido hacía tiempo en España y en Francia, Rafael nunca se emancipó legalmente. El funcionario le atribuyó un apellido que nunca tuvo en vida: Padilla (el mismo que tuviera Caridad, la esposa cienfueguera de Patricio Castaño)”.
La historia de Chocolat estuvo olvidada durante casi un siglo, hasta que el propio escritor publicó su texto. Cuatro años después, en 2016, se estrenó el filme biográfico Monsieur Chocolat, estelarizado por Omar Sy y dirigido por Rochsdy Zem.
“La vida y trayectoria de Chocolate habían sido olvidadas prácticamente, a pesar de que fue una figura muy importante de la historia de nuestro país. Hay incluso algo heroico en su vida. En esa época era extremadamente difícil liberarse de la condición de esclavo. Fue alguien que debió llevar sobre sus hombros la causa de los negros, no podía sino aceptar esa carga. Había un tinte militante en la manera de vivir su época y su arte, de manera libre. Chocolat fue un artista que hacía sátiras sobre la sociedad francesa de siglo XIX, aunque eso no se percibía de esa manera en aquel tiempo”, declaró Sy en aquel momento.
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