En algún momento de la adolescencia, construir ciudades egipcias se convirtió en uno de mis pasatiempos favoritos. Ahí estaba pegado a la pantalla por horas, esperando por una mastaba que no se terminaba de edificar, desesperado por no lograr importar los bloques necesarios para finalizar una pirámide, al borde del colapso por una invasión militar enemiga, o viendo cómo era incapaz de conseguir una estabilidad económica que me permitiese desarrollar al máximo mi ciudad. Pharaoh (Sierra Entertainment, 1999) era un juego difícil en extremo, con muchísimos detalles que uno aprendía como autómata pero no era capaz de interiorizar. Detalles redescubiertos cuando, diez o quince años después, regresé en busca de esa felicidad tan engañosa que nos ofrece la nostalgia.
El estilo de Pharaoh es más cercano a la administración pública que a la creación de ciudades más clásica. Al inicio de cada misión comienzas con un presupuesto para construir los elementos esenciales de tu asentamiento, y de ser posible, planificar cómo ganarás dinero. Acá los recursos no importan para construir, es el dinero el que permite levantar un templo o una estación de policías. Los recursos son para mejorar la calidad de vida de tus habitantes. Cómo recuperar el dinero es uno de los principales retos. La manera más sencilla es exportar recursos y para ello debes tener una buena producción. A veces hay minas de oro en el mapa y los ingresos que estas generan alivian mucho el gasto monetario. Por otro lado, puedes cobrar impuestos, que no te dan un gran margen de ganancia, pero al menos cubren el pago de salarios a tus trabajadores. Un salario que está en constante fluctuación, y si pagas menos que en otras ciudades, tus pobladores emigran; si pagas lo mismo o más, fomentas la llegada de nuevos habitantes.
Uno de los temas más complicados es el de los incendios y colapso de edificios. Si no nos aseguramos de que bomberos y arquitectos patrullen con frecuencia por todos los caminos, lo peor puede ocurrir. Y como no controlamos los movimientos de estos trabajadores, a veces es un dolor de cabeza asegurar toda la ciudad. Esto también pasa con los bazares, encargados de repartir los recursos a las casas y piedra angular del desarrollo; debemos tener mucho cuidado dónde los colocamos para que todos tengan acceso a alimentos, vasijas, cerveza y demás necesidades. Lo mismo ocurre con la policía: si no controlan todas las viviendas, la delincuencia y los robos se disparan. Y con los médicos: si la población no tiene acceso a estos, la malaria golpea bien fuerte. Y así una larga lista. La planificación urbanística es esencial si queremos triunfar y no ceder al caos: el acceso a cada servicio se vuelve un reto.
Otro problema lo tenemos con el valor de la tierra. Si las viviendas están muy cerca de las zonas industriales, el terreno se desvaloriza y las casas no mejoran. Sin embargo, estos centros de producciones necesitan tener viviendas cerca o, de lo contrario, no hallan trabajadores. Se le encuentra el punto, pero en las primeras partidas se vuelve complicado lograr el equilibrio.
Todos estas cuestiones nos hacen estar remodelando constantemente. Derrumba un edificio, levanta otro. Deja de exportar este bien, importa cebada para producir cerveza. Cubrir nuevas necesidades de nuestros habitantes para completar los objetivos de la misión, o cumplir con los pedidos del faraón, nos mantienen activos y modificando el más mínimo detalle. Es muy difícil estar varios minutos sin tomar decisiones o ampliando la ciudad.
Pharaoh utiliza el mismo motor de Caesar III (Sierra Entertainment, 1998), y por eso a muchos jugadores les resultan similares. Sin embargo, el juego cuenta con dos características únicas. La primera son las riadas, las crecidas del río Nilo que permitieron el desarrollo de la civilización egipcia en una zona desértica. Cada año el río baña las tierras donde cosechamos los alimentos y les da un grado de fertilidad. Si la riada es mala, casi siempre por no prestar atención a los dioses, la producción decae. De esta forma, el Nilo se vuelve el centro de nuestra partida, al ser la principal fuente de alimento, y los asentamientos deben estar conectados a este. No es un detalle menor, es una forma de otorgar identidad al juego y dotarlo de cierto realismo, al obligarnos a desarrollar las mejores zonas residenciales cerca del Nilo.
La segunda característica es la construcción de monumentos, agregada luego a la mayoría de videojuegos de city-building. Igual que las riadas del Nilo, es este un elemento real de la civilización egipcia y quizás el primero con el que la relacionamos. En numerosas misiones debemos erigir mausoleos o templos a los dioses, y estos necesitan recursos específicos, los cuales debemos importar desde tierras lejanas. Ahora, construir estas mastabas y pirámides sí es una tarea agotadora, no solo por la búsqueda de bloques específicos, sino también por toda la mano de obra que destinamos a levantarlas. No sé si es una intención del juego, pero cuando levantas un monumento conocido, como las pirámides de Giza o La Esfinge, la sensación de que no terminarás nunca está presente en todo momento.
Pharaoh nos guía por la historia de Egipto de manera sencilla. En el modo campaña vamos desde el escalón más bajo (de los nobles) hasta terminar como faraón, en una suerte de dinastía familiar. La mayoría de las ciudades que creamos o con las cuales comerciamos son reales, y si bien no se centra en detalles históricos, el orden de construcción de los monumentos, comenzando por mastabas y terminando por las grandes obras conocidas, funciona como un viaje temporal por una de las civilizaciones más conocidas.
En 2020, Triskell Interactive (creadores de Lethis (2015), un city builder recreado en un universo steampunk victoriano, con un estilo muy parecido a Pharaoh o Caesar), anunció Pharaoh: A New Era, una remasterización de Pharaoh que mejoraría gráficos e interfaces, pero mantendría las misiones del original. Siguiendo el éxito de otros juegos de finales de los noventa y principios de los dos mil, como Age of Empire (que lanzó versiones HD de la primera y segunda parte), la nueva versión apela a la nostalgia, un movimiento que asegura un éxito moderado y la felicidad de pobres tontos como yo, dispuesto a dedicarle decenas de horas a construir la ciudad perfecta.
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