Canción de Flow y Fuego: Capítulo XI (El retorno del Rey)

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La investigación que he expuesto a lo largo de estos once capítulos sobre el apasionante mundo del reparto concluye en el presente más inmediato. Mientras escribo estas líneas, el universo repartero se mantiene activo, envuelto en su dialéctica incesante de luchas de poder, sin embargo, podría decirse que actualmente el género vive un relativo estado de calma que promete perdurar. Alguien se ha ceñido la corona. El trono está ocupado.

Tuvieron que pasar largos años para que el nuevo Rey se estableciera como tal. Fue un camino agreste, de constantes altibajos, crisis y batallas perdidas que nuestro héroe superó de manera ejemplar. Aunque las profecías advertían que solo alguien como Chocolate podría convertirse en el gran soberano del reparto, no debiéramos adjudicarle todos los méritos a la providencia. El Choco también es Rey por méritos propios.

Una vez ascendió al trono, todos los reparterólogos se lanzaron a estudiar su figura y su trayectoria. Hasta entonces, si bien tenían respuestas a la pregunta ontológica sobre la esencia del “ser repartero”,  carecían de una teoría científica completa sobre aquello que debe definir al “rey repartero”.

Los “repas hegelianos”, escuela de pensamiento filosófico que estudia la naturaleza espiritual del reparterismo, planteaban que, en verdad, cualquiera podía ocupar el trono. Su teoría se basaba en la idea de que “todos llevamos un repartero dentro”, un rëpageist (espíritu repa, en alemán) que se expresa bajo situaciones determinadas y que, en el caso de Chocolate, floreció de manera especial bajo la presión de circunstancias muy específicas e irrepetibles. Esta versión ha sido fuertemente criticada por intentar ocultar su ahistoricismo en su supuesta “defensa de las circunstancias”, y por obviar algunos detalles que desbaratan el castillo de naipes que sustenta sus conclusiones. Debe recordarse, por ejemplo, que el rëpageist no es tal cuando los reguetoneros, en circunstancias similares, no mutaron completamente al reparto y hasta se desvirtuaron por el ominoso camino de la música electrónica y hasta el pop meloso. Por otra parte, es necesario decir que el actual Rey se desarrolló en una generación con experiencias similares, incluso, con íntimos vínculos con el difunto Rey Elvis, pero solo uno de ellos logró abrirse paso de manera épica hacia la gloria.

Si los “repas hegelianos” pecan de ahistoricistas, los “lumpenreparteros” parecen pecar de un historicismo obcecado y fanático que anula la individualidad. Estos últimos, fervientes lectores de La Tropical, de Marx, son partidarios de que Chocolate, simplemente, “debía existir y llegar a obtener la corona”. Es irrisorio que estos individuos se cataloguen como materialistas dialécticos del reparto cuando encuentran en el desarrollo histórico del género una suerte de profecía utópica al estilo de la que defienden los místicos. No obstante, no todo lo que plantean es tan inconsistente. Por ejemplo, Ariel Dorfman y Armand Mattelart anotan en su libro Para leer a Chocolate MC que no cualquier narrativa vinculada al trono repartero podía garantizar un nuevo ocupante. Chocolate, a diferencia de los demás, “tenía un origen especialmente humilde entre los de origen humilde, era un ser especialmente marginado entre los marginados”, de manera que ese posicionamiento radical definió la situación revolucionaria que lo llevó al poder. Pensemos en Adonis MC, Pipey, el Jonah y otros compañeros íntimos del rey Elvis, y comparémoslos con Chocolate: utilero y gorila de sus conciertos, fanático en secreto, ambicioso segundón en toda la norma. Por su parte, Lenin (en El reparto, fase superior del reguetón) analiza el triunfo de Chocolate MC basándose en la premisa ya citada en La Tropical de que “el reparto será el reguetón proletario”, y concluye diciendo: “la opresión a la que era sometido el Choco por los pesos pesados del género lo llevó a organizarse, a tomar conciencia de clase y marcar distancias de quienes se decían reparteros cuando, en verdad, solo eran reguetoneros reformistas, blandos y reaccionarios. Si el reparto es proletario, solo el Choco (luego de Elvis, claro está), puede ser considerado un repartero genuino”. Más tarde Gramsci hablaría en sus Cuadernos desde el tanque sobre la lucha hegemónica desarrollada por el Choco en el ambiente de posguerra, sobre lo cual escribiría: “el Choco es hegemónico, es decir, se cuela y no te das cuenta; o sea, te la aplica y ni la ves pasar”.

Ahora ¿qué otros argumentos podríamos agregar para entender a cabalidad el triunfo de Chocolate MC?

Primero: no es un repartero convencional. Mientras algunos alardean de su masculina virilidad, Chocolate es sincero y punzante, de manera que admite las derrotas solo para convertirlas luego en victorias. Así pasó, por ejemplo, con la paliza que le propinaran unos misteriosos abakuás o con los disímiles pescozones que recibió a la salida del Capri, antes de exiliarse. Él nunca los escondió porque le sobraba seguridad en sí mismo. En su lugar, respondió con el espectacular Penco, pero con talento. Touché.

Segundo: ha transformado el castellano a un nivel solo comparable con el mismísimo Cervantes. Sus aportes filológicos van desde los gerundios femeninos (bajanda, inflanda, acabanda), hasta la introducción de palabras establecidas en un limbo de significados (Guachineo) o lo autorreferencial metarrepartero de sus canciones.

Tercero: es sumamente inclusivo en materia de género, algo que heredó del rey anterior. Elvis no vacilaba en reconocer, por ejemplo, que una mulata se la “había aplicado”, mientras que Chocolate habla de Palones y Totas divinas por igual; de darla y recibirla, a su vez, con maldá.

Cuarto: su incursión en otros géneros no traiciona al suyo propio. Mientras otros reparteros se escudan en la fusión y realizan concesiones para introducir letras en géneros ajenos, Chocolate trae las letras ajenas y las introduce en el reparto. Dichas letras, por demás, no son las que cualquiera esperaría, sino retos tan difíciles como temas de la nueva trova (óigase El Necio, versión reparto).

Si Chocolate estaba destinado o no a la corona, si ciertamente se trata de una profecía o de una lógica histórica, o si fue la persistencia de un espíritu indomable que se sabía con talento suficiente… nunca lo sabremos. Por ahora solo resta decir:

¡Larga vida al Rey!

P.D: Con este texto llega a su fin la saga del Profesor Bizarro. Si quieres leer las entregas anteriores, haz click aquí.

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