De niña, Annia recuerda que solía ponerse delante del espejo disfrazada de Sarita Montiel, mientras soñaba con transformarse algún día en la española. Al final, aquello del arte le venía en la sangre: sus padres, Rafael Linares y Lidia Sanfiel, habían sido actores.
Aunque había nacido en Venezuela el 12 de mayo de 1950, su familia se mudó a La Habana en 1963. Como muchas adolescentes, le tocó lidiar con el deseo de ser famosa y la necesidad de aprender algo para la vida. En cierto momento, creyó que estudiar Economía era el camino correcto, pero después de un tiempo entre números, se dio cuenta del error que había cometido.
Por suerte, la influencia en casa era importante y, gracias a la intervención de su madre, pudo probarse y ser aceptada como alumna dentro de la la Escuela de Formación de Actores. En ese sitio se terminaría de convertir en una artista en la mayoría de los sentidos y, casualmente, ahí mismo conoció a Susana Pérez, quien pasaría a ser una de sus grandes amigas.
Su debut en escena sucedió, según ella misma contara en varias entrevistas, el 20 de octubre de 1970. En esa ocasión lo hizo con una presentación doble, pues, mientras era protagonista en la obra Shakuntala, del espacio Teatro ICR, también fue una de las animadoras en el show Juntos por los 10 millones. Curiosamente, en 2012, el alcalde de Miami, Tomás Regalado, le otorgó las llaves de la ciudad y declaró esa misma fecha como “El día de Annia Linares”.
A partir de ese momento en el ’70, y a lo largo de la década, la cubana se volvería una de las figuras fundamentales del mundillo del espectáculo en la Isla. Además de su calidad como cantante, demostró sus dotes como actriz y presentadora en programas que compartió junto a otras celebridades como Esther Borja o Rosita Fornés.
Ya para los años 80 estaba en la cima. Por ese tiempo, llega la grabación y lanzamiento de su primer álbum como solista, Annia y otras tantas cosas (1982), y solo un par de temporadas más tarde, en el ’84, sale el fonograma Heridas, cuyo single identitario se convirtió, a su vez, en el tema que la marcaría desde entonces como una suerte de estandarte musical.
Entre 1985 y 1990, salen a la luz los discos Annia canta a Piloto y Vera, A mi nueva manera, Como cualquiera y Grandes boleros, trabajos en donde supo sacar partido a su voz de contralto, profunda, grave y con mucho carácter, para interpretar canciones antológicas con las que se ganó al público de todo el país.
A la par de su rol como vocalista, el cual le permitió recorrer diferentes plazas de Latinoamérica y Europa, participó en diferentes producciones para cine, televisión y teatro, entre las que se cuentan la popular serie En silencio ha tenido que ser (1979), los filmes El corazón sobre la tierra (1985) —junto a Reinaldo Miravalles— y Malabrigo (1987), más las puesta en escena de El deseo bajo los olmos y El pagador de promesas, en donde coincidió con Enrique Almirante.
Durante buena parte de su carrera fue, Junto a Maggie Carlés y Mirtha Medina, una de las principales divas de la escena cubana. Incluso, a pesar de los disímiles comentarios que se refieren a los posibles roces entre estas tres estrellas del escenario, la propia Annia ha declarado en más de una ocasión que mantienen un trato cordial y amistoso desde que volvieron a reunirse al otro lado del estrecho de la Florida.
En confesiones personales, ha declarado que, en su momento de mayor efervescencia artística, también sufrió los peores instantes a nivel personal, pues en los 80 perdió a sus dos padres y debió lidiar con grandes crisis depresivas con tal de conservar su carrera. En ese lapso, tal y como ella misma narró en una oportunidad, tuvo el apoyo incondicional de Consuelo Vidal, quien le dio ánimo en momentos clave y le ayudó a salir de ese largo trance.
Después de superar, más o menos bien, aquellos años tan agitados, Annia se marchó de Cuba. Empezaban los duros 90 y, por entonces, tuvo que tomar la dura decisión de buscar su futuro lejos de la nación que le había dado tanto.
Desde su partida, en Miami ha sido muy bien acogida por la comunidad cubanoamericana que la recuerda y la admira por el talento que derrochó siempre sobre los escenarios de la mayor de las Antillas.
Allá lograría cumplir el mayor sueño de su carrera, cuando la legendaria Olga Guillot, su mayor ídolo, se le sumó sorpresivamente durante una actuación en el Mambo Club y le permitió vivir quizás el momento más memorable de su larga estancia sobre los escenarios.
En la urbe floridana, Linares también ha dedicado su tiempo a la enseñanza en el centro D’L Art Music Academy, sitio al que dieron forma ella y su hijo, el baterista Dayron Orta, con el objetivo de educar en el arte de la interpretación a niños con necesidades especiales.
Actualmente, tras 50 años de dedicarse al entretenimiento, lo único que le falta a Annia Linares por hacer, de acuerdo a palabras expresadas en exclusiva al Nuevo Herald, es “regresar a mi Cuba y cantarle a mi gente para poder morirme tranquila”.
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