Rosa, la madre de Alfredo Rodríguez, falleció el 8 de mayo de 2001. Faltaban, exactamente, 40 días para que el niño pelotero cumpliera siete años. “Ella es una gran fanática…”, dice Alfredo y suspende por un segundo sus palabras. Retoma el diálogo. Dice que su mamá era una gran fanática al béisbol y cuando él tenía cinco años le inculcó los primeros amores por este deporte. “Se me cayó el mundo encima, pensé que más nunca podría reponerme”, recuerda el joven de 27 abriles, e insiste que, para un niño, una pérdida como esa es una herida abierta para siempre.
Gracias al apoyo de amigos, de su padre, Alfredo Rodríguez, y de su madrastra, Yanisleidys Rodríguez, entre otras personas, logró sacar un extra para continuar en la pelota. El extra que muchas veces la vida nos exige sostener y que Rosa, donde estuviera, le pedía. Ella siempre soñó con que Alfredito fuera un gran pelotero. Y él se empeñó en serlo.
Muchas veces su padre no podía llevarlo a los partidos. “Pobrecito, es que no podía”. Entonces, con ocho o nueve años, tenía que convertirse en un hombrecito e ir solo, desde San Miguel del Padrón hacia Guanabacoa, Cotorro, o donde fuera. Su progenitor le indicaba las guaguas a tomar. También le decía que no tuviera pena, que preguntara si se veía perdido, que a un niño cualquiera lo ayudaría.
“Fue una triste infancia, eso es parte de mi historia”, cuenta Rodríguez. «Cuando veo a muchachos decepcionados es cuando más apoyo les doy. Porque yo sé lo que es pasar trabajo. Yo sé lo que se siente. Yo sí pasé trabajo. Por eso te digo, brother, que fue una triste, triste, triste… triste infancia la mía”.
El 17 de junio de 1994 nació. Creció en la localidad sanmiguelina del Diezmero, aproximadamente a cuatro kilómetros de la Virgen del Camino, la zona más céntrica de su municipio. Un vecino del Diezmero define al lugar como un poco marginal.
«Kabilla», como lo conocen muchos popularmente, vivía en una pequeña casa, junto a otras cuatro personas. Él, su hermano, su papá, su madrastra y más tarde su hermanita. Un cuarto, una cocina, un baño. Su padre pasaba tiempo en la calle, luchando para conseguir, al menos, la comida de su gente. Poca ropa, pocos zapatos, cero lujos.
A veces iba a entrenar sin desayunar ni almorzar. Debía esperar, cuando llegara en la noche, para comer algo. “Me metía 15 o 20 días en los Campeonatos Nacionales con 200 pesos. 200 pesos para 15 días. O tal vez menos dinero, lo que mi papá me pudiera dar (…) No tenía spikes, tenía que inventar en la calle para conseguir un par de spikes. Lo mismo con los guantes”. Termina soltando una palabra de las que en Cuba suelen enmarcar como malas palabras. Dice la más popular. Enfatiza que cuando habla de pasar trabajo, es trabajo de verdad.
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Aunque algunos señalan que el paso de Alfredo Rodríguez por el béisbol de la capital fue difícil, el habanero declara que en las categorías inferiores tuvo momentos muy bonitos. Bateó casi siempre por encima de .300. En los juveniles fue llamado a la selección nacional, pero por falta de presupuesto no se efectuaron los viajes a dos torneos internacionales. Después, en la Serie Provincial, consiguió buenos números, se dijo que jugaría con Metros, pero el equipo desapareció. Lo dejaron fuera de la Serie Nacional, “ni Metros, ni Industriales, ni nada”.
Al otro año, un poco de lo mismo. Bateó en la Provincial, lo convocan a la preselección de Industriales, lo eliminan rápido. Pensó que si llevaba dos pretemporadas y no lo habían tomado en cuenta, en la tercera sería peor, sobre todo por la llegada de los hermanos Gurriel a los Leones.
Durante la celebración de la Copa Antillana de Acero, dos amigos capitalinos, Jorge Tartabull y Rigoberto Gómez, integrantes del equipo de la Isla de la Juventud, le comentaron que los Piratas buscaban un torpedero. El manager de la Isla, José Luis Rodríguez Pantoja, y Alexander Ramos, hablaron con Lázaro Vargas, director de Industriales.
Ese mismo día, Vargas le preguntó si quería irse a jugar con ese conjunto. Alfredo respondió: “claro que quiero, yo deseo llegar a la Serie Nacional”. Lázaro fue franco: “aquí vas a integrar el equipo, pero no jugarás. Lo mejor que puedes hacer es marcharte para allá, te desarrollarás más”. El mítico antesalista le regaló dos bates y el joven pelotero le agradeció por eso y por el consejo. Al día siguiente se incorporó con la Isla, pegó dos imparables en cuatro turnos contra Cienfuegos.
Su primera y única Serie fue la de 2014-2015. No conocía a casi nadie, salvo a sus comprovincianos, a Héctor Mendoza y algún otro atleta de cuando las selecciones nacionales juveniles. El primer día del campeonato entrenó bastante antes del juego, mas no consideró que sería regular, todo apuntaba a que Aquimo Jiménez defendería el campo corto. Pero el cuerpo técnico estimó que el habanero iniciaría como titular y en su turno al bate inicial le conectó hit al centro del terreno al zurdo artemiseño Yuliesky González. Se despidió de 4-2 y realizó una jugada defensiva en el final del partido que favoreció al triunfo de su novena.
Esa actuación provocó que se dijera, “bueno, ya de aquí no me saca nadie”. Y nadie lo sacó, terminó la campaña como subcampeón nacional y se puso el Guante de Oro de su posición. Cuando faltaba poco más de un mes para el cierre del torneo, él sabía que estaba discutiendo ese premio defensivo.
“Un día llegué al estadio y mis compañeros me dijeron que estaba discutiendo el Guante de Oro, salió por el periódico. Apenas tenía dos o tres errores. Pero en el primer lance del partido fallé. Todos en el dugout dijeron «¿para qué le dijimos eso? hasta ahora casi no había fallado». Al final de la Serie yo sabía que ese premio era mío, lo que sí me sorprendió fue el de Novato del Año.
“Estaba discutiendo ese reconocimiento junto a Yusniel Díaz, de Industriales. Yo estaba consciente de que él sería el ganador, pues a la ofensiva tuvo mejores números. Pero al irse del país, me lo otorgaron a mí”, dice Alfredo, quien salió vía legal hacia Ecuador en mayo de 2015 y días después viajó a Haití, para luego cruzar hacia República Dominicana.
Hoy le agradece mucho a la gran familia que creó en la Isla de la Juventud y al espíritu de su madre que le abrió el camino para llegar a ese equipo. “De no haber sido por la Isla, yo no hubiera demostrado mi talento. Por eso es que le debo todo”.
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Cuando marchó del país, lo hizo en el mismo mes que perdió a su madre, 14 almanaques atrás. Estaba próximo a sus 21 años. Su muy buena temporada con los Piratas le demostró que ya estaba listo para dar el siguiente paso en su futuro, aunque también confiesa que pesaron en su decisión las necesidades que pasaba en su casa del Diezmero. Entendió que el único que podía cambiar esa triste realidad era él. Hoy su familia en Cuba disfruta de una buena calidad de vida. Kabilla ha podido debutar en Grandes Ligas con los Rojos de Cincinnati, pero no se le ha dado la oportunidad.
“Fui con la mente enfocada en un sueño que cumplir. Pero mi mente también sabía que si ese sueño no salía, tenía que trabajar, hacer lo que fuera para ayudar a mi familia. Si no me salían bien las cosas, pues viraba para mi país, prefería estar con mi gente, comiéndome un pan, antes de estar botado por ahí, como les ha ocurrido a varios atletas.
“Como te digo eso, te digo también que después de salir de Cuba la vida no ha sido difícil. Firmé rápido, en tres meses conseguí un contrato millonario. Con mis abogados y la gente que me sacó de Cuba mantengo muy buenas relaciones. Firmé con los Rojos, cumplí un gran sueño, he ayudado a mi familia y siempre he estado concentrado en mis metas”, afirma quien acumula cinco temporadas en Ligas Menores y desde 2019 está en nivel AAA.
Acordar con la organización de Cincinnati le exigió adaptarse al béisbol profesional de Estados Unidos, entrenar de manera incansable y ganar en masa muscular, como se aprecia en sus fotos más recientes. En el spring training de 2020 le fue de maravilla en 14 juegos, con average de .364, 12 incogibles y dos cuadrangulares, gracias a la preparación realizada en el off-season en Miami, con el entrenador de bateo Yuniesky Gurriel. En 2021, en AAA, dejó excelente línea ofensiva de .283/.333/.354.
“Ahora me encuentro en Cincinnati, luchando fuerte para llegar a las Mayores, confío en eso. Soy creyente desde que nací, crecí en una familia religiosa y la religión me ha ayudado mucho. Gracias a Ifá, a Orula, a todos mi santos. Todo estos buenos resultados obtenidos hasta el sol de hoy se los dedico a mi madre, e igualmente a mi padre”.
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