Esta historia comienza en Artemisa, en 1959: un profesor cruel, un niño de 10 años, lágrimas derramadas bajo una mata de mango y los labios ensangrentados de un obseso. «Usted nunca va a ser músico», le dieron en aquella ocasión. Años después: diez Grammys, seis Billboard y un Emmy. Ahora, hablemos de lo que ocurrió en medio de todo.
Dos palabras pueden resumir su vida: jazz y libertad. Tal vez ambas tienen el mismo significado. Su constante batalla con la caprichosa trompeta, que un día le hace lucir como un dios y al otro como el mortal que realmente es, le ha dado forma a su arte. Pero Arturo domina el instrumento a golpe de insistencia. Cada jornada es otro reto.
Noviembre de 1986. Festival de Jazz de Madrid. Arturo Sandoval es la estrella. Los que saben le etiquetan como un portento técnico de proporciones inigualables. Como parte de la actuación, aprovecha para homenajear a aquel primer maestro, el que estuvo a poco de romper sus sueños, y también a su más grande mentor, Dizzy Gillespie. Su capacidad innata para vencer las notas altas trae de vuelta el recuerdo de un tal Maynard Ferguson. Roza el cielo con la punta de los dedos, las mismas que acarician los pistones de la trompeta. De vez en cuando se atreve a juguetear con el scat, ese ritmo entre lo onomatopéyico y lo improvisado que Ella Fitzgerald convirtiera en magia.
Ruptura a los 50 años. Con una carrera hecha, deja Cuba en 1990. Atrás queda un largo camino de virtuosismo, y una etapa maravillosa junto a Irakere, posiblemente la banda más grande que alguna vez nació y sonó en los confines de la isla más grande del Caribe. También quedará inmortalizado en casa con ese solo fantástico que da inicio a otra pieza memorable como es “Vampiros en La Habana”.
Aunque un demonio trompeta en mano, para este bendito no hay momento que se iguale al de la creación. Su cabeza, repleta de un sinfín de sonidos, necesita plasmarlos en el pentagrama, en lo que pudiera interpretarse como una suerte de exorcismo personal. En el camino se detiene para agradecer al Altísimo por esa inspiración inexplicable de algunas veces, y también por los días que aún le toca vivir.
Si a alguien recuerda como su más grande mentor, es a Dizzy, con quien compartiera incluso desde su época en Cuba. La confianza depositada por el creador de la trompeta inclinada en el entonces joven Arturo, es tal vez uno de los motivos que le hacen adorarlo como un ser cercano a Dios. Todavía guarda en su casa el último instrumento que él le regalara, junto con una navaja que el mismísimo Gillespie contaba, entre risas, haber usado para cortarle el culo al célebre cantante de jazz Cab Calloway.
Cuando oye hablar de la música de ahora y la de antes, solo atina a decir que no hay épocas, sino música buena o mala. “La buena música hay que hacerla, hay que buscarla y hay que encontrarla”, dijo cuando le interrogaron acerca de la calidad de las melodías de moda en el panorama actual.
Los críticos no son de su agrado. Una vez dejó de lado los aplausos para calificar de ignorantes a aquellos supuestos entendidos que opinaban sobre su obra. “Los críticos hablan mierda que da gusto”, expresó en un auditorio madrileño y continuó la carga con un contundente “Cállate la voz y escucha, gilipollas…”.
Arranques aparte, en un final, hacer música para el señor Sandoval es como una fiesta a donde le gustaría ir, si fuera la ocasión, disfrazado de tabaco, y sentarse junto a leyendas como Louis Armstrong, Harry James o “doña” Fitzgerald.
Le gusta, también, lo ecléctico. Puede saltar del melancólico blues hasta el allegro de la Sonata facile de Amadeus, y terminar inevitablemente con una contagiosa rumba.
Pese a su pasión declarada por la trompeta, muchos no saben que Arturo suele pasar más tiempo del acostumbrado con un Bösendorfer Imperial, piano con el que comparte un rato antes de cada desayuno, y también justo antes de irse a la cama. Esta joya, que fuera creada expresamente para ser la “pareja ideal” de su colega, el jazzista canadiense Oscar Peterson, fue donde el ex integrante de Irakere grabó en 2002 el inesperado álbum My Passion for the Piano.
En 2013, poco más de dos décadas después de haber tomado rumbo norte, Barack Obama le otorga a Arturo Sandoval la Medalla Presidencial de la Libertad, el mayor de los reconocimientos que puede otorgar el gobierno estadounidense a un civil.
Para el artemiseño, es el propio nombre del galardón lo que significa la epítome de su palabra favorita. Pese a ello, algo dentro no está lleno del todo. Desde su partida vive resentido. Dice no guardar demasiados recuerdos buenos del país que lo vio nacer. Tal vez sea porque vive creyendo que la censura ha hecho que al interior de la Isla se desconozca su obra. Este hombre de pulmones sobrehumanos, genio de la trompeta y mago de las octavas, se equivoca: Sandoval, de alguna forma u otra, nunca se fue de Cuba.
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Mis jimaguas crecieron mirando la pelicula Vampiros en La Habana, y un dia mi madre miraba un concierto de alguien (no recuerdo quien) en el que apareciste, ellos escucharon de lejos los acordes de tu trompeta y me dijeron mamá corre que el que está tocando es «Pepito», es Arturo Sandobal, conocen tu nombre y son capaces de al escucharte, reconocerte. Solo desearia que algun dia puedan estar una presentacion tuya, vas a contar con sus aplausos. Mis felicitaciones Arturo eres un maestro entre maestros!!!