
El comediante cubano Ulises Toirac ha compartido una emotiva reflexión sobre uno de sus proyectos televisivos más queridos y exitosos, ¿Y tú de qué te ríes?, un espacio humorístico que, a pesar de su corta duración, tuvo un enorme éxito y todavía generaciones de cubanos lo recuerdan especialmente por el hecho de llevar a la palestra pública a varios artistas noveles por aquel entonces.
Con la nostalgia característica de quien rememora sus mejores creaciones, Toirac describió este programa como «su trabajo más completo», comparándolo con un hijo «parido con mil ilusiones, dolores y hasta traumas». El espacio, que contó con la colaboración de Otto Ortiz y la veterana Gloria Torres —a quien Toirac reconoce como su «reina televisiva» y mentora en el medio—, tuvo una existencia breve pero intensa.
Contrario a lo que muchos recuerdan, ¿Y tú de qué te ríes? solo estuvo al aire durante dos programaciones de verano (1999 y 2000) y en la parrilla de fin de año entre ambas temporadas, sumando apenas entre 16 y 18 emisiones. Sin embargo, su impacto fue tan significativo que muchos televidentes tienen la impresión de que duró mucho más tiempo.
El concepto del programa era revolucionario para su época: dar a conocer a humoristas emergentes mientras educaba al público en la teoría del humor. Toirac logró traer a importantes figuras de la cultura cubana para que compartieran sus conocimientos sobre diferentes aspectos del humor, creando minientrevistas que habrían sido un valioso material didáctico de haberse conservado, según su opinión.
La genialidad del formato residía en su concepto de «sótano del edificio», una velada referencia a la exitosa «azotea de Sabadazo» de años anteriores. Toirac se presentaba como anfitrión de una peña íntima, a la cual invitaba a sus amigos humoristas, creando una atmósfera cercana y auténtica que conectaba inmediatamente con la audiencia.
Quizás lo más extraordinario de ¿Y tú de qué te ríes? fue cómo, a decir de Ulises, se convirtió en «el programa más barato que haya hecho jamás la televisión cubana». La escenografía era literalmente construida con desechos: dos columnas cuadradas de madera, una pared sucia con un logo diseñado por el propio Toirac —dos signos de interrogación se transformaban en la risa de un perfil humano—, chatarras de automóviles viejos que servían como asientos para el público, y el elemento más icónico: un ventilador industrial de pared.
El elenco tampoco representaba un gasto significativo, ya que estaba compuesto principalmente por humoristas jóvenes que aún no cobraban tarifas elevadas. Esta limitación presupuestaria, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en el motor de la creatividad del equipo.
Una de las anécdotas más divertidas que comparte Toirac es la del famoso ventilador industrial. Inspirado por videoclips musicales de la época, quería que este elemento girara lentamente para crear la ilusión perfecta de un sótano underground. Sin embargo, el ventilador asignado solo tenía una velocidad: «ciclón».
La obsesión del comediante por lograr el efecto visual exacto que había imaginado, llevó a una solución ingeniosa: un asistente de producción, escondido dando vueltas manualmente a una polea para controlar la velocidad de las aspas. Así, durante las grabaciones se escuchaba al coordinador gritar: «¡Luces, cámaras, ventilador… acción!», mientras un «socio agachado» hacía posible la magia televisiva.
La historia de ese programa representa una lección sobre cómo la creatividad, la pasión y el ingenio pueden superar cualquier limitación económica. El espacio demostró que el éxito no depende del presupuesto, sino de la capacidad de conectar auténticamente con la audiencia.
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