La siniestra historia de una cubana, víctima de obsesión sexual durante años después de morir

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Tanzler y Elena. Foto tomada de Atlas Obscura.

En la década del 30 del siglo pasado, el alemán Carl Tanzler Van Cosel era un habitante respetado en la zona de Cayo Hueso (Key West para los locales), Florida. Radiólogo de profesión, el señor provenía de Sajonia y era un hombre sumamente culto que tenía conocimientos de medicina, música, electricidad, biología y química.

Luego de que fracasaran los negocios que administraba en la ciudad de Dresden, Tanzler se mudó a Estados Unidos junto a su mujer y dos hijos, a quienes posteriormente abandonó en la localidad de Zephyrillis para irse en busca de una nueva vida.

La gente conocía a aquel señor, entre otras cosas, por su devoción hacia María Elena Milagros de Hoyos, una joven de 21 años de la que Carl —de 56— se había enamorado tiempo atrás, y que había fallecido el 25 de octubre de 1931 como consecuencia de la tuberculosis.

Ambos se habían conocido cuando Tanzler era técnico de rayos X en el hospital de la Marina de Cayo Hueso. Poco después de ese primer encuentro, él se empeñó a toda costa en ganarse su amor. Se presentó ante la familia de ella como un conde que ostentaba hasta nueve diplomas universitarios, además de comprometerse a curar a la joven.

Años más tarde confesaría que una mujer muy parecida a María Elena se le había aparecido en visiones durante su niñez y que desde entonces la estuvo buscando como el amor de su vida.

Su romance fue básicamente unilateral, pues la brecha de años que había entre ambos frenó a la chica de darle muchas alas al señor. Pese a ello, durante meses, el enamorado asumió la misión casi imposible de ganarle la batalla al bacilo de Koch que mataba lentamente a la chica de sus sueños.

Aunque Carl logró arrancarla de manos de la Parca en par de oportunidades, eventualmente pasó lo inevitable. Hay quien especula, no sin cierta lógica, que fue él mismo quien la envenenó cuando se dio cuenta de que era imposible salvarla.

Tras el deceso de María Elena, el germano se ofreció a pagar por el funeral y tiempo después, luego de pedirle autorización al padre de la fallecida, sacó su cuerpo de su lugar de descanso original para colocarlo en una cripta construida por el propio Tanzler con ayuda de un empleado del cementerio de Key West.

El amantísimo Carl se dedicó a visitar diariamente la tumba de María Elena, a quien le habló y puso música durante alrededor de un año. Sin embargo, con el tiempo, este acto tan altruista se reveló como la tapadera de un fenómeno muy macabro.

En confesiones posteriores a su arresto, el germano dijo haber escuchado cantar al espíritu de la joven, quien además le pidió que la sacara de allí y la llevara a su casa, un «deseo» que él cumplió en abril de 1933, cuando exhumó ilegalmente el cadáver y se lo llevó al laboratorio que había construido a partir de los restos de un avión.

“Cuando el cuerpo estaba en su casa, se dedicó a preservarlo de maneras inimaginables. Ya que este estaba en un estado considerable de putrefacción, pegó sus huesos con perchas y cables, le puso ojos de cristal en las cuencas de sus ojos, y reemplazó la carne podrida con tela de seda tratada con cera y yeso blanco. Tanzler introdujo trapos en las cavidades abdominales y el pecho para mantener la ilusión de la forma humana y le puso una peluca que María Elena solía llevar puesta. Para ocultar el olor a putrefacto, el radiólogo utilizó litros y litros de perfume”, refiere el investigador Juan Armando Corbin.

Hasta siete años pasaron luego de que Carl empezó a vivir con el cadáver, cuyo cuerpo recompuesto utilizaba para satisfacer los apetitos sexuales más oscuros. Varios rumores se fueron esparciendo y se dice que una monja fue quien lo contó todo y luego la historia llegó a oídos de la familia de la mujer.

Tras ser confrontado por Florinda, hermana de María Elena, para que devolviera los profanados restos, Tanzler se negó rotundamente. Esto llevó a que ella lo denunciara y finalmente los alguaciles lo arrestaron para llevarlo ante la justicia.

Carl fue evaluado por un psiquiatra que lo consideró mentalmente competente para ser juzgado. Ante la corte, fue procesado por destrucción deliberada y maliciosa de una tumba y remoción de un cadáver sin autorización. Su caso generó un gran revuelo mediático, e incluso hubo parte del público que simpatizó con el alemán, por considerarlo como un romántico incurable.

El grado de perturbación de Tanzler era tan grave que, después del juicio, llegó a preguntar si le podían devolver el cuerpo de María Elena. Afortunadamente esto no pasó, pero lo que sí se hizo fue exponer a la ¿momia? en un museo, a petición de la gente. Poco después sí fue enterrada propiamente y dejada en paz por el resto de la eternidad.

¿Y qué pasó con Carl? Algunas fuentes aseguran que pagó una multa de 500 dólares y salió libre. Una vez de vuelta en su casa, se fabricó una nueva acompañante, esta vez totalmente artificial, a la que murió abrazada en su lecho de muerte, el 3 de julio de 1952, no sin antes publicar su autobiografía en la revista Fantastic Adventures (1947).

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