La historia del actor cubano que se convirtió en uno de los reyes del cine del oeste

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Tomás Milián. Foto tomada de Deadline.

En la historia del cine cubano hay figuras que trascendieron fronteras geográficas y culturales para convertirse en iconos universales. Quizás uno de los menos conocidos en ese grupo sea Tomás Milián, actor cuyo nombre real era Tomás Quintín Rodríguez, quien se transformó en una de las estrellas más reconocibles del western spaghetti y dejó una huella imborrable en la cinematografía internacional durante más de cinco décadas de carrera.

Nacido en La Habana el 3 de marzo de 1933, la vida de Milián estuvo marcada desde temprana edad por la tragedia. Su padre, un militar, se quitó la vida de un disparo ante sus propios ojos en 1945, cuando el futuro actor tenía apenas doce años. Este evento traumático moldeó profundamente su carácter y, posiblemente, su capacidad para interpretar personajes complejos y atormentados que más tarde lo caracterizarían en la pantalla grande.

El destino de Milián como actor se definió en una sala de cine cuando presenció la proyección de Al este del Edén, de Elia Kazan, en 1955. Esta experiencia cinematográfica despertó en él una vocación irresistible hacia la actuación, llevándolo a inscribirse en el prestigioso Actor’s Studio de Nueva York, donde se formó bajo una metodología que enfatizaba la experiencia emocional personal del intérprete.

El salto a Europa y el inicio de una carrera extraordinaria

Su formación en dicha academia le permitió participar en diversas producciones teatrales de Broadway, sin embargo, fue el director italiano Mauro Bologni quien cambió definitivamente el rumbo de su carrera al llevarlo a Italia, donde emprendería una trayectoria cinematográfica que lo convertiría en una figura legendaria del cine europeo.

Su debut cinematográfico italiano llegó en 1959 con La notte brava, dirigida por el propio Bologni y basada en una adaptación de una novela realizada por Pier Paolo Pasolini. Esta película marcó el inicio de una prolífica carrera que abarcaría más de un centenar de títulos y lo establecería como uno de los actores más versátiles de su generación.

El rey del western spaghetti

Aunque Milián transitó exitosamente por todos los géneros cinematográficos, fue en el western spaghetti donde alcanzó su mayor reconocimiento y dejó su marca más indeleble. Su físico imponente, su capacidad para encarnar personajes rudos y su habilidad para dominar tanto el inglés como el italiano lo convirtieron en el intérprete ideal para este subgénero que floreció en la Europa mediterránea durante los años sesenta.

El western spaghetti, también conocido como western italiano, fue un subgénero cinematográfico que floreció principalmente durante las décadas de 1960 y 1970, caracterizado por ser producido en Europa, especialmente en Italia, pero ambientado en el oeste americano.

Este movimiento cinematográfico surgió como una alternativa más cruda, violenta y estilizada al western clásico de Hollywood, distinguiéndose por su fotografía desértica (frecuentemente filmada en Almería, España), sus bandas sonoras icónicas compuestas principalmente por Ennio Morricone, y su enfoque más cínico y amoral de los personajes.

Directores como Sergio Leone, Sergio Corbucci y Sergio Sollima se convirtieron en los maestros del género, creando obras maestras como la Trilogía del Dólar con Clint Eastwood, mientras que actores como Franco Nero, Lee Van Cleef y Tomás Milián se establecieron como las estrellas más reconocibles de este universo cinematográfico que reinterpretó los códigos del western tradicional con una sensibilidad europea más experimental y transgresora.

Entre los trabajos más emblemáticos del cubano en dicho género se encuentran El precio de un hombre (1966), dirigida por el español Eugenio Martín, y la trilogía del realizador Sollima: Cara a Cara (1967), El halcón y la presa (1967) y Corre, Cuchillo, corre (1969). En estas últimas dos películas, Milián creó uno de sus personajes más memorables: Manuel «Cuchillo» Sánchez, un forajido carismático que se convirtió en un símbolo dentro del género.

Su colaboración con otros directores destacados del western spaghetti produjo obras maestras como Oro Maldito, de Giulio Questi (1967); Tepepa, de Giulio Petroni (1968), y Los compañeros, de Sergio Corbucci (1970), donde compartió pantalla con Franco Nero. También participó en  Los cuatro del Apocalipsis, de Lucio Fulci (1975), y en la paródica El blanco, el amarillo y el negro (1975), también de Corbucci, que marcó la decadencia del género.

Más allá del western: versatilidad cinematográfica

La carrera de Milián no se limitó al western. Demostró su versatilidad interpretativa en policiales italianos, frecuentemente bajo la dirección de Umberto Lenzi, donde creó personajes recurrentes como el pequeño delincuente Er Monnezza y el detective Nico Giraldi. Estas interpretaciones lo establecieron como una figura versátil capaz de transitar entre diferentes registros dramáticos.

Su filmografía abarca desde clásicos como Boccaccio 70 (1962) hasta producciones contemporáneas como Traffic, de Steven Soderbergh (2000). Entre sus trabajos más destacados también se encuentran Le soldatesse, de Valerio Zurlini (1965); El tormento y el éxtasis, de Carol Reed (1965); La luna, de Bernardo Bertolucci (1979); JFK, de Oliver Stone (1991) y Amistad, de Steven Spielberg (1997).

El salto a Hollywood

Milián logró trascender las fronteras del cine europeo para establecerse también en Hollywood, donde participó en producciones de alto perfil. Su presencia en películas estadounidenses incluyó trabajos en Revenge, de Tony Scott, así como las ya mencionadas colaboraciones con directores de la talla de Oliver Stone, Steven Spielberg y Steven Soderbergh.

También incursionó exitosamente en la televisión estadounidense, participando en series reconocidas como Se ha escrito un crimen, El ecualizador, La ley de Los Ángeles, Oz y Ley y orden, demostrando su capacidad para adaptarse a diferentes formatos narrativos.

A lo largo de su carrera, Milián recibió numerosos reconocimientos que avalaron su talento interpretativo. En 1979 fue galardonado con el premio al mejor actor secundario otorgado por la Asociación Nacional de Prensa de Italia por su actuación en La luna, de Bernardo Bertolucci. En 2000 recibió el SAG-AFTRA Award al mejor reparto por Traffic, de Steven Soderbergh, y en 2014 el Festival de Cine de Roma le confirió el premio a la trayectoria de toda una vida.

El regreso a sus raíces

En 2014, después de sesenta años de ausencia, Milián regresó a Cuba cuando la Cinemateca de la isla le rindió homenaje con una retrospectiva de sus películas más relevantes. Este evento también incluyó una exhibición de su obra fotográfica, revelando otra faceta artística del actor.

El final de una era

Tomás falleció el 22 de marzo de 2017 a los 84 años, dejando tras de sí un legado cinematográfico extraordinario. Su último trabajo en cine fue la comedia dramática Fugly, protagonizada por John Leguizamo. Al momento de su muerte, se esperaba su participación en Keoma Lives!, una secuela tardía del western spaghetti que habría reunido nuevamente a estrellas de dicho género.

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