Plants vs Zombies (PopCap Games, 2009) no fue solo un juego popular, sino, más bien, un fenómeno de masas, una obra que cualquier persona podía disfrutar, gracias a que se desarrolló pensando en un amplio espectro. Seguramente mi casa no fue la única donde se discutía para determinar a quién le tocaba la PC para jugar e implantar un nuevo récord en el Modo Infinito ¿Por qué era tan fácil engancharse con este tower defense? Es difícil dar una única respuesta; su sentido del humor, la profundidad de cada partida, la necesidad de crear estrategias, su música, sus múltiples modos, toda una suma de factores que quizás pudiera resumirse en un juego bien pulido y sacado al mercado sin ningún apuro.
George Fan, el game designer detrás de esta maravilla, y del rarísimo Insaniquarium (PopCap Games, 2001; también le dediqué muchísimas horas y recién me entero de que es de la misma persona) y el no menos llamativo Octogeddon (All Yes Good, 2018), contaba en una entrevista por el décimo aniversario de Plants vs Zombies, cómo, de los tres años y medio que estuvo en desarrollo, el último fue dedicado a pulir cada detalle, agregar más minijuegos, buscar un balance en el modo aventura, crear una experiencia perfecta. Es muy raro que un juego dedique un año solo a pulir lo que bien pudo salir al mercado antes con algunas imperfecciones. Eran tiempos distintos y PopCap Games tenía buen dominio de ese mercado en PC, con gran cantidad de juegos a precios caros (el mismo Plants vs Zombies salió con un costo inicial de veinte dólares) y podía darse esos lujos. Además, la salida coincidió con la llegada del iPhone y el iPad, y en ese momento ninguna aplicación podía competir con ellos. El resto es historia.
Aún hoy la experiencia de sembrar estas plantas defensivas, recolectar soles, matar zombies y atender el Jardín Zen resulta maravillosa. Su humor tonto es una de sus principales fortalezas; y no hablo solo de Crazy Dave o las cartas de amenaza. Cada zombie absurdo, ya sea el del snorkel, o el equipo de trineo, o el del globo, o la estrella del pop invocando al cuerpo de baile, el pertiguista… nos sacó una sonrisa con su primera aparición. Y otros no menos graciosos se ganaron el odio eterno, como el enano lanzado por el gargantúa o el ladrón caído del cielo. Las plantas también resultan divertidas la primera vez que las vemos (la papabomba es lo más grande de la vida), pero los verdaderos protagonistas son estos seres de paso lento, incansables, que ponen toda su imaginación en superar nuestras líneas defensivas y cortésmente nos informan de sus ataques sorpresas.
La variedad de niveles y la curva de dificultad son otros dos detalles importantes a la hora de analizar esta obra de culto. Los niveles nocturnos con las setas, y los del techo con los maíces, coles y melones, provocan un cambio serio en el gameplay. El jugador debe modificar la forma de pensar cuando ya se había acostumbrado a un estilo. Las reglas son las mismas, pero los nuevos elementos nos obligan a volver a analizar cuáles son las posiciones óptimas para colocar nuestras plantas. La dificultad de los niveles aumenta bien lento, un reto pequeño para los novatos e ideal para el aprendizaje, sin caer en la frustración. Y para los jugadores hardcore está el Modo Infinito, una pesadilla que nos atrapa de mala manera, gracias a las pausas cada dos oleadas. Ese paréntesis es otro acierto increíble, no solo porque da un respiro tras grandes picos de tensión, sino por permitir reorganizar las plantas elegidas, crear estrategias a largo plazo y adaptarse a cada nuevo enemigo.
¿Qué decir del diseño? Es difícil pensar en el éxito de esta obra sin su arte, que priorizó el sentido del humor y una personalidad propia. Plants vs Zombies tiene una visualidad alegre, a pesar de abordar algo tan oscuro como un apocalipsis. Es impresionante cómo unos fondos tan sencillos logran grabarse en nuestra memoria y funcionan a la perfección para trasladarnos a cada escenario de la casa. El diseño de las plantas y los enemigos logra relajarnos. En inglés usan el término zany para referirse a este estilo de Fan, que pudiera traducirse como loco, pero también como excéntrico y raro.
Su música es tan buena y apropiada, que hoy, solo con escuchar unos segundos, cualquier jugador la reconoce. Mover la cabeza al ritmo de cada canción, tararearla, o que de la nada viniese una y otra vez la melodía, eran escenarios habituales cuando le dedicaba tantas horas a este juego. Laura Shigihara no solo hizo un trabajo espectacular con cada tema; There’s a zombie on your lawn se convirtió en el premio perfecto para los jugadores que ganaban el modo aventura, y terminó por pegarse al estilo «canción del verano», como melodía maldita reproduciéndose en bucle dentro de nuestras cabezas.
Pero en opinión muy personal, lo mejor de Plantas vs Zombies son sus puzzles. El rompevasijas es una maravilla que te lleva por una partida relajada o te obliga a romper desesperado en busca de una solución para detener un gargantúa; en ese desespero, más enemigos. Es bastante azaroso, pero esa es la gracia: buscar una solución lo más rápido posible y atenerte a las consecuencias de una mala decisión. Yo, Zombie es mi favorito por mucho. Es uno de los juegos de estrategia que más he disfrutado, y una experiencia muy interesante porque te obliga a pensar en reversa. Por mucho que conozcas cada detalle del juego, determinar cuál es el zombie ideal para cada situación y, a su vez, cómo ahorrar la mayor cantidad de soles, se convierte en un quebradero de cabeza.
Puede parecer un poco raro hablar de un juego que tiene más de diez años con tantas cositas nuevas saliendo cada día, pero buena parte de lo que somos como gamers está relacionada con las horas y horas que le echamos a joyas como estas. Seguir a la nostalgia y volver sobre lo que recordamos con amor puede ser decepcionante, aunque a veces entendemos que no es la nostalgia: el juego era bueno y punto. Y Plants vs Zombies es una obra maestra. Y es una obra maestra porque le dedicaron tiempo y no lo sacaron a la carrera al mercado. No es un detalle menor.
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