Ahora mismo, Jorge Luis Valdés es un autor publicado y leído, un empresario consumado y vive feliz junto a su esposa de hace casi 30 años, Sujay, a quien conoció mientras asistía como alumna a unas clases de griego que él impartía. Además, ha conseguido ser un padre presente para sus seis hijos, cuatro de ellos de su primer matrimonio y otros dos del actual.
No obstante, la vida de este cubano, nacido en La Habana en 1957, tuvo una larga y turbia etapa lejos de la legalidad, durante la cual llegó a codearse con personas como Pablo Escobar, capo colombiano que en cierta ocasión mandó asesinarlo, aunque como él reveló hace unos años, afortunadamente “el sicario me alertó por respeto y yo lo encaré a Pablo”.
Jorge Luis creció en Cuba como el mayor de tres hermanos, sin problemas económicos. Tras 1959, su familia no estuvo de acuerdo con la situación en el país y en 1962 aplicaron para marcharse. Cuatro años después, cuando Valdés tenía 10, les llegó la salida, pero justo en el aeropuerto se enteró de que su mamá no podía viajar con ellos.
“Entonces mi madre viene y me coge la mano. Yo no sabía qué estaba pasando. Me coge la mano y me dice: ‘mijo, lleva a tus hermanos a Estados Unidos, algún día yo te veré’. Entonces es como si yo hubiese estado en coma… Mi mundo radicalmente cambia ese día. Mi padre, cuando nos vio subir al avión, vino con nosotros”.
Una vez en Miami atravesó por una situación muy difícil, que incluyó vivir con diez personas más en la misma casa y apenas tener dinero para comer decentemente. Por ahí perdió la fe en Dios, aunque nunca se olvidó de que el sacrificio era el secreto para lograr sus planes.
El racismo lo golpeó duramente en Florida. Allí, a pesar de ser blanco, fue víctima de la segregación igual que los afroamericanos. Esa razón lo hizo obsesionarse con la idea de llegar a ser “alguien”, con tal de convertirse en una persona “de valor”.
Gracias a su excelente rendimiento académico y su talento para las cifras, a los 17 años fue elegido como uno de los empleados más jóvenes en la historia de la Reserva Federal de Estados Unidos. Un año después fue ascendido a auditor federal y a los 19 estuvo encargado de la destrucción de la moneda que era sacada de circulación.
Entró como uno de los mejores alumnos a la carrera de Contabilidad en la Universidad de Miami. Se “quemó las pestañas” de noche mientras trabajaba en el banco. “Mi vida era solamente ir a la banca ocho horas, y estudiaba de noche a tiempo completo. Me iba a graduar a los 20 años de edad, iba a entrar al colegio de Leyes, iba a ser abogado, y antes de los 30 iba a ser millonario. Esa era mi vida: trabajar, luchar y trabajar”.
Hacia el final de la década del 70, mientras aún estudiaba, un profesor de la facultad le propuso que llevara las cuentas a un grupo de clientes suyos, latinos todos. También le ofreció al muchacho, de entonces 20 años, su propia oficina y la posibilidad de ganar más dinero. Aunque sus padres no estuvieron muy de acuerdo con que abandonara su puesto en el banco, lo apoyaron en esa decisión.
Poco después de comenzar en su nuevo empleo, Jorge Luis empezó a notar cosas raras en los libros de sus clientes. Las diferencias entre lo que gastaban y lo que ingresaban era demasiado grande y, al percibir aquello, se dirigió hacia su jefe, quien le respondió de una forma inesperada.
“Entonces él se ríe y me dice: ‘Mira, Jorge, nosotros somos narcotraficantes’. Esto ocurrió en el año 1976. Para mí fue un shock. Pero yo dije: ‘soy contador, mientras no me involucre en nada de ellos, no hay ningún problema’, confesó en una entrevista hace algunos años.
Sin embargo, más adelante todo se complicó. Primero, sus clientes le pidieron que les creara cuentas en el extranjero. Luego le explicaron que abrirían una empresa para importar plátano y lo harían presidente. Visto eso, el entonces joven e inexperto pensó que al final todo aquello tenía posibilidades de volverse legal. Pero se equivocó.
Según contó él mismo, cayó en la trampa de pensar que lo de la cocaína no le hacía daño a nadie. Siguiendo esa línea de pensamiento, y aprovechándose de que él era considerado una persona seria y decente, sus compañeros lo convencieron de encargarse de todas las operaciones dentro de Estados Unidos.
El “emprendimiento” fue progresando cada vez más, gracias a una clientela rica que incluía a artistas, músicos y cantantes famosos, además de muchísimas personas que pertenecían a las familias más adineradas de la nación, “porque en ese tiempo en Estados Unidos, si tú dabas una fiesta a ese nivel, y no tenías un plato elegantísimo de cristal, con un kilo de cocaína, tu fiesta no valía nada”, relató.
Aún pensando que lo de los plátanos sería posible, el cubano valoró la posibilidad de despegarse de sus “colegas” con una propuesta que él creyó lo suficientemente absurda. Les pidió ser socio de toda la operación a cambio de tanta responsabilidad. Y resultó que ellos aceptaron.
De aquella época de locura recuerda varias cosas impactantes que todavía lo hacen sentirse incrédulo. Por ejemplo, el nivel de corrupción institucional era tan alto que llegó a repartir mensualmente medio millón de dólares entre el grupo de jueces, agentes de la ley, políticos —incluyó a algunos presidentes extranjeros como el panameño Manuel Antonio Noriega y el costarricense Luis Alberto Monge—, quienes eran parte de la cadena que garantizaba la entrada de la mercancía a suelo norteamericano.
Con poco más de veinte años ostentó tanto poder que se alzó como el supervisor del 95% de la cocaína que llegaba al país. A la altura del ’78 llegó a manejar cerca de 50 millones de dólares al mes, mientras que sus ganancias personales oscilaban entre uno y tres millones en ese mismo lapso de tiempo.
Valdés y su gente llegaron a colaborar con Pablo Emilio Escobar Gaviria y el llamado Cartel de Medellín, título que, según él mismo, es erróneo, ya que “éramos muchas organizaciones paralelas que traficábamos en distintas rutas y cantidades con metodologías distintas”.
“Yo diría que cuando Pablo [Escobar] coge su apogeo, en los momentos más fuertes de él, manejaba 100-150 millones de dólares mensuales. Como nosotros decíamos: traer la cocaína y venderla era la cosa más fácil del mundo. Lo más difícil es qué hacemos con el dinero para que podamos mantenerlo”, agregó en un intercambio con Infobae.
Valdés había creado una red que comenzaba en Bolivia y se extendía hacia Colombia, Nicaragua y Costa Rica, entre otros países del área. Por allí se movió de forma intrépida y en ocasiones imprudente: en una de esas aventuras estrellaron un avión en Panamá y fueron detenidos y torturados durante casi un mes por miembros del gobierno de Noriega, hasta que un soborno cuantioso le permitió a él y sus colegas salir de ese infierno, del cual arrastró secuelas durante varios años.
En 1979 pasó su primera temporada en prisión. Pese a ello, desde la cárcel continuó controlando el tinglado hasta su salida. Él mismo ha confesado que lo ayudó el hecho de ser muy proactivo y pensar en todas las posibilidades con respecto a cada plan que hacía.
Después de un lapso que calificó de “divino”, en 1985 el joven capo salió de la cárcel y volvió, más o menos, a la vida normal. En toda esa etapa, y aunque sabían en lo que él andaba, sus padres jamás dejaron de quererlo, pero tampoco le aceptaron el dinero que él quiso darles.
“Yo tenía novias viviendo en mansiones de millones, sin embargo, ellos me dijeron: ‘tú eres nuestro hijo, pero todo eso que estás haciendo no es lo que nos agrada’”. Tal vez fuera aquella posición intransigente de la familia la que lo hizo comenzar a darse cuenta de que tenía que alejarse de ese mundo. También estuvo el hecho de que mataran a su guardaespaldas, de cuya hija Valdés era padrino, durante un viaje que él no hizo porque estaba enfermo.
El detonante definitivo fue saber que su hija Krystle necesitaba a alguien francamente bueno cerca. Sintiéndose sucio por todo lo que había hecho durante más de una década, en 1987 Jorge Luis pisó el freno y se bajó del carro de la droga.
Tras hablarlo con Manuel Garcés, uno de sus principales colaboradores, recibió el sí y luego vivió durante tres años en su finca, sin tener seguridad de si sería asesinado por alguno de sus antiguos socios.
Pasado el miedo, comenzó un nuevo emprendimiento, esta vez totalmente legal, vinculado a la cría de caballos y la industria de la construcción. No obstante, su pasado volvió para atormentarlo y en 1990 fue arrestado otra vez, tras lo cual entregó toda su riqueza (cerca de 60 millones de dólares) al gobierno y firmó un trato para cumplir cinco años.
Durante esa época se refugió en Dios, se dedicó a estudiar y escribió sus memorias. De ahí vino el volumen Coming Clean: The True Story of a Cocaine Drug Lord and His Unexpected Encounter with God (Reconociendo la verdad: La verdadera historia de un narcotraficante de cocaína y su inesperado encuentro con Dios), publicado en el 2000.
“Sé lo que es recibir una llamada en medio de la noche de que tu hijo se murió de una sobredosis de droga; sé lo que es recibir una llamada para decirte que a una hija tuya te la violan, y tú tener el poder de matar a esa persona y no hacerlo, porque «ahora eres cristiano»; y muchas cosas. Pero al mismo tiempo le agradezco a Dios que cuando vi que iba por un camino malo, cambié mi vida, me dio una oportunidad, sufrí (en total) 11 años de cárcel, sufrí muchas cosas, pero me dio la oportunidad de reinventarme”, contó al medio argentino citado anteriormente.
Después de su liberación en 1995, además de alcanzar el grado científico de Doctor en Teología, Valdés publicó otros libros como Cuentas claras en el trabajo: consciente de los principios morales y la ética empresarial y varias ediciones de Narco Mindset: The Life Principles that a Cocaine Drug Lord Learned on His Journey to Find Meaning in His Life (Cerebro Narco: Los principios de vida que un narcotraficante de cocaína aprendió en su viaje para encontrar sentido a su vida).
Jorge Luis extraña el poder que alguna vez tuvo, pero aprecia muchísimo más la paz y el amor que tiene ahora. No olvida la lección que le dio su socio Manuel Garcés, cuando él lo mandó matar a alguien. Entonces su amigo le dijo: “mijo, un millón lo ganamos de nuevo, pero una vida no la podemos resucitar”.
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