Varias décadas después del boom definitivo de las series de televisión, hoy podemos decir que estas propuestas audiovisuales han conseguido establecerse entre las más consumidas en todo el mundo. Tanto ha sido su éxito que les ha permitido llegar a competir con el cine, aquel que durante largo tiempo las mantuvo bajo su sombra.
A pesar de haberse elevado más alto de lo que alguna vez se pensó, en medio del auge (que está lejos de terminar), la pequeña pantalla también está pasando por una crisis totalmente natural: cada vez le cuesta más ofrecer algo que consiga sorprender.
Sucede que, en un panorama saturado de opciones, no son pocos los usuarios que quieren algo más que simple entretenimiento y demandan shows que también representen un reto intelectual. Hoy es en extremo complicado conseguir que una serie aparentemente “básica” se gane a la audiencia.
El 13 de mayo pasado, Netflix estrenó la primera temporada de The Lincoln Lawyer, drama procesal de A+E Studios, basado en algunas de las historias y personajes más conocidos de Michael Connelly, uno de los escritores de misterio más relevantes de los años 90 en adelante.
Durante 10 episodios, el show adapta la novela El veredicto (The Brass Verdict), publicada en 2008 y centrada en Michael “Mickey” Haller (Manuel García-Rulfo), abogado defensor de Los Ángeles que regresa a los juzgados tras superar un serio accidente y su adicción a la oxicodona.
Vista la presentación, hay que decir que esta serie creada por el mismo David E. Kelley de The Practice, Boston Legal o Ally McBeal, parece tener poco que ofrecernos en el sentido de la novedad y la sorpresa. Sin embargo, por el camino nos demuestra que no hace falta ninguna de las dos para brindar un producto exitoso y de calidad.
El relato de Mickey comienza cuando un colega es asesinado y le deja en “herencia” todos sus casos pendientes, incluido el de Trevor Elliot (Christopher Gorham), un magnate de los videojuegos acusado de matar a su mujer y al amante de esta.
Ambos casos, el de su compañero y el de Elliot, se convierten en la obsesión del abogado, quien verá en su resolución exitosa una forma de decretar su regreso por todo lo alto y también de volver a ganarse la confianza de su exesposa, la fiscal de distrito Maggie McPherson (Neve Campbell) y de su hija Hayley (Krista Warner).
Durante la sinuosa ruta de vuelta a la cima, Mickey contará con la ayuda de su segunda mujer, Lorna (Becki Newton) y la actual pareja de esta, el investigador Dennis “Cisco” Wojciechowski (Angus Sampson), además de la ex adicta reconvertida en chofer, Izzy Letts (Jazz Raycole), y el no-tan-amistoso detective Raymond Griggs (Ntare Guma Mbaho Mwine).
Puede ser que al comienzo se confunda a The Lincoln Lawyer con una de esas series que necesitan más de 15 o 20 capítulos para cerrar un arco argumental. Sí es verdad que tiene cercanía con otras como How to get away with murder, Bull, Shark o The Good Wife, pero después de unos minutos queda claro que esta es una versión condensada y no por ello inferior a sus predecesoras.
La correcta progresión dramática, los diálogos precisos y simples -no simplones-, además de la trama, que no por estar repleta de lugares comunes deja de ser interesante, nos despiertan el apetito y nos llevan a consumir con ganas los diez episodios de esta tanda, posiblemente la primera de varias que tendrán como protagonista al señor Haller.
La ciudad de Los Ángeles es un complemento insuperable para las aventuras de este hombre, que prefiere la carretera a la oficina cuando se trata de desmenuzar un caso y encontrar la narrativa indicada para convencer al jurado de que es su cliente quien debe ser favorecido.
De la mano de Mickey, Kelley y Connelly, que es productor ejecutivo, nos sientan en primera fila de este enésimo recorrido a través del sistema legal estadounidense y su amplia escala grises. Nuevamente los autores nos demuestran que al interior del juzgado el objetivo principal no es hacer “lo correcto”, sino armar una suerte de espectáculo envuelto en efectismo y retórica, con la intención de contar una versión más creíble que la del otro bando.
No obstante, la justicia es el tema fundamental del show. Más cercano al concepto del karma que a su acepción legal, aquí los sucesos están ordenados y enlazados de forma que lo “justo” siempre termina siendo una cuestión de gravedad. Tarde o temprano, todos tienen que cargar con el peso de sus acciones, algo que puede no ser representado de la forma más realista, pero sí con esa poesía que pensó Thomas Rymer en el siglo XVII.
Al final, esta propuesta es una demostración más de la “pegada” que aún conservan dos grandes como Connelly y Kelley, quienes han conseguido otro argumento atractivo, sólido y profundo en medio de un contexto marcado por tanta mediocridad.
Aunque no pretenda revolucionar la televisión de 2022, The Lincoln Lawyer se las arregla para sacar partido a un esquema archiconocido y darle forma a un show que divierte, hace pensar y resulta ideal para liberar algo de memoria RAM en nuestro cerebro, que puede que aún está procesando la primera temporada de Severance.
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