Las suposiciones son ciertas […] Es el momento de la respuesta. Una sola pregunta. Una pregunta que responder.
¿Cómo una chica en plena calle puede intuir la maldición de un viejo que la mira desde una ventana…? Todo en I’m Thinking of Endigns Things (2020) es una notificación de la desgracia.
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Una chica sin nombre; un hombre, Jake, con su chica. Un viaje en carretera hasta la casa de los padres de Jake. Nieve. Kilómetros. Columpios nuevos frente a casas abandonadas. Nieve. Más nieve… Todos sabemos cuántas cosas raras pueden suceder en un auto, en la noche a carretera abierta, entre la nieve, de paso. Pero en esta cinta no hay decapitaciones, no hay un festival de coágulos ni asesinos con instrumentos raros y malformaciones. Solo tenemos una escena con dos personas que conversan de noche en la carretera mientras van en un auto y eso, precisamente, esa conversación, un monólogo interior agudo y un poema decadente; algunas respiraciones, el corte lateral del rostro de Jake, convierten a I’m Thinking… en una película perturbadora.
Y este Jake, ¿quién carajos es?
Yo había visto a Jesse Plemons en Fargo. Era la única referencia que tenía de él. A simple vista, es un gordito americano cualquiera, con las nalgas llenas de granos y fan a la Big Mac. En Fargo no estuvo mal, pero hacía un papel pendejo en una serie inmensa. Nadie imaginaba que Plemons podría sacarse de entre las nalgas un protagónico tan perturbador como ese de Jake, el tipo que escucha los pensamientos de su novia sin nombre a quien, para bien común, llamaremos Lucy (Jessie Buckley). La escena es más o menos así: su novia piensa en algo, ni siquiera lo dice en voz baja, solo lo piensa, y viene Jake y le pregunta: “Qué, dijiste algo?”. Esto vuelve loco a cualquiera que no esté prevenido de algo: este es un film de Charlie Kaufman.
Ah, el gran Kaufman, ese consortico que se metió en la mente de un actor real por una puertecita en una oficina del séptimo piso y medio de un edificio en Being John Malkovich (1999). El mismo al que luego le encomendaron hacer la adaptación cinematográfica de un libro y después de meses de bloqueo creativo y de la imposibilidad de hacer convencionalmente un trabajo que ya le habían pagado, sale con el soberbio, incomparable, rebeldísimo guion de Adaptation (2002), donde se retrata a sí mismo como un guionista a quien le encomendaron un trabajo y que sufre de bloqueo creativo y tiene un hermano gemelo llamado Donald, quien se muda a su casa para aprender a hacer guiones y triunfa con uno sobre una película de acción. Ese Kaufman, que no ganó el Oscar por esos dos trabajos fenomenales sino por convertir —y esto siempre quedará como algo de otro mundo— a Jim Carrey en un animal romántico que decide borrarse el amor de la mente en una película con uno de los títulos más encojonados de la historia del cine, Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004).
Charlie, que también dirige, debutó en 2008 con Synechdoque: New York, una película donde la vida es una obra de teatro y viceversa: directores y actores son, a su vez, representados por otros actores y así, hasta que las fronteras de lo teatral se desdibujan y se cobran las horas y los días de los personajes, hasta que mueren todos. Luego llegó Anomalisa (2015), que no necesita explicación porque, sencillamente, es la única película hecha en stop motion con la cual el espectador olvida a los muñecos. La trama es tan intensa, tan humana, profundamente reflexiva… Sabemos entonces que el hombre siempre en su vacío existencial, en la medianía de su vida, no es otra cosa que una marioneta estúpida.
Luego, si nos preguntamos quién carajos es este Jake telépata con episodios de ira; si acaso no entendemos por qué, muy probablemente, es también un viejo maldiciente que observa desde la ventana a una chica que imagina, y de esta manera vuelve atrás en toda su vida imaginada, la respuesta es simple: esta es una película de Charlie Kaufman.
Si es oscura, si es simbólica y polisémica, si es laberíntica. Si entra en tu mente en reposo y se anuda, se tuerce y anula a sí misma, es una película de Charlie Kaufman.
Por eso Ella, dígase Lucy, tiene ese nombre posible y otros tantos. Porque Ella, una chica que escribe poesía, pinta, estudia Física, son todas las cosas imaginadas por Jake, todo lo que quiso para sí mismo y para orgullecer a esos padres que ahora visitaría en una casa donde el tiempo va y viene. Los rejuvenece, los envejece; Jake los hace morir a partir de su propio tiempo y para contar mejor su historia, la cual se explica, a poca luz, en ese paralelismo que se establece en escenas donde aparece un viejo en el final de sus días, mientras come, ve la televisión, limpia o camina desnudo en la nieve.
Pero esta es solo una interpretación. Una entre otras mil posibles, e imposibles.
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Algunas pistas:
Al final de la cinta aparece el fantasma de un cerdo, camina mientras va botando gusanos de su vientre y es un guía hacia el más allá. Una metáfora.
Hay una heladería en el medio de la noche, en medio de la nada, en la que sirven dos chicas que parecen muñecas de biscuit sicópatas. Las dos conocen a Jake, lo miran con burla y saña.
En la escuela donde estudió Jake y donde trabaja el viejo, su alteridad, hay un contenedor de basura lleno de potes de helado como los que hasta ese momento comían Jake y su novia. Y uno se pregunta: ¿cuántas veces ha llegado Jake hasta allí…?
No es que esta película no tenga una solución lógica, una respuesta… Simplemente es nula o vacía.
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