En el principio fue Frank…
—¿Quién es Frank?
—Un conejo de seis pies de alto.
Diremos eso: en Donnie Darko (2001) toda la cosa va de un conejo cosmológico; un conejo tamaño de hombre que un día despierta a un chamaco (Donnie el esquizoide) y lo invita a sonambulear hasta un campo de golf para salvarlo de una turbina de avión que caería en su cama segundos después de levantarse.
Veintiocho días, seis horas, cuarenta y dos minutos y doce segundos desde ese instante: es el tiempo que falta para el comienzo del fin del mundo. Y para que Darko muera.
Es normal que se hable tan poco de esta película. Eso sucede cuando un cineasta se sopla un pedo nerd de dos horas de duración (Director’s Cut). Fue lo que hizo Richard Kelly, pero, al mismo tiempo, compuso un material de culto que no entonces, pero sí unos años después encontraría un público meta en las hordas nerdosas del mundo. Es imposible que alguien mínimamente apegado a la realidad bajase la muela profética de un conejo pasivo-agresivo con un rostro criminal. La paciencia para eso hierve en las nalgas granujientas y en las pelucas lacias de los nerds —o en cualquiera de sus tendencias y ponderaciones ideoestéticas—. Pero sucede que, a fin de cuentas, Donnie Darko es una “buena” película.
Donnie es un muchacho de Secundaria que se pone hasta el tope de pastillas para la esquizofrenia (Jake Gyllenhaal lo clava, en la misma dinámica actoral que perfecciona luego en Demolition, esa agresividad gentil) y va a la escuela a pasar por inteligente o a quedarse demasiado quieto, como quien se ha meado en la silla. Donnie tiene una psiquiatra que lo hipnotiza para llegar hasta el conejo Frank, pero apenas llega a ese sueño de Donnie que es metérsela a todas las chicas de la escuela.
Y esa parte es, por así decirlo, la única que se parece a la vida. El resto son teorizaciones pueriles sobre los viajes en el tiempo, puentes de Einstein-Rosen y los agujeros de gusano de Hawking, cosas por el estilo. Y ahí está la mesa servida para los nerds, con toda la bobería futurista (aunque solo se da una representación teórica de las relaciones espacio-temporales y al final de la cinta apenas una deformidad de acuarela azul cielo por donde Donnie ¿se irá? del mundo).
Por el camino encontramos un personaje la mar de raro: una vieja que fue monja y luego profesora, que escribió un libro titulado La Filosofía de Viajar en el Tiempo. En El Receptor Vivo, uno de los capítulos del libro, se explica: “El Receptor Vivo generalmente tiene poderes de la Cuarta Dimensión. Estos incluyen la fuerza, telequinesis y la habilidad de conjurar el fuego y el agua”.
Eso era demasiado para mí, que pude sostener la caída del guion un tiempo porque, al final, quedaba la sabrosura cósmica del conejo Frank que, al ser cuestionado por Donnie, quien le preguntó: “¿Por qué usas ese estúpido traje de conejo?”, va y le sopla: “¿Por qué usas ese estúpido traje de hombre?” En ese momento ya me tenía en metido en su onda mamífera nihilista y continué media hora más hasta saber que el Receptor Vivo no era otro que el tostado de Donnie quien, además, estaba en deuda con Frank porque este lo había salvado de una muerte por aplastamiento de una turbina de avión.
El teorema estaba bien para quemadores de la ciencia ficción, la fantasía y La La Land, pero en un momento dado me pareció que el final era demasiado obvio, demasiado estadounidense también: el héroe sacrifica su vida por el bien de otros. A esas alturas ya sabemos que Donnie Darko debe atravesar la deformidad de espacio-tiempo que dibujará su mente esquizoide en el cielo y todo volverá al punto inicial, a ese momento en que dormía en su cama, segundos antes de que el avión donde viajaban su madre y su hermana perdiera una turbina y empezara a caer. Es decir, Donnie fue salvado solo para que pudiera sacrificarse luego a conciencia.
Esta película nos sirve, apenas, para darnos cuenta de que los conejos jamás serán héroes. Y que Frank, donde quiera que lo pongas, es nombre de gánster manipulador.
Poor Donnie!
A destacar: la originalidad del guion. Es una historia bien contada, con una narrativa no lineal y saltos temporales interesantes. Todo fluye hasta que comienza la metatranca sci-fi. La cinematografía es buena sin llegar a ser de “otro mundo”. Sobresale Gyllenhaal y hay un toque de nostalgia en el cameo de Patrick Swayze.
En contra: película para un público reducido, para gente con el mundo pequeño y grande a la vez, es decir, para gente como el propio Donnie Darko. La película se cae por momentos, se disuelve. Es demasiado larga incluso en la versión estándar. Está bien para quienes tienen dos horas para perder viendo a un conejo conflictivo ponerse profundo.
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