Este texto contó con la colaboración de Yoisell Rodríguez
Hasta no hace mucho, yo creía que varias de las historias exageradas (algunas convertidas en leyendas) que nos contábamos unos a otros en nuestros años juveniles estaban marcadas por la falta de (o deficiente) información. Por ejemplo, nunca quedó claro por qué artistas como Roberto Carlos, Camilo Sesto y José Feliciano estaban “prohibidos”; bailar con ellos en una fiesta de quince era no precisamente un alto de rebeldía, sino tirarse a ver qué pasaba.
En la era de las redes sociales la información es tan abundante y cualquiera, sin disponer de sofisticados recursos, puede crear un meme o una foto que nunca se tomó; por eso cuesta trabajo darle crédito a todo lo que se publica ¿Era real o un impostor el Beatle que conocimos como Paul McCartney y que aún octogenario ofrece conciertos de casi tres horas? ¿Por fin Juan Gabriel falleció y luego resucitó?
No pienso zambullirme en teorías de conspiración, primero, porque me considero un tipo serio, y segundo, porque no dispongo del tiempo y los medios para emerger con un ¨criterio de verdad¨ y ahogarme en la orilla. Sin embargo, me gustaría rememorar algunas cosas que se comentaron una y otra vez en mi época de adolescente y joven, y que no nos queda más remedio que aceptar ahora como fake news de la farándula.
El “trapecista” Peter Frampton
Peter Frampton, cirquero, fue uno de los “tupes” que le oí decir a mi entrañable amigo Carlitos en nuestro paso por la Engels. Él era el tipo que se las sabía todas sobre la música rock y contaba las canciones como si fueran una película o serie televisiva. A él le agradezco haber tomado en serio la música en inglés y haberme graduado de esa especialidad en la Universidad.
Pero sigo sin tener idea de dónde Carlitos habría sacado ese dato, pues en la información disponible en la actualidad no aparece nada de eso. A lo mejor las ropas claras y ligeras del célebre guitarrista le recordaban a algún trapecista -riman las profesiones- y así se lo creyó y nos los hizo creer.
Carlos Santana interpreta su clásico Oye como va… correctamente vestido
Santana, exhibicionista y mal hablado. Aunque esto no es difícil de creer, en mi secundaria de Troncoso se hablaba mucho de que Carlos Santana se había bajado de un avión en Perú completamente desnudo. Había, incluso, quien decía haber visto la foto… pero no la tenía a mano. Mi compañero de aula, Gustavo, por su parte, aseguraba que en uno de sus estribillos se podía oir “está de p….ga, está de p….ga”, cosa que a mí nunca me dio por comprobar, pues ha habido cosas del célebre guitarrista que me han gustado (Oye como va) y otras que no (su infame versión de Bacalao con Pan). Pero no son pocos los que han oído a Lionel Richie cantar “¡Asere!” o a Kool and The Gang, “¡Asesino!”.
En cuanto a la veracidad del incidente, me pongo a pensar si el tipo se quitó la ropa en plena escalerilla del avión o si lo hizo antes de salir. Y si fue así, ¿no hubo alguna aeromoza o sobrecargo que se percatara del asunto y llamara al Capitán para que pusiera orden en la nave? Al parecer, según el colega Ernesto Juan, Santana sí tuvo algún contratiempo con las autoridades andinas, pero nada que ver con el encuerismo.
I Just Wanna Stop – primer éxito de Gino Vannelli y el videoclip que lo hizo popular en la Cuba de los ochenta
Gino Vannelli en La Habana. No se había acabado la época en que la mayoría de los artistas que venían a Cuba eran soviéticos, polacos, búlgaros, checos y alemanes… democráticos, cuando un buen día, a la entrada de la Facultad de Lenguas, Agustín, apodado Paul en aquella época, me dice con mucho misterio que Gino Vannelli iba a dar un concierto en el Karl Marx. Gino, un cantante ítalo-canadiense radicado en Montreal, no era de los que estaba en la cima de la popularidad por aquellos tiempos. Pero la singularidad de que un intérprete con dos o tres canciones que sonaban en la radio y la TV -un videoclip empezaba con una pila de jovencitas cayéndole atrás el tipo por el escenario- anunciaba que habría bronca por las entradas en el Karl Marx.
Pasó el tiempo y pasaron varias águilas por el mar, y casi todas las semanas le preguntaba a Paul en la Facultad o en la Beca de F y 3era si había alguna nueva sobre Gino. Nada. Con los meses, llegó a presentarse en el mencionado teatro, Pino Danielli, cantante muy conocido en su Italia. No sé si hubo molote en la puerta.
Pero la más extendida de todas las historias diría que fue aquella en la que Los Beatles se bañaron en una piscina de champagne. Hubo quien aseguró que ocurrió en la piscina de la Reina. Como a mí siempre me costó creer la historia, decidí poner fin a mis dudas y, a falta de elementos probatorios, decidí emplear el método científico con la ayuda de un antiguo alumno de la Facultad de Matemática, quien desde hace años se desempeña como docente en una prestigiosa institución en Brasil.
Según aconseja Yoisell, el método más seguro es calcular el volumen, utilizando la integral triple (previamente parametrizadas las superficies involucradas)…. Pero, como diría el también célebre matemático Luis Silva, “eso es otra historia”, y lo más probable es que ni yo logre explicárselo a mis lectores. Entonces me iré por la matemática de bodega que casi todos entendemos.
Una piscina olímpica, llena a una altura de dos metros, contiene veinticinco millones de litros. Pero como no es común que algún individuo, sea la Reina o el Conde de Montecristo, tenga tal espacio recreativo privado, calculemos entonces que el tamaño de la pileta de marras haya sido la mitad, o sea, doce millones quinientos mil litros.
Si tenemos en cuenta que una botella estándar, de ron, aguardiente, vino, miel de abeja y, por supuesto, de champagne, contiene aproximadamente 750 mililitros, es decir, algo menos que un litro… para llenar la mencionada piscina a una medida en que Los Beatles pudieran no solo nadar, sino tirarse de cabeza -no necesariamente dando pie- y hacer alguna que otra pirueta desde el borde hasta el agua….hasta el champagne, quise decir… entonces se necesitarían, nada más y nada menos que 16 666 666,666 botellas del preciado líquido. Dieciséis millones, seiscientas sesenta y seis mil seiscientas sesenta y seis coma seis, seis, seis. Me imagino a K.C. and the Sunshine Band cantando “Seis, seis, seis, seis, seis, seis…te confunden…te confuunden.” Y nos preguntaremos todos, incluyendo al almacenero que despacharía el champagne, tal como lo hubiera hecho Zumbado en algún momento “¿será posible que exista un coma seis seis seis de botella?”
Teniendo en cuenta que esos frascos vienen en envases de 12, se necesitarían 1 388 888, 888 cajas de madera o cartón. ¿De nuevo ocho, ocho, ocho de cajas? Digamos entonces que 1 388 888 cajas de champagne y no se diga más. Pero si nos ponemos a googlear datos sobre la producción anual de champagne en todo el mundo (alrededor de 300 millones de botellas) nos daremos cuenta de que no es necesario seguir calculando, ni a punta de lápiz ni con la integral tripleta, cuántos medios de transporte -no ya camiones- harían falta para transportar el mencionado líquido, o cuantos días demoraría poner a punto la piscina que sería escenario de las travesuras de los cuatro jóvenes de Liverpool.
A muchos nos resulta difícil enfrentar ciertos hechos y cifras que hacen desaparecer fantasías que nos animan durante mucho tiempo. Entonces, si queremos seguir soñando, imaginémonos que la mencionada piscina no estaba precisamente en Inglaterra, sino en algún lugar de nuestra isla. Y que la noticia no estaría envuelta en un halo de misterio, pues tarde o temprano lo sabríamos, no a través de algún programa musical, sino en Tras la Huella.
KC comentando sobre nuestros cálculos de la piscina y el champagne
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